El cielo lucía de un modo atípico.
Bien avanzada la noche, las estrellas
brillaban con una notable intensidad. Enfermiza, incluso. En su
interior una extraña mezcla trataba de aposentarse, de ganar algo de
estabilidad.
Las primeras palabras que acudían a su
mente iban atadas por la cuerda de la perplejidad. Una auténtica
barbaridad, esas bien podrían pertenecer al poblado saco.
Sin embargo, los primeros sentimientos
que surgían de su interior avanzaban prácticamente en dirección
contraria.
Se trataba de una ínfima posibilidad
en el infinito abanico del siempre incierto futuro. ¿Cómo iba a ser
nociva su mera aparición? Una vida debe ser robusta, con profundas
raíces, para poder resistir al paso del tiempo y las inclemencias
del destino. Toda prueba, todo planteamiento, debería ser siempre
bienvenido.
Y eso es lo que estaba haciendo
mientras contemplaba el cielo estrellado.
Pensó en ella.
– Quizá deberías tratar de dejar la
mente en blanco y prescindir de los sentimientos primerizos. – La
voz lo sobresaltó. Resolución estaba de pie a su lado, con el codo
apoyado en la baranda de la terraza. Sostenía un pitillo corto al
que había dado un par de caladas. Se irguió dejando escapar una
quejumbrosa sonrisa. – Verás amigo mío, la partida no te la has
inventado tú. Puede que tengas plena libertad a la hora de jugar tus
cartas, pero debes tener bien claro que el último que deberá ver
esto como un juego eres tú mismo. – Echó un rápido vistazo al
cielo en calma, tras eso prosiguió: – Esta noche puede acabar
topándose con un precioso amanecer, pero bien puede acabar también
viéndose conquistada por la Tormenta.
Esas últimas palabras le hicieron
estremecerse. De nuevo Resolución lucía esa severa mirada encendida
en infranqueable misterio. Así pues, el asunto era de los
verdaderamente trascendentales.
– Stela está preciosa esta noche. –
le dijo con tono tranquilo. Resolución asintió con idéntica
serenidad, invitándole a seguir reflexionando. – Nunca ha dejado
de estarlo, desde el primer día en que me fijé en ella no ha parado
de brillar. Ahora está recogida en el sofá, a medias entre el show
de la tele, su dibujo a medio acabar y el último libro que ha caído
en sus bonitas manos. Creo que estoy viviendo un espléndido momento
en mi vida. – Mordió su labio inferior, como saboreando esa última
frase.
Resolución dio una palmada al
ladrillo, y se alejó silbando hacia el interior de la vivienda.
Interrumpió su marcha justo bajo el arco del ventanal y, apurando su
cigarro, no titubeó al decir: – Tus lágrimas de ayer nacieron del
núcleo, chico. Debes averiguar por donde puedes hundirte, o podrías
verte aplastado en el futuro. – Tras esas palabras, su rostro
pareció iluminarse: – ¡Ah, por cierto! Experiencia te manda
recuerdos. Hace ya mucho que no te ve el jeto. Se ha alegrado al
saber que sigues viviendo cerca de su taberna. – Y con esas
palabras descendió las escaleras retomando la melodía que su
silbido emulaba.
Suspiró. Resolución siempre lograba
avivar su tensión interna. El cielo seguía siendo un espectáculo.
Tenía tiempo. Abrazó a su Stela, se abrigó y bajó a la calle para
dar un corto paseo en esa fría noche. «No es Barcelona, ni de lejos
llega a ciudad, pero tengo que reconocer que le estoy pillando el
punto a estas viejas callejuelas...» pensó mientras encendía un
Lucky y apretaba la marcha. «Creo que haré una visita rápida a
Experiencia, hace ya mucho que no nos ponemos al día.» Expulsando
lentamente la nube de humo, giró a la derecha y vio en la lejana y
oscura entrada al callejón el agradable y cálido reflejo del viejo
farolillo de La Hora de la Verdad.
– ¡Oa mi no mie diguoas lo que puedo
en ni pieduo haser! Si, esuo, vien aquí, acércoate aleimoaña! –
Un hombre se desplomaba lentamente cuando torció la esquina y vio la
entrada de la taberna. Como quien esquiva una cucaracha saltó por
encima del ya tumbado cuerpo y saludó a Rectitud. Ésta se llevó un
par de dedos a la frente en señal de respuesta, siendo la visión de
su colmillo una señal de que quizá sonreía por dentro al verle de
nuevo tras tanto tiempo. – Pasa, viejo amigo, yo aún tengo que
tirar la basura.
A sus espaldas el individuo sucio en
todas sus capas seguía peleando con su propia lengua y miembros para
lograr articular algo con un mínimo de sentido.
Apuró la última calada del cigarro y
entró en La Hora de la Verdad.
La atmósfera del lugar era, desde
luego, peculiar, auténtica e inolvidable a partes iguales. Sabiduría
y Buena Voluntad reían a carcajada limpia en una de las mesas.
Frente a la diana Intuición trataba de batir, una vez más, su
propio récord.
A muchos de los demás no los conocía
de nada.
– ¡Eh tú, granuja, sienta ahora
mismo tu culo aquí! – No pudo esconder una amplia sonrisa. En la
otra punta de la estancia, tras la barra, Experiencia se agarraba el
tirante con una mano mientras con la otra señalaba el taburete que
había frente a él.
Media hora y dos jarras después, ya
hablaban con propiedad.
–Verás, amigo, te encuentras en lo
que podría verse como el filo de la navaja. – Las palabras de
Experiencia le hicieron recordar el símil que Resolución había
usado en la terraza de su casa no hacía mucho rato. – Sin embargo,
¿Qué no puede verse como un filo si es llevado al extremo? –
Mientras rellenaba por tercera vez su jarra observó por encima del
hombro de Experiencia que la jaula de Lección estaba vacía.
–Vaya, veo que te has quedado sin
compañía tras la barra. – Le espetó, ya sintiéndose ebrio.
La risa de Experiencia fue creciendo hasta convertirse en una
estruendosa carcajada. – Ah, amigo mío, es algo momentáneo,
simplemente esta época no les sienta bien a las pequeñajas. Mira a
tu alrededor, las personas tienen la mitad de su vista puesta en su
bolsillo, y andan especialmente hambrientas de multitud de cosas.
Creo que, mientras la crisis siga emanando su espesa niebla, lo único
que va a haber dentro de la jaula serán las mosquitas que a veces
revolotean por su interior.
«Debería contarle toda la verdad
acerca de mi situación actual, al fin y al cabo todo es humo y los
puntos de vista siempre deberían ser... » – ¡Chack! – Botó en
su taburete sobresaltado por el seco sonido que emitió la navaja al
clavarse en la madera de la barra.
Al alzar la vista no tuvo muy claro que
estaba más firmemente clavado, si la navaja en la barra o las
pupilas de Experiencia en su interior.
– No olvides, – le dijo –
que no es bueno llamar al mal tiempo. Si lo que te guía es
sinceridad, si lo que buscas es felicidad altruista, si en tu
horizonte instintivo no hay nubarrones, entonces no tienes nada que
temer. – Tras esas palabras, le dio una afectuosa palmada en el
hombro y, cuando se disponía a extraer el dinero de su bolsillo, el
rostro de Experiencia se contrajo en una pícara mueca que dio paso a
la despedida:
– Oh vamos, pronto será navidad ¿No
es cierto? Espero verte de nuevo por aquí, pues debes seguir en la
brecha. Si todo sigue su cauce te veo en un futuro vaciando mis
toneles de cerveza amarga celebrando por todo lo alto lo que sea que
lleves entre manos.
Ya te cobraré entonces, no te
preocupes. – Las últimas risas lo reconfortaron instantes
antes de hacerse con su chaqueta para regresar a casa.
El frío de la calle lo golpeó
súbitamente. Dio un último vistazo a la tímidamente iluminada
entrada de La Hora de la Verdad y puso rumbo mientras subía el
cuello de su chaqueta.
«Un momento, ¿Rectitud no estaba...?»
– Hola, buenas noches. – La voz
desconocida lo puso en guardia como un globo estallando lo haría con
un gato. Era el hombre cucaracha.
– ¿Qué quieres? – Respondió con
desinterés.
– ¿No las ves? Están justo encima
de ti. – Una fétida carcajada se alzó desde interior del
repulsivo hombre. Y casi por acto reflejo, alzó la vista hacia el
cielo.
Lo que vio lo dejo absolutamente
desconcertado.
Apenas unos minutos más tarde entraba
en casa. Stela ya dormía, las horas en la taberna siempre solían
pasar volando. Subió a la terraza y se encendió un último cigarro.
Pensó en ella.
– ¿Me pasas un pitillo? – La voz
de Resolución graduó, una vez más, su tensión interior.
Extendió el paquete a las manos de su
compañero, que añadió al recibirlo: – Estás pálido chico. ¿Has
visto algo ahí fuera? – Dejó caer su cabeza contra la
barandilla, exhausto.
Con mirada cansada, miró a Resolución.
– He visto la Tormenta. La he sentido
en mi interior.
– Ella siempre estará ahí, hombre,
eso ya lo sabes. – Respondió exhalando una nubecilla Resolución.
– ¿Qué se cuenta Experiencia? – Preguntó en tono agradable.
– Dice que, mientras tenga la
conciencia tranquila, todo saldrá bien.
– Ah, Conciencia... hace tiempo que
no la veo.
– Cierto, desde que aprobó la nueva
era que permanece aletargada, a la espera del próximo análisis.
Resolución miró al cielo por toda
respuesta, y desapareció.
El hombre se quedó quieto, pensativo.
Mientras apuraba el cigarro sintió como todo estaba en orden.
Todo... salvo esa figura que, cuando alzó la mirada en el callejón,
lo observaba sombría desde la cúspide de uno de los tejados, con su
silueta coronada por los miles de relámpagos que La Tormenta
contenía.
Las similitudes entre Observador,
Conciencia y el siempre camaleónico Monstruo resultaban molestas.
Bajó, se desvistió, abrazó con
fuerza a Stela, y sonrío. La llama jamás se apagaría.
El clima se despejaba, lo sentía
dentro de él. Al final sería un precioso amanecer. Al final no
habría llamada al mal tiempo.
Pensó en ella.
Pensó en la navaja clavada con fuerza
en la barra de La Hora de la Verdad.
No era el inventor del juego, y no lo
estaba tomando como tal.
Sinceridad en mano y horizonte
instintivo despejado.
Y cuentas pendientes en La Hora de la
Verdad.
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