sábado, 8 de agosto de 2015

Una tormenta de cuatro estaciones: Capítulo IV



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La familia del joven Matthew era muy creyente.
Le habían educado según la palabra de Dios, aunque él había hecho unas cuantas correcciones en cuanto al mensaje y a la manera de dirigirse a la luz, como el prefería llamar a una supuesta divinidad.
Robert también pensaba en esa dirección, salvo que por su edad y experiencia era un tanto más ateo que Matthew en cuanto a las cuestiones de la fe.
Quizá por eso, desesperado, Matthew se encontraba sumido en ese interminable atardecer de otoño, tras lo que se la había antojado una larguísima jornada que había ocupado días enteros.
Su hada le había ido indicando el camino, unas veces para dar con agua fresca y potable, otras para hallar lugares de reposo a salvo de los diferentes peligros del bosque.

Pero ninguna de sus plegarias surtieron efecto cuando el cielo comenzó a oscurecerse fruto de unas feas nubes que llegaban arremolinándose desde todas partes.
Su estado de ánimo estaba por los suelos tras haber recordado durante su largo paseo por el paisaje otoñal todas y cada una de las penas de su corta vida.
Había recordado sobre todo la muerte de su madre en un trágico accidente de coche en el quedó en coma dos largos años antes de morir.
También había pensado mucho en Robert.
Pero ya no era momento de perderse en ese tipo de pensamientos, pues los truenos volvían a resonar fuertes causando una sensación de vacío en el estómago de Matthew que provocaba que casi se orinase encima.
Las tormentas siempre le habían dado mucho miedo, y ésta en especial no tenía parangón.
– La luz está en ti, Matthew... – La agradable voz del hada le llegó una vez más, justo cuando un chaparrón, casi un diluvio, mayor que el anterior cayó sobre el atemorizado Matthew.
Quiso gritar el nombre de su amigo, pero cuando se disponía a hacerlo, el hada le interrumpió.
– ¿Ves esa espesura de ahí enfrente? Ahí encontrarás cobijo de nuevo. – Matthew fue corriendo al punto indicado y, en efecto, otro refugio en un gran árbol le estaba esperando.
No se hacía ninguna pregunta, tan solo reaccionaba por impulsos, de modo que mientras los relámpagos y los truenos anunciaban que la tormenta había llegado para quedarse, él ya se encontraba acurrucado en lo que hacía las veces de pequeño sofá cayendo de nuevo en un profundo sueño tras la larga temporada caminando y pensando entre la mayor tristeza que había conocido.

Lo despertó la sensación de estar temblando de arriba a abajo. Y el sonido de una puerta abriéndose y cerrándose, golpeando una y otra vez produciendo un seco sonido que no le permitía dormir más.
La lluvia había remitido, la tormenta... Abrió los ojos y vio atónito como el interior del árbol se encontraba lleno de nieve.
Al salir al exterior se abrazó a si mismo, hacía tanto frío que iba a poder dar un paso más si no encontraba algo de abrigo. ¿Y cómo en ese punto del interior del bosque iba a encontrar algo?
Un puño en la garganta provocó en Matthew que sus ojos se humedeciesen, cuando entonces el hada habló.
– Mira lo que nuestro Señor nos ha obsequiado. – Al mirar a sus pies, Matthew comprobó como unos ropajes de abrigo se encontraban medio enterrados en la nieve. Los sacó de ahí, sacudiéndolos un poco unos contra los otros para sacar la nieve acumulada, y dentro de la casa en el árbol se vistió.
Salió con la convicción de que las hadas sirven a la luz, y que esa referencia a su Señor no era más que la prueba de que todo iba a salir bien, pues el hada le había dicho a Matthew que había luz en él.
Durante jornadas enteras, iluminado por un sol blanco entre los esqueletos de madera de unos árboles que una vez fueron verdes y frondosos, Matthew caminó a la deriva siempre con la voz del hada espoleándole a lo que habría de acontecer.
– La luz está en ti... Queda poco mi amor... Recuerda que me encontrarás en primavera... – Una y otra vez no paraba de repetir el hada esas palabras, hasta que Matthew se desesperó y no entendió porqué ya nunca había noches, porqué Robert no había salido en su busca, porqué una criatura de luz como era el hada le hacía pasar por todo aquello.
Finalmente, exhausto, Matthew se desmayó.
Poco a poco, muy lentamente, el blanco paisaje nevado fue tornándose borroso, y lo gélido de su desolación fue dando paso a un plano donde no había color, tan solo una sombra cerca de él, en cuyo núcleo parecía querer asomar un violeta que finalizaba en algo parecido al naranja.
El resto, blanco puro, acogió su cuerpo cuando éste cayó sobre la nieve, impactando su rostro contra ella dejándole inconsciente.

En ese instante el cielo volvió a oscurecerse, y mientras las primeras gotas derretían la estación invernal empapando los ropajes de Matthew, no muy lejos de la segunda casa en el árbol donde el joven había dormido, docenas de animales se retorcían de dolor arrastrándose medio despellejados.
Eran las pieles con las que Matthew se había protegido del frío.
Gracias a su Señor, según el hada había dicho.


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4 comentarios:

  1. Ya se va viendo la maldad y la crueldad de ese hada...pobre Mathew...a ver si Robert consigue encontrarle! ;)

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    1. Ya solo queda un capítulo para conocer la verdad oculta en esta historia.
      ¡Espero que te guste!
      ¡Un saludo!

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  2. Ya se veia a venir que nada bueno podía pasar, pobres animalitos T_T que culpa tenían ellos. No creo que Matthew salga de esta, a ver que hace Robert al respecto

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    1. Si... Pobres animales...
      Un capítulo y lo sabes todo.
      ¿Te animas? :3 ¡Un abrazo!

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