Esta es la segunda parte de la historia que comenzó en Un claro entre Tierra y Luna, clicka aquí para leerla.
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Matthew ya rondaba los
quince años, mientras que Robert se encontraba cerca de la mayoría
de edad. Grandes amigos desde bien pequeños, se enfrentaban ese
verano a la agridulce sensación de volver a pisar las casas y
bosques de sus respectivos abuelos, ambos vecinos, y tenerlo que
hacer por última vez.
Y es que Robert debía irse
a estudiar muy lejos, siéndole imposible pasar las vacaciones de
invierno y verano en aquel idílico lugar.
Era de madrugada y el calor
no permitía dormir a Matthew.
En lugar de eso, las
lágrimas por el devenir de su amigo asaltaban su rostro.
Se encontraba en la
habitación más alta de una antigua casa que contaba con tres pisos
de altura.
Se preguntaba si Robert
también se encontraría despierto pese a las horas que eran. De modo
que se vistió y salió a la calle, bien ligero de ropa.
Lanzó piedrecitas a la
ventana de Robert y éste respondió encendiendo la luz y abriendo la
ventana.
– ¡Matthew! ¿Se puede
saber qué haces a estas horas?
La cara de pena que puso
bastó para que Robert amainase su enfado, percatándose entonces de
la vestimenta de Matthew esa fría noche de verano. Era una de las
extrañas características del lugar, durante el día el calor era
insoportable, pero por la noche todo cambiaba para hacer sentir
intenso frío a la población lugareña.
– ¿Cómo puedes ir así?
¡Te vas a congelar! – Pero Matthew parecía no verse afectado por
el clima, o más bien sudaba con camiseta y pantalón cortos bajo la
ventana de su amigo.
Robert salió de su
ensimismamiento y reaccionó diciéndole a su amigo que esperase. Que
en un momento bajaba.
Diferentes luces encendidas
mientras el sonido de bajar escaleras llenaba lo que por lo demás
era una tranquila noche donde el cantar de los grillos invitaba al
descanso.
Esas luces aportaban
esperanza a Matthew, al que sin embargo le sobraba la calidez. Su
piel prácticamente ardía.
Robert apagó la última de
las luces que había encendido y cerró con mimo la puerta, con tal
de no despertar a su abuelo.
Cuando miró el rostro de
Matthew, por poco quedó sin palabras.
– Matthew, estás sudando
a mares... – Robert puso su mano en la frente de su amigo. – Creo
que tienes mucha fiebre.
Pero Matthew reconocía la
sensación de estar enfermo, y esa noche ni tenía dolor de cabeza ni
le recorrían escalofríos.
Bueno, eso no era del todo
cierto.
Se podría decir que no
tenía escalofríos de fiebre.
– ¿Podemos ir a dar una
vuelta? – Tanteó Matthew.
– El pueblo entero está
durmiendo, amigo mío, no le veo el sen... – Matthew interrumpió a
Robert, que pronunciaba sus palabras adoptando una chulesca pose, con
la mano derecha apoyada en el muslo.
– No quiero dirigirme al
pueblo. Quiero entrar en el bosque.
Robert abrió los ojos en
ese punto, incrédulo de lo que acababa de oír. Matthew y él solo
acudían a buscar aventuras en el bosque de día, donde realmente les
habían enseñado a orientarse y donde tenían realmente
oportunidades de huir si algo les lastimaba.
Matthew no paraba de
insistir.
– Por favor Robert, estas
son nuestras últimas vacaciones juntos.
Robert inspiró entonces
profundamente y expiró relajándose un poco.
– De acuerdo, Matthew,
pero que sea la primera y última vez.
Ambos amigos caminaban ya
por el interior del bosque, atrapados en su interior por la luz de
una luminosa luna que le daba al entorno un encanto especial. Casi
mágico.
Robert iba el primero,
dirigiendo el paso en una dirección que resultase sencilla a la hora
de regresar.
Iban conversando hasta que
Robert lanzó una pregunta que no tuvo respuesta.
– ¿Cómo va tu
temperatura? – Grillos y más grillos. Cuando insistió per tercera
vez y se giró, Robert se quedó callado contemplando el lugar vacío
en el que debía haber estado su amigo.
Por más que gritase su
nombre, no había respuesta alguna. Había desaparecido.
Matthew se había
escabullido de Robert.
Solo lo necesitaba para
tener el valor suficiente de adentrarse en el bosque en plena noche.
En verdad si que había
sentido un intenso escalofrío esa noche.
Una voz le había dicho algo
clara y repetidamente en su cabeza.
“Ven a mi, entra en el
bosque”.
Ya estaba donde debía
estar.
Sólo, nervioso y de repente
muerto de frío.
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Pero qué diablos está haciendo Mathew? Esos escalofríos no predicen nada bueno...me temo lo peor! Y encima, de noche y en un bosque! Cómo me gusta! ;)))
ResponderEliminarMatthew y su curiosidad... Veremos que sale de todo ello.
EliminarMe alegra que te guste este comienzo, un abrazo Hada! ;)
Vaya tela, arrastrando a su amigo hasta el bosque. No sé yo... menudo amigo, jejeje. Veremos a ver que sorpresas nos depara. UN abrazo.
ResponderEliminarAlgo oculta Matthew... Próximamente en el segundo capítulo ^^
EliminarUn abrazo María.
Mathew es un adolescente muy curioso... eso no siempre es bueno, puede encontrarse con problemas... y encima arrastra a su amigo.. que tiene un miedo atroz a lo que pueda pasar en el bosque de noche... ufff..quiero seguir leyendo
ResponderEliminarCierto Concepción, la curiosidad de Matthew no siempre es buena, pero en ocasiones permite encontrarnos con maravillas que de otro modo pasarían desapercibidas...
EliminarMe alegro de que te enganche, ¡Un saludo!
Yo no me fiaria de Matthew XD lo enviaria a casa a que se pusiera bueno,a ver que le pasa al pobre Robert solo en el bosque en plena noche, no me extraña que este acojinado
ResponderEliminar*acojonado , culpa del corrector
Eliminar¿Ya empezamos con las sospechas? xDDD
EliminarUn abrazo Silvia
Acojinado también mola :3
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