Tranquilo.
Una calma melancólica invade mi cuerpo
en esa hora.
Esa hora en la que es demasiado tarde,
o en la que todo no ha hecho más que comenzar.
Una hora en la que el cuerpo ha hecho
lo que tenía que hacer, pero mi mente y mi interior claman por algo
que no está a su alcance inmediatamente.
Un instante de sueños, de ilusiones,
de esperanza y de tímidas sonrisas en solitario.
Creo que son estos instantes los que
mantienen en pie a los caminantes.
Creo que son estos instantes los que
dan fuerzas a los escaladores.
El sabor de una cima, la plenitud de su
paisaje, se antojan inmensos por el conocimiento del ínfimo
recorrido que se ha llevado a cabo para llegar hasta allí.
Un recorrido ínfimo visto en
perspectiva, pero eterno, plagado de inseguras y aleatorias
variables, intrincado y extremadamente difícil en la mente del
caminante.
Un recorrido pleno, mágico, profundo y
esperanzador en la mente del escalador.
El caminante observa, y puede convertirse en escalador cuando atisba una imponente y hermosa montaña, no siempre bloqueando su camino.
El caminante observa, y puede convertirse en escalador cuando atisba una imponente y hermosa montaña, no siempre bloqueando su camino.
El escalador, tras un complejo
aprendizaje plagado de caídas, contempla miles de caminos desde su
cima conquistada.
Uno y otro van cogidos de la mano,
unidos en su destino.
Tienen algo en común.
Se cruzan constantemente en sus vidas.
Se cruzan constantemente en sus vidas.
El buen caminante saluda al escalador,
alegrándose al ver tras él una gran montaña, en cuya cima el calor
del corazón del segundo enriquecerá eternamente la invisible niebla
de aquellos que la conquistaron.
El buen escalador abraza al caminante,
deseándole la mejor de las suertes en su camino. Deseándole la
mejor y más difícil de las montañas, la montaña que él aún
buscará.
La montaña en cuya cima aguarda la
existencia vivida con completa felicidad.
Se la podría imaginar como una cumbre inexpugnable. Un ascenso agónico peleando con toda el alma contra lo indecible. Una cima cuya consecución implicaría destrozarse previamente cuerpo, mente y alma.
Se la podría imaginar como una cumbre inexpugnable. Un ascenso agónico peleando con toda el alma contra lo indecible. Una cima cuya consecución implicaría destrozarse previamente cuerpo, mente y alma.
Pero yo creo que esa escondida pero
grandiosa montaña bien podría encontrarse al lado de una de las
pequeñas piedras del camino.
Silenciosos, discretos, se pueden ver
escaladores y caminantes aquí y allá, sentados con sonrisas en el
rostro sobre pequeños montículos de piedra. Contemplan las grandes
cimas y los infinitos caminos como si ya hubiesen estado allí. La
muerte los encuentra en ese lugar, y ellos la miran fijamente y
parten con respeto, dejando un reguero de felicidad y esperanza a sus
espaldas, del cual nacen más caminantes y escaladores, que parten de
inmediato hacia la aventura que será su vida.
Tranquilo.
Tranquilo.
Recuerdo a muchísimos caminantes y
muchos escaladores.
Recuerdo a algunos buenos caminantes y
a unos pocos buenos escaladores.
Recuerdo a algún que otro caminante
que también ejerce de escalador.
Nadie se sentó feliz en algún pequeño
montículo.
A medida que transcurre esta hora
perdida, esta hora en la que es demasiado tarde pero también
demasiado pronto, sonrío comprendiendo que tras tantas escaladas,
tras tantos caminos, el desierto con el que acabé topando acaba. Un
poco más allá hay un inmenso bosque que ejerce de base a infinitas
montañas, tras las cuales algo me dice que la infinidad de caminos
podría resultar mareante.
Sonrío.
Sonrío.
Ignoro si la vida me llevará a bordear
el bosque o atravesarlo. Ignoro que montaña escogeré para escalar.
Ignoro que caminos recorreré cuando quede saciado del placer de la
escalada.
Sonrío porque a mi lado hay una
pequeña duna. No es como las demás que invaden el desierto. No lo
es por la manera en que la miro. Es acogedora y preciosa. Es cálida,
con los infinitos granos de arena que la conforman.
Puede que prosiga mi camino deseando que años después logre dar con este desierto, con la esperanza de reencontrarme con esta duna.
Puede que prosiga mi camino deseando que años después logre dar con este desierto, con la esperanza de reencontrarme con esta duna.
O puede que me siente sobre ella ahora
mismo y sienta como la mayor escalada de mi vida ha concluido.
Pero, pase lo que pase, estoy
tranquilo.
Pues en esta hora donde el corazón y
la mente toman el mando, he visto la posibilidad de detenerme en mi
camino para ser feliz. La he sentido palpitando en mi interior, en
ese lugar donde no existe la mentira.
Es lo que me mantendrá en pie para seguir caminando.
Es lo que me mantendrá en pie para seguir caminando.
Es lo que me dará fuerzas para seguir
escalando.
Ahora que ya es demasiado tarde, que
cuerpo y mente claudican ante el cansancio por la proximidad de un
nuevo día, es mi interior quien sonríe y abraza a todos los
caminantes que pasen por este lugar. Quien saluda a los escaladores
cuyo camino les haya conducido hasta aquí.
Pues estoy convencido de que los que me
leáis estaréis a medio camino o respirando entrecortadamente a
media escalada.
Ánimo a todos.
Ánimo a todos.
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