martes, 3 de septiembre de 2013

Algo en común


Tranquilo.

Una calma melancólica invade mi cuerpo en esa hora.
Esa hora en la que es demasiado tarde, o en la que todo no ha hecho más que comenzar.
Una hora en la que el cuerpo ha hecho lo que tenía que hacer, pero mi mente y mi interior claman por algo que no está a su alcance inmediatamente.
Un instante de sueños, de ilusiones, de esperanza y de tímidas sonrisas en solitario.
Creo que son estos instantes los que mantienen en pie a los caminantes.
Creo que son estos instantes los que dan fuerzas a los escaladores.
El sabor de una cima, la plenitud de su paisaje, se antojan inmensos por el conocimiento del ínfimo recorrido que se ha llevado a cabo para llegar hasta allí.
Un recorrido ínfimo visto en perspectiva, pero eterno, plagado de inseguras y aleatorias variables, intrincado y extremadamente difícil en la mente del caminante.
Un recorrido pleno, mágico, profundo y esperanzador en la mente del escalador.

El caminante observa, y puede convertirse en escalador cuando atisba una imponente y hermosa montaña, no siempre bloqueando su camino.
El escalador, tras un complejo aprendizaje plagado de caídas, contempla miles de caminos desde su cima conquistada.
Uno y otro van cogidos de la mano, unidos en su destino.
Tienen algo en común.

Se cruzan constantemente en sus vidas.
El buen caminante saluda al escalador, alegrándose al ver tras él una gran montaña, en cuya cima el calor del corazón del segundo enriquecerá eternamente la invisible niebla de aquellos que la conquistaron.
El buen escalador abraza al caminante, deseándole la mejor de las suertes en su camino. Deseándole la mejor y más difícil de las montañas, la montaña que él aún buscará.
La montaña en cuya cima aguarda la existencia vivida con completa felicidad.

Se la podría imaginar como una cumbre inexpugnable. Un ascenso agónico peleando con toda el alma contra lo indecible. Una cima cuya consecución implicaría destrozarse previamente cuerpo, mente y alma.

Pero yo creo que esa escondida pero grandiosa montaña bien podría encontrarse al lado de una de las pequeñas piedras del camino.
Silenciosos, discretos, se pueden ver escaladores y caminantes aquí y allá, sentados con sonrisas en el rostro sobre pequeños montículos de piedra. Contemplan las grandes cimas y los infinitos caminos como si ya hubiesen estado allí. La muerte los encuentra en ese lugar, y ellos la miran fijamente y parten con respeto, dejando un reguero de felicidad y esperanza a sus espaldas, del cual nacen más caminantes y escaladores, que parten de inmediato hacia la aventura que será su vida.

Tranquilo.
Recuerdo a muchísimos caminantes y muchos escaladores.
Recuerdo a algunos buenos caminantes y a unos pocos buenos escaladores.
Recuerdo a algún que otro caminante que también ejerce de escalador.
Nadie se sentó feliz en algún pequeño montículo.
A medida que transcurre esta hora perdida, esta hora en la que es demasiado tarde pero también demasiado pronto, sonrío comprendiendo que tras tantas escaladas, tras tantos caminos, el desierto con el que acabé topando acaba. Un poco más allá hay un inmenso bosque que ejerce de base a infinitas montañas, tras las cuales algo me dice que la infinidad de caminos podría resultar mareante.

Sonrío.
Ignoro si la vida me llevará a bordear el bosque o atravesarlo. Ignoro que montaña escogeré para escalar. Ignoro que caminos recorreré cuando quede saciado del placer de la escalada.
Sonrío porque a mi lado hay una pequeña duna. No es como las demás que invaden el desierto. No lo es por la manera en que la miro. Es acogedora y preciosa. Es cálida, con los infinitos granos de arena que la conforman.

Puede que prosiga mi camino deseando que años después logre dar con este desierto, con la esperanza de reencontrarme con esta duna.

O puede que me siente sobre ella ahora mismo y sienta como la mayor escalada de mi vida ha concluido.
Pero, pase lo que pase, estoy tranquilo.
Pues en esta hora donde el corazón y la mente toman el mando, he visto la posibilidad de detenerme en mi camino para ser feliz. La he sentido palpitando en mi interior, en ese lugar donde no existe la mentira.

Es lo que me mantendrá en pie para seguir caminando.
Es lo que me dará fuerzas para seguir escalando.
Ahora que ya es demasiado tarde, que cuerpo y mente claudican ante el cansancio por la proximidad de un nuevo día, es mi interior quien sonríe y abraza a todos los caminantes que pasen por este lugar. Quien saluda a los escaladores cuyo camino les haya conducido hasta aquí.
Pues estoy convencido de que los que me leáis estaréis a medio camino o respirando entrecortadamente a media escalada.

Ánimo a todos.

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