lunes, 3 de agosto de 2015

Un claro entre Tierra y Luna: Capítulo I



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Thomas sostenía el paraguas para que la madre de Joana no se mojase.
Una fina lluvia caía desde que el párroco había comenzado a pronunciar las lentas palabras que habrían de ser la fría despedida de la que durante diez años había sido su mujer.
Mientras la suegra de Thomas caía en un tímido llanto con alas hacia la desesperación, el hierático rostro del viudo acumulaba la energía del momento.
Con aplomo, digería el desconsuelo de los presentes, mientras intercalaba fugaces miradas a una tumba que nada le decía con la observación del triste cielo gris que ese día decoraba la cúspide de su vida. La meta de su tristeza. La horca de su alma.
Estaba solo.
Mientras docenas de personas le mostraban nula, parte o la totalidad de su pena, Thomas los dejaba pasar como hojas caídas en un anaranjado montón de otoño.

No pasó demasiado tiempo hasta que Thomas acudió a una playa cercana que, dados los fríos días que estaban viviendo, se encontraba en plena noche sumida en una iluminación que despertaba los sentidos.
Quizá no aún los de Thomas, que parecía haber envejecido años en meses, pero sí en las pocas personas que vagaban por el paseo marítimo cuando a punto estaba de entrar la madrugada.
Estirado en la arena, con la vista puesta en el horizonte y un antebrazo haciendo las veces de cojín, Thomas contemplaba con creciente angustia el claro de luna que tenía frente a él.
Una angustia que dio pasó a una pena que había sido bloqueada, y a causa de dicho bloqueo se comportó como se comportan las presas de los ríos de la lamentación.
Quebrándose y abriendo paso al torrente descontrolado.

Mientras Thomas extraía sus lágrimas en un manantial que esperaba secase su interior para siempre, tuvo la certeza de que aquella noche el paisaje le invitaba a navegar por él de un modo inusual, inesperado y de dudoso regreso a lo que muchos consideraban cordura.
Emitió un quejido al desperezarse y secar sus ojos y rostro.
Entonces se desvistió, despreocupado de las miradas ajenas, para dirigirse al océano que tan bien reflejaba la luz lunar esa noche.
Sintió la arena húmeda bajo sus pies al retirarse el agua unos pocos metros.
La marea viva se producía, según sabía, en noches como esa, donde la luna tiraba de un planeta que a Thomas ya poco le aportaba cercano como estaba a una depresión que habría de conducirle a un mal destino.
Pero lo que ignoraba era que, en el mismo instante que las aguas retornaron a una posición donde mojaron sus pies y tobillos, una voz muy lejana y suave le hablaría rompiendo el mágico silencio de la noche, llenándola de un misterioso desconcierto que habría de resolver.
– Siento tu dolor. – La voz parecía femenina, aunque no podía asegurárselo a si mismo.
– En el último claro supe lo que iba a pasar, pero no podía hacer nada para evitar lo de Joana... – Esas palabras no pusieron en guardia a Thomas, que se agachaba víctima de otro nudo en la garganta, más que dispuesto a derramar sus lágrimas sobre el oleaje, ya habiendo dado unos pasos en dirección a las profundidades marinas.
– Mírame, Thomas. – Éste alzó su mirada hacia la luna llena, dando por sentado que la voz que se metía en su cabeza provenía nada más y nada menos que de aquel lejano lugar que tan cerca había sentido durante toda su vida.
Él sabía que igual que estaba disfrutando del claro de luna esa noche, de igual modo ella podía gozar de un claro de menor intensidad de vez en cuando. Un claro de Tierra.
Semejante en potencia luminosa a un anochecer terrestre, la luna podía ver reflejada en ella la luz del planeta donde Joana había... Desaparecido.
La voz continuó hablando.
 Pasó junto a mi no hace mucho. Vi a Joana muy preocupada por ti. – En ese momento Thomas abrió súbitamente ojos y boca sorprendido, casi insultado por aquello, pero todo tuvo por resultado que manasen más y más lágrimas, esta vez sin gemidos ni gestos. Un llanto puro lleno de desconsuelo y desesperanza.
Thomas dio por hecho que si la luna le estaba hablando, era porqué existía una conexión especial entre los claros de Tierra y luna. Como si la melancólica nostalgia, la magia perenne o la conexión entre nuestras aguas y ella, de algún modo, se viesen reflejadas de modo semejante para una solitaria luna capaz durante el claro de Tierra de sentir y soñar, de llorar y amar.
El oleaje chocó contra el cuerpo de Thomas interrumpiendo su llanto y empapando su rostro. No lo sentía frío y caótico, era como si llevase impregnada una capa de comprensión, de extraño calor y apoyo.

– Te llevaré lejos de aquí, quiero que veas... Deseo que me veas...
De ese modo Thomas se zambulló y se dejó llevar por la fuerte marea.
No sentía temor, pues por mucho que las olas lo zambullesen sacudiendo su cuerpo con violencia, no parecía necesitar del oxígeno habitual para iniciar aquel viaje.
Recorría, visto desde un punto de vista distante, el claro de luna reflejado en el océano como una hormiguita caminando por un sendero de tierra claro y directo.
Hasta que se hundió definitivamente.
Y su viaje comenzó.


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6 comentarios:

  1. Pobre Thomas....el claro de la luna le hace romperse por dentro...La luna, llena de magia, misteriosa y preciosa..¡bonito relato, Víctor!. Si la historia continúa es porque hay un inframundo bajo el agua?...bueno, me esperaré .¡ Hasta el próximo relato! Un saludo.

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    1. Gracias Hada, veremos por dónde van los tiros en breve ^^
      Un saludo

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  2. T_T que triste que es... Pero donde habrá ido? A un mundo paralelo? A la muerte? Junto con su mujer? Para eso tendré que leer el siguiente XD

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    1. Cierto, creo que lo vas a tener en cuanto despiertes porqué yo ya estoy en pie xD
      Veremos si es alguna de las que dices tú.
      Un abrazo Silvia.

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  3. ¿Qué le deparará ese nuevo camino? Voy a averiguarlo.

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  4. ^^ Adelante, el siguiente capítulo se adentra un poco más en la misteriosa aventura.
    ¡Gracias por leer y comentar!

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