sábado, 8 de agosto de 2015

Una tormenta de cuatro estaciones: Capítulo I


Esta es la segunda parte de la historia que comenzó en Un claro entre Tierra y Luna, clicka aquí para leerla.



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Matthew ya rondaba los quince años, mientras que Robert se encontraba cerca de la mayoría de edad. Grandes amigos desde bien pequeños, se enfrentaban ese verano a la agridulce sensación de volver a pisar las casas y bosques de sus respectivos abuelos, ambos vecinos, y tenerlo que hacer por última vez.
Y es que Robert debía irse a estudiar muy lejos, siéndole imposible pasar las vacaciones de invierno y verano en aquel idílico lugar.

Era de madrugada y el calor no permitía dormir a Matthew.
En lugar de eso, las lágrimas por el devenir de su amigo asaltaban su rostro.
Se encontraba en la habitación más alta de una antigua casa que contaba con tres pisos de altura.
Se preguntaba si Robert también se encontraría despierto pese a las horas que eran. De modo que se vistió y salió a la calle, bien ligero de ropa.
Lanzó piedrecitas a la ventana de Robert y éste respondió encendiendo la luz y abriendo la ventana.
– ¡Matthew! ¿Se puede saber qué haces a estas horas?
La cara de pena que puso bastó para que Robert amainase su enfado, percatándose entonces de la vestimenta de Matthew esa fría noche de verano. Era una de las extrañas características del lugar, durante el día el calor era insoportable, pero por la noche todo cambiaba para hacer sentir intenso frío a la población lugareña.
– ¿Cómo puedes ir así? ¡Te vas a congelar! – Pero Matthew parecía no verse afectado por el clima, o más bien sudaba con camiseta y pantalón cortos bajo la ventana de su amigo.
Robert salió de su ensimismamiento y reaccionó diciéndole a su amigo que esperase. Que en un momento bajaba.

Diferentes luces encendidas mientras el sonido de bajar escaleras llenaba lo que por lo demás era una tranquila noche donde el cantar de los grillos invitaba al descanso.
Esas luces aportaban esperanza a Matthew, al que sin embargo le sobraba la calidez. Su piel prácticamente ardía.
Robert apagó la última de las luces que había encendido y cerró con mimo la puerta, con tal de no despertar a su abuelo.
Cuando miró el rostro de Matthew, por poco quedó sin palabras.
– Matthew, estás sudando a mares... – Robert puso su mano en la frente de su amigo. – Creo que tienes mucha fiebre.
Pero Matthew reconocía la sensación de estar enfermo, y esa noche ni tenía dolor de cabeza ni le recorrían escalofríos.
Bueno, eso no era del todo cierto.
Se podría decir que no tenía escalofríos de fiebre.
– ¿Podemos ir a dar una vuelta? – Tanteó Matthew.
– El pueblo entero está durmiendo, amigo mío, no le veo el sen... – Matthew interrumpió a Robert, que pronunciaba sus palabras adoptando una chulesca pose, con la mano derecha apoyada en el muslo.
– No quiero dirigirme al pueblo. Quiero entrar en el bosque.
Robert abrió los ojos en ese punto, incrédulo de lo que acababa de oír. Matthew y él solo acudían a buscar aventuras en el bosque de día, donde realmente les habían enseñado a orientarse y donde tenían realmente oportunidades de huir si algo les lastimaba.
Matthew no paraba de insistir.
– Por favor Robert, estas son nuestras últimas vacaciones juntos.
Robert inspiró entonces profundamente y expiró relajándose un poco.
– De acuerdo, Matthew, pero que sea la primera y última vez.

Ambos amigos caminaban ya por el interior del bosque, atrapados en su interior por la luz de una luminosa luna que le daba al entorno un encanto especial. Casi mágico.
Robert iba el primero, dirigiendo el paso en una dirección que resultase sencilla a la hora de regresar.
Iban conversando hasta que Robert lanzó una pregunta que no tuvo respuesta.
– ¿Cómo va tu temperatura? – Grillos y más grillos. Cuando insistió per tercera vez y se giró, Robert se quedó callado contemplando el lugar vacío en el que debía haber estado su amigo.
Por más que gritase su nombre, no había respuesta alguna. Había desaparecido.

Matthew se había escabullido de Robert.
Solo lo necesitaba para tener el valor suficiente de adentrarse en el bosque en plena noche.
En verdad si que había sentido un intenso escalofrío esa noche.
Una voz le había dicho algo clara y repetidamente en su cabeza.
“Ven a mi, entra en el bosque”.
Ya estaba donde debía estar.
Sólo, nervioso y de repente muerto de frío.


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10 comentarios:

  1. Pero qué diablos está haciendo Mathew? Esos escalofríos no predicen nada bueno...me temo lo peor! Y encima, de noche y en un bosque! Cómo me gusta! ;)))

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    1. Matthew y su curiosidad... Veremos que sale de todo ello.
      Me alegra que te guste este comienzo, un abrazo Hada! ;)

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  2. Vaya tela, arrastrando a su amigo hasta el bosque. No sé yo... menudo amigo, jejeje. Veremos a ver que sorpresas nos depara. UN abrazo.

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    1. Algo oculta Matthew... Próximamente en el segundo capítulo ^^
      Un abrazo María.

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  3. Mathew es un adolescente muy curioso... eso no siempre es bueno, puede encontrarse con problemas... y encima arrastra a su amigo.. que tiene un miedo atroz a lo que pueda pasar en el bosque de noche... ufff..quiero seguir leyendo

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    1. Cierto Concepción, la curiosidad de Matthew no siempre es buena, pero en ocasiones permite encontrarnos con maravillas que de otro modo pasarían desapercibidas...
      Me alegro de que te enganche, ¡Un saludo!

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  4. Yo no me fiaria de Matthew XD lo enviaria a casa a que se pusiera bueno,a ver que le pasa al pobre Robert solo en el bosque en plena noche, no me extraña que este acojinado

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