domingo, 16 de agosto de 2015

El niño sordo



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Todos los niños, al comienzo, volaban.
Desplegaban sus alas blancas y surcaban los cielos de lo real y lo irreal, de lo posible y lo imposible, con la facilidad pasmosa que otorga la imaginación.
Sin embargo, paulatinamente, desplazaban su mirada a un suelo que a no mucho tardar habría de recibirles.
La entrevista los mandaba a pisar ese suelo y allí se quedaban, dejando caer sus alas y caminando para crecer por siempre jamás.

Joel, no obstante, no miró nunca hacia abajo.
Tan solo ponía en práctica sus dotes de vuelo, que cada vez se antojaba más y más alto, surcando no solo los cielos donde todos los demás niños volaban, sino inventando otros solo para él. Cielos de múltiples colores, claros y oscuros, con o sin nubes, todos ellos extensos como la profundidad de la vida misma.

Hasta que un día una panda de niños lo cogió, distraído en sus asuntos como solía estar, y le obligó a mirar a tierra firme.
Joel quiso entonces haber nacido ciego, pero la dantesca imagen que se grabó en su retina, tan real y exenta de imaginación, iba a quedar en su mente por siempre jamás.
No era solo el hecho de la entrevista, sentía pena también por todos sus semejantes, que caían en aquel lugar sin retorno de un modo continuo e inevitable.

Cuando Joel fue llamado por la nube negra, pensó que quizá no había podido nacer ciego para evitar lo que le había ocurrido, pero sí podía hacer otra cosa.
Entregando a su imaginación toda su confianza pero usando como escudo su visión del suelo terrestre, se fue adentrando en la nube hasta que se encontró frente a frente con un punto que desprendía pequeños rayos en todas direcciones.
Era el entrevistador.
– Joel, ¿En qué consiste la vida?
Respondió como un autómata, cerrando los ojos un poco como víctima del aburrimiento.
– La vida consiste en trabajar y montar una familia.
– ¿Ya sabes quien son los reyes magos?
Joel asintió, visiblemente entristecido. La voz del entrevistador inspiró profundamente.
– Ya veo. Puedes bajar junto a tus compañeros.

Así fue como Joel pisó tierra firme por primera vez, dejando escapar una lágrima de dolor cuando sintió como sus alas se desprendían de su espalda, cayendo al suelo emitiendo un sonido seco.
Paso un tiempo comportándose como debía, hasta que un día desplegó unas alas multicolor como los cielos que solía dibujar con su imaginación y los surcó de nuevo junto a los por entonces niños.

El entrevistador le preguntó.
– ¿Qué haces jugando de nuevo? Tienes mucho que aprender aún.
Joel respondió que hacía lo que quería hacer para vivir, que aquello no era un juego.
Pasaron los años y las alas de Joel fueron tiñéndose de rojo. La sangre se le escapaba de las heridas de una espalda demasiado grande para ser sostenida por aquellas alas de niño, hasta que éstas comenzaron a desprendérsele.
Finalmente el entrevistador habló por última vez.
– Abandona los cielos de la inocencia, Joel, o tu mente quedará herida de tal manera que no podrás ni caminar en tierra firme.

Joel cayó.
Con sus alas destrozadas, se dio cuenta de que cada vez le había costado más mantener el vuelo, y de un tirón se las arrancó.
Con el paso de los años se recuperó y aprendió a vivir caminando.
Su primer hijo nació con unas alas impresionantes.
Trató de dejarlo volar, disfrutando de todos y cada uno de esos preciosos instantes.
Finalmente, cuando su hijo pisó tierra a una temprana edad y siguió siendo feliz, comprendió que hacerse el sordo solo le había servido para sufrir sin medida por querer vivir donde no le tocaba.

Comprendió que por mucho que uno se haga el ciego o el sordo, la realidad no puede ser ignorada. Ésta se acaba imponiendo tarde o temprano, aunque te permita jugar a volar por los cielos de tu imaginación siempre y cuando tengas la responsabilidad de avanzar por tierra firme a tu ritmo, pero sin pausa.



8 comentarios:

  1. Otro relato excelente y una manera muy inteligente de expresar pensamientos. Enhorabuena.

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    1. ¡Gracias! Estos cuentos son una alternativa a los relatos de la categoría de reflexión, mucho más densos.

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  2. Me ha gustado mucho. Gran relato de la perdida de la inocencia. Un besillo.

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    1. Gracias María, realmente nunca se deberían perder las alas, como dices, o cuanto menos la capacidad para imaginar.
      Un abrazo.

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  3. Muy bueno, estos mini cuentos están muy bien y las metáforas son buenas

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  4. Buen relato, amigo! Yo aún me hago la sorda! ;)

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    1. Sí jeje Siguen habiendo unos cuantos sordos esparcidos por ahí eso es bueno.
      Un abrazo Hada

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