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La familia del joven Matthew era muy
creyente.
Le habían educado según la palabra de
Dios, aunque él había hecho unas cuantas correcciones en cuanto al
mensaje y a la manera de dirigirse a la luz, como el prefería llamar
a una supuesta divinidad.
Robert también pensaba en esa
dirección, salvo que por su edad y experiencia era un tanto más
ateo que Matthew en cuanto a las cuestiones de la fe.
Quizá por eso, desesperado, Matthew se
encontraba sumido en ese interminable atardecer de otoño, tras lo
que se la había antojado una larguísima jornada que había ocupado
días enteros.
Su hada le había ido indicando el
camino, unas veces para dar con agua fresca y potable, otras para
hallar lugares de reposo a salvo de los diferentes peligros del
bosque.
Pero ninguna de sus plegarias surtieron
efecto cuando el cielo comenzó a oscurecerse fruto de unas feas
nubes que llegaban arremolinándose desde todas partes.
Su estado de ánimo estaba por los
suelos tras haber recordado durante su largo paseo por el paisaje
otoñal todas y cada una de las penas de su corta vida.
Había recordado sobre todo la muerte
de su madre en un trágico accidente de coche en el quedó en coma
dos largos años antes de morir.
También había pensado mucho en
Robert.
Pero ya no era momento de perderse en
ese tipo de pensamientos, pues los truenos volvían a resonar fuertes
causando una sensación de vacío en el estómago de Matthew que
provocaba que casi se orinase encima.
Las tormentas siempre le habían dado
mucho miedo, y ésta en especial no tenía parangón.
– La luz está en ti, Matthew... –
La agradable voz del hada le llegó una vez más, justo cuando un
chaparrón, casi un diluvio, mayor que el anterior cayó sobre el
atemorizado Matthew.
Quiso gritar el nombre de su amigo,
pero cuando se disponía a hacerlo, el hada le interrumpió.
– ¿Ves esa espesura de ahí
enfrente? Ahí encontrarás cobijo de nuevo. – Matthew fue
corriendo al punto indicado y, en efecto, otro refugio en un gran
árbol le estaba esperando.
No se hacía ninguna pregunta, tan solo
reaccionaba por impulsos, de modo que mientras los relámpagos y los
truenos anunciaban que la tormenta había llegado para quedarse, él
ya se encontraba acurrucado en lo que hacía las veces de pequeño
sofá cayendo de nuevo en un profundo sueño tras la larga temporada
caminando y pensando entre la mayor tristeza que había conocido.
Lo despertó la sensación de estar
temblando de arriba a abajo. Y el sonido de una puerta abriéndose y
cerrándose, golpeando una y otra vez produciendo un seco sonido que
no le permitía dormir más.
La lluvia había remitido, la
tormenta... Abrió los ojos y vio atónito como el interior del árbol
se encontraba lleno de nieve.
Al salir al exterior se abrazó a si
mismo, hacía tanto frío que iba a poder dar un paso más si no
encontraba algo de abrigo. ¿Y cómo en ese punto del interior del
bosque iba a encontrar algo?
Un puño en la garganta provocó en
Matthew que sus ojos se humedeciesen, cuando entonces el hada habló.
– Mira lo que nuestro Señor nos ha
obsequiado. – Al mirar a sus pies, Matthew comprobó como unos
ropajes de abrigo se encontraban medio enterrados en la nieve. Los
sacó de ahí, sacudiéndolos un poco unos contra los otros para
sacar la nieve acumulada, y dentro de la casa en el árbol se vistió.
Salió con la convicción de que las
hadas sirven a la luz, y que esa referencia a su Señor no era más
que la prueba de que todo iba a salir bien, pues el hada le había
dicho a Matthew que había luz en él.
Durante jornadas enteras, iluminado por
un sol blanco entre los esqueletos de madera de unos árboles que una
vez fueron verdes y frondosos, Matthew caminó a la deriva siempre
con la voz del hada espoleándole a lo que habría de acontecer.
– La luz está en ti... Queda poco mi
amor... Recuerda que me encontrarás en primavera... – Una y otra
vez no paraba de repetir el hada esas palabras, hasta que Matthew se
desesperó y no entendió porqué ya nunca había noches, porqué
Robert no había salido en su busca, porqué una criatura de luz como
era el hada le hacía pasar por todo aquello.
Finalmente, exhausto, Matthew se
desmayó.
Poco a poco, muy lentamente, el blanco
paisaje nevado fue tornándose borroso, y lo gélido de su desolación
fue dando paso a un plano donde no había color, tan solo una sombra
cerca de él, en cuyo núcleo parecía querer asomar un violeta que
finalizaba en algo parecido al naranja.
El resto, blanco puro, acogió su
cuerpo cuando éste cayó sobre la nieve, impactando su rostro contra
ella dejándole inconsciente.
En ese instante el cielo volvió a
oscurecerse, y mientras las primeras gotas derretían la estación
invernal empapando los ropajes de Matthew, no muy lejos de la segunda
casa en el árbol donde el joven había dormido, docenas de animales
se retorcían de dolor arrastrándose medio despellejados.
Eran las pieles con las que Matthew se
había protegido del frío.
Gracias a su Señor, según el
hada había dicho.
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Ya se va viendo la maldad y la crueldad de ese hada...pobre Mathew...a ver si Robert consigue encontrarle! ;)
ResponderEliminarYa solo queda un capítulo para conocer la verdad oculta en esta historia.
Eliminar¡Espero que te guste!
¡Un saludo!
Ya se veia a venir que nada bueno podía pasar, pobres animalitos T_T que culpa tenían ellos. No creo que Matthew salga de esta, a ver que hace Robert al respecto
ResponderEliminarSi... Pobres animales...
EliminarUn capítulo y lo sabes todo.
¿Te animas? :3 ¡Un abrazo!