lunes, 2 de septiembre de 2013

Edificios de cristal


Mirándose al espejo.
Buscando similitudes, analizando detalles, simplemente contemplando... Un par de edificios de cristal se miran el uno al otro.
Sin ser bien conscientes de que se tienen enfrente más bien de que es su propio reflejo el que ven.

Caminando por calles desiertas recuerdo que una vez soñaba.
En algún caótico lugar quedó escrito que yo iba rezagado y que, en el paseo, de la noche navideña se pasó al frío día tan fugaz y dolorosamente como los edificios se fueron agigantando y separando los unos de los otros. Hasta que solo quedó una playa, unos cocoteros, un balón tramposo que me llevó a caer al agua y no poder ascender la resbaladiza y cortante pared de mejillón.

Ahora los años han pasado para todos y, en muchas ocasiones, siento como ese frío día soleado nos mantiene separados, mirándonos inmóviles, tal y como aquellos edificios iban perfeccionando su defectuosa estructura colonial.
Sin embargo, de pronto te cruzas con ciertas personas o te reencuentras con otras, y regresa la noche navideña. Las fechas donde todo es relativamente alcanzable.
No se vuelve un edificio ser humano así como así, del mismo modo que el camino de ida en ningún caso fue un divertido juego de niños.

Los viajes de ida y vuelta son posibles comprendiendo que existen límites en los fríos días donde nada parece en realidad importar. En esos momentos donde hay que pisar suelo sagrado y no salirse de él aunque frente a uno mismo las mil tentaciones se combinen con mil plagas.
Un día escribí acerca de un oasis infinito, y yo mismo he comprobado los efectos de cruzar esos pocos pasos hacia el desierto.
Otra cosa es hacer las maletas y salir en busca de otro oasis para compartir experiencias con otros altos edificios donde vernos a nosotros mismos.
Solitarios viajeros, soñadores todos ellos, que echan mano de lo poco que disponen para poder vivir en lugar de sobrevivir, para poder disfrutar de un solo segundo de paz en una vida que parece enfriarse cada vez más de un modo irremisible.

Este es un texto dirigido claramente a una persona, pero que se parte en pequeñas flechas y señales, farolillos y velas, que parten rumbo a muchas otras.
De algunas puedo alcanzar a ver algún gran ventanal a lo lejos queriendo dar un paseo a media tarde, mientras a otras las tengo justo enfrente de mi acera viendo tan solo el crudo reflejo del ser en el que un brote psicótico casi me convierte.

Busco arrancar mis cimientos y ver mis piernas de nuevo.
Los fríos días deben tocar a su fin.
Tan solo una melodía, una triste y bonita canción, y brotan todas estas palabras quizá mal ordenadas. Quizá debí empezar diciendo que mi rascacielos se hunde ahí donde solo veía ruinas, o elogiando a los que desde esos mismos destrozos parten felices hacia un nuevo anochecer.

En cualquier caso se trata de un nuevo comienzo.

Buenas noches País de Nunca Jamás.

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