sábado, 26 de abril de 2014

En un universo paralelo




En un universo paralelo, el ser humano no tiene miedo a tener miedo.
Se lo toma como un reto a superar, con ánimo y cargado de energía positiva.
No se escuda en la sombra de la que nace la envidia, el desasosiego, la autocomplacencia, la ira ni el odio. Pasa página velozmente ante esos sentimientos sabedor de que conducen a la corrupción del alma, su tesoro más preciado.
En un universo paralelo, la especie humana pugna contra la semilla de su herencia maligna para bautizarse al fin en la más correcta de las existencias: La del respeto por todo cuanto existe.
Evidentemente que hay una guerra. Pero es sabedora de que esa guerra solo la puede ganar como especie a nivel individual. Todos los integrantes deben ganarla, y por ello se han desarrollado estrategias de ayuda a todos los niveles. Cualquier ser, sea cual sea el conjunto de problemas que le invada, tiene la oportunidad de salir vencedor y contemplar la verdadera luz que ilumina a esa especie que vive en un universo paralelo no demasiado diferente al nuestro.

Más que nada porqué es idéntico. Podríamos fusionarlos en uno solo si quisiésemos, pero es tal el grado de corrupción en nuestro universo, que estamos más cerca de la extinción que de la evolución. Suena triste, pero para un ser humano que puede sentir a ciertos niveles elevados, lo cierto es que es como si toda una filarmónica tocase el himno más melancólico imaginable trasteando con las teclas de su alma, avasallando las cuerdas de la guitarra de su corazón.
Eso produce furia, una furia que nace de los confines del universo y de su mismísimo origen, pues éste se originó con la intención de alcanzar la perfección en todos y cada uno de sus nimios detalles, incluida nuestra especie, y devora energía positiva ver como una especia como la nuestra, que en un universo paralelo tan bien se desenvuelve, resulta tan desastrosa en el que nos ocupa.

Maltratamos animales, destruimos naturaleza, queremos conquistar un universo que nos ha creado a nosotros, y un sinfín de ejemplos macabros que hacen un auténtico rompecabezas el comprender qué fuerzas nos mueven realmente. Por un lado tenemos la luz más preciosa que al iluminarnos hace que de nuestra alma salga lo más bello de nosotros y en cambio, por el otro...
Por el otro nos dirige un mal que nosotros mismos hemos creado, dado forma y moldeado al unificar todos nuestros miedos en uno solo: El Infierno. Lo estamos creando, más bien ya lo hemos creado, y es muy triste teniendo en cuenta lo sencillo que ha resultado en un universo paralelo anularlo ver como a nosotros nos posee y dicta incluso nuestro camino a seguir.

En un universo paralelo se nos enseña a mejorar como especie, pero estamos plagados de ciegos y sordos, de auténticos minusválidos al frente de grandes coches y excelsas propiedades. Nuestro universo no va mal, somos nosotros lo que le estamos pidiendo ser borrados de él. Y yo no quiero desaparecer. Valoro demasiado al ser humano como para desear su extinción, aunque méritos no nos faltan. Hay que abrir los ojos al ciego y demostrarle que siempre pudo ver, resonar en la cabeza del sordo demostrándole que fue él quien enterró su sentido.
Hay que provocar una revolución desde lo más hondo del alma del ser humano, para que una especie de virus contagioso nos transforme en ese universo paralelo que tan bien hace las cosas.
Porqué los universos paralelos no sabemos si existen, solo están en nuestra imaginación. Y todo lo imaginable es plasmable, asequible, consquistable.

Faltan las ganas y el empuje de unos pocos que contagien a otros pocos que hagan lo propio con otros pocos. El universo tiene un cáncer en nuestra especie y quiere curarse. No quiere extirpar el tumor, que sería lo más sencillo, sino que quiere dar con la cura.

Es nuestro deber ayudarle, es nuestro deber conseguirlo, para que podamos sonreír en paz con Él por siempre jamás, como el quiso una vez al estallar en miles de galaxias hace ya algún tiempo para poder disfrutar de la vida plena que todos tenemos al alcance de nuestra mano, pero que nuestro miedo a asirla nos hace complicarlo todo hasta límites insospechados.

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