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Todos los niños, al
comienzo, volaban.
Desplegaban sus alas blancas
y surcaban los cielos de lo real y lo irreal, de lo posible y lo
imposible, con la facilidad pasmosa que otorga la imaginación.
Sin embargo, paulatinamente,
desplazaban su mirada a un suelo que a no mucho tardar habría de
recibirles.
La entrevista los mandaba a
pisar ese suelo y allí se quedaban, dejando caer sus alas y
caminando para crecer por siempre jamás.
Joel, no obstante, no miró
nunca hacia abajo.
Tan solo ponía en práctica
sus dotes de vuelo, que cada vez se antojaba más y más alto,
surcando no solo los cielos donde todos los demás niños volaban,
sino inventando otros solo para él. Cielos de múltiples colores,
claros y oscuros, con o sin nubes, todos ellos extensos como la
profundidad de la vida misma.
Hasta que un día una panda
de niños lo cogió, distraído en sus asuntos como solía estar, y
le obligó a mirar a tierra firme.
Joel quiso entonces haber
nacido ciego, pero la dantesca imagen que se grabó en su retina, tan
real y exenta de imaginación, iba a quedar en su mente por siempre
jamás.
No era solo el hecho de la
entrevista, sentía pena también por todos sus semejantes, que caían
en aquel lugar sin retorno de un modo continuo e inevitable.
Cuando Joel fue llamado por
la nube negra, pensó que quizá no había podido nacer ciego para
evitar lo que le había ocurrido, pero sí podía hacer otra cosa.
Entregando a su imaginación
toda su confianza pero usando como escudo su visión del suelo
terrestre, se fue adentrando en la nube hasta que se encontró frente
a frente con un punto que desprendía pequeños rayos en todas
direcciones.
Era el entrevistador.
– Joel, ¿En qué consiste
la vida?
Respondió como un autómata,
cerrando los ojos un poco como víctima del aburrimiento.
– La vida consiste en
trabajar y montar una familia.
– ¿Ya sabes quien son los
reyes magos?
Joel asintió, visiblemente
entristecido. La voz del entrevistador inspiró profundamente.
– Ya veo. Puedes bajar
junto a tus compañeros.
Así fue como Joel pisó
tierra firme por primera vez, dejando escapar una lágrima de dolor
cuando sintió como sus alas se desprendían de su espalda, cayendo
al suelo emitiendo un sonido seco.
Paso un tiempo comportándose
como debía, hasta que un día desplegó unas alas multicolor como
los cielos que solía dibujar con su imaginación y los surcó de
nuevo junto a los por entonces niños.
El entrevistador le
preguntó.
– ¿Qué haces jugando de
nuevo? Tienes mucho que aprender aún.
Joel respondió que hacía
lo que quería hacer para vivir, que aquello no era un juego.
Pasaron los años y las alas
de Joel fueron tiñéndose de rojo. La sangre se le escapaba de las
heridas de una espalda demasiado grande para ser sostenida por
aquellas alas de niño, hasta que éstas comenzaron a desprendérsele.
Finalmente el entrevistador
habló por última vez.
– Abandona los cielos de
la inocencia, Joel, o tu mente quedará herida de tal manera que no
podrás ni caminar en tierra firme.
Joel cayó.
Con sus alas destrozadas, se
dio cuenta de que cada vez le había costado más mantener el vuelo,
y de un tirón se las arrancó.
Con el paso de los años se
recuperó y aprendió a vivir caminando.
Su primer hijo nació con
unas alas impresionantes.
Trató de dejarlo volar,
disfrutando de todos y cada uno de esos preciosos instantes.
Finalmente, cuando su hijo
pisó tierra a una temprana edad y siguió siendo feliz, comprendió
que hacerse el sordo solo le había servido para sufrir sin medida
por querer vivir donde no le tocaba.
Comprendió que por mucho
que uno se haga el ciego o el sordo, la realidad no puede ser
ignorada. Ésta se acaba imponiendo tarde o temprano, aunque te
permita jugar a volar por los cielos de tu imaginación siempre y
cuando tengas la responsabilidad de avanzar por tierra firme a tu
ritmo, pero sin pausa.
Otro relato excelente y una manera muy inteligente de expresar pensamientos. Enhorabuena.
ResponderEliminar¡Gracias! Estos cuentos son una alternativa a los relatos de la categoría de reflexión, mucho más densos.
EliminarMe ha gustado mucho. Gran relato de la perdida de la inocencia. Un besillo.
ResponderEliminarGracias María, realmente nunca se deberían perder las alas, como dices, o cuanto menos la capacidad para imaginar.
EliminarUn abrazo.
Muy bueno, estos mini cuentos están muy bien y las metáforas son buenas
ResponderEliminarGracias Silvia, a ver si se me van ocurriendo algunos más ^^
EliminarBuen relato, amigo! Yo aún me hago la sorda! ;)
ResponderEliminarSí jeje Siguen habiendo unos cuantos sordos esparcidos por ahí eso es bueno.
EliminarUn abrazo Hada