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Thomas sostenía el paraguas para que
la madre de Joana no se mojase.
Una fina lluvia caía desde que el
párroco había comenzado a pronunciar las lentas palabras que
habrían de ser la fría despedida de la que durante diez años había
sido su mujer.
Mientras la suegra de Thomas caía en
un tímido llanto con alas hacia la desesperación, el hierático
rostro del viudo acumulaba la energía del momento.
Con aplomo, digería el desconsuelo de
los presentes, mientras intercalaba fugaces miradas a una tumba que
nada le decía con la observación del triste cielo gris que ese día
decoraba la cúspide de su vida. La meta de su tristeza. La horca de
su alma.
Estaba solo.
Mientras docenas de personas le
mostraban nula, parte o la totalidad de su pena, Thomas los dejaba
pasar como hojas caídas en un anaranjado montón de otoño.
No pasó demasiado tiempo hasta que
Thomas acudió a una playa cercana que, dados los fríos días que
estaban viviendo, se encontraba en plena noche sumida en una
iluminación que despertaba los sentidos.
Quizá no aún los de Thomas, que
parecía haber envejecido años en meses, pero sí en las pocas
personas que vagaban por el paseo marítimo cuando a punto estaba de
entrar la madrugada.
Estirado en la arena, con la vista
puesta en el horizonte y un antebrazo haciendo las veces de cojín,
Thomas contemplaba con creciente angustia el claro de luna que tenía
frente a él.
Una angustia que dio pasó a una pena
que había sido bloqueada, y a causa de dicho bloqueo se comportó
como se comportan las presas de los ríos de la lamentación.
Quebrándose y abriendo paso al
torrente descontrolado.
Mientras Thomas extraía sus lágrimas
en un manantial que esperaba secase su interior para siempre, tuvo la
certeza de que aquella noche el paisaje le invitaba a navegar por él
de un modo inusual, inesperado y de dudoso regreso a lo que muchos
consideraban cordura.
Emitió un quejido al desperezarse y
secar sus ojos y rostro.
Entonces se desvistió, despreocupado
de las miradas ajenas, para dirigirse al océano que tan bien
reflejaba la luz lunar esa noche.
Sintió la arena húmeda bajo sus pies
al retirarse el agua unos pocos metros.
La marea viva se producía, según
sabía, en noches como esa, donde la luna tiraba de un planeta que a
Thomas ya poco le aportaba cercano como estaba a una depresión que
habría de conducirle a un mal destino.
Pero lo que ignoraba era que, en el
mismo instante que las aguas retornaron a una posición donde mojaron
sus pies y tobillos, una voz muy lejana y suave le hablaría
rompiendo el mágico silencio de la noche, llenándola de un
misterioso desconcierto que habría de resolver.
– Siento tu dolor. – La voz parecía
femenina, aunque no podía asegurárselo a si mismo.
– En el último claro supe lo que iba
a pasar, pero no podía hacer nada para evitar lo de Joana... –
Esas palabras no pusieron en guardia a Thomas, que se agachaba
víctima de otro nudo en la garganta, más que dispuesto a derramar
sus lágrimas sobre el oleaje, ya habiendo dado unos pasos en
dirección a las profundidades marinas.
– Mírame, Thomas. – Éste alzó su
mirada hacia la luna llena, dando por sentado que la voz que se metía
en su cabeza provenía nada más y nada menos que de aquel lejano
lugar que tan cerca había sentido durante toda su vida.
Él sabía que igual que estaba
disfrutando del claro de luna esa noche, de igual modo ella podía
gozar de un claro de menor intensidad de vez en cuando. Un claro de
Tierra.
Semejante en potencia luminosa a un
anochecer terrestre, la luna podía ver reflejada en ella la luz del
planeta donde Joana había... Desaparecido.
La voz continuó hablando.
– Pasó junto a mi no hace mucho. Vi a
Joana muy preocupada por ti. – En ese momento Thomas abrió
súbitamente ojos y boca sorprendido, casi insultado por aquello,
pero todo tuvo por resultado que manasen más y más lágrimas, esta
vez sin gemidos ni gestos. Un llanto puro lleno de desconsuelo y
desesperanza.
Thomas dio por hecho que si la luna le
estaba hablando, era porqué existía una conexión especial entre
los claros de Tierra y luna. Como si la melancólica nostalgia, la
magia perenne o la conexión entre nuestras aguas y ella, de algún
modo, se viesen reflejadas de modo semejante para una solitaria luna
capaz durante el claro de Tierra de sentir y soñar, de llorar y
amar.
El oleaje chocó contra el cuerpo de
Thomas interrumpiendo su llanto y empapando su rostro. No lo sentía
frío y caótico, era como si llevase impregnada una capa de
comprensión, de extraño calor y apoyo.
– Te llevaré lejos de aquí, quiero
que veas... Deseo que me veas...
De ese modo Thomas se zambulló y se
dejó llevar por la fuerte marea.
No sentía temor, pues por mucho que
las olas lo zambullesen sacudiendo su cuerpo con violencia, no
parecía necesitar del oxígeno habitual para iniciar aquel viaje.
Recorría, visto desde un punto de
vista distante, el claro de luna reflejado en el océano como una
hormiguita caminando por un sendero de tierra claro y directo.
Hasta que se hundió definitivamente.
Y su viaje comenzó.
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Pobre Thomas....el claro de la luna le hace romperse por dentro...La luna, llena de magia, misteriosa y preciosa..¡bonito relato, Víctor!. Si la historia continúa es porque hay un inframundo bajo el agua?...bueno, me esperaré .¡ Hasta el próximo relato! Un saludo.
ResponderEliminarGracias Hada, veremos por dónde van los tiros en breve ^^
EliminarUn saludo
T_T que triste que es... Pero donde habrá ido? A un mundo paralelo? A la muerte? Junto con su mujer? Para eso tendré que leer el siguiente XD
ResponderEliminarCierto, creo que lo vas a tener en cuanto despiertes porqué yo ya estoy en pie xD
EliminarVeremos si es alguna de las que dices tú.
Un abrazo Silvia.
¿Qué le deparará ese nuevo camino? Voy a averiguarlo.
ResponderEliminar^^ Adelante, el siguiente capítulo se adentra un poco más en la misteriosa aventura.
ResponderEliminar¡Gracias por leer y comentar!