jueves, 5 de septiembre de 2013

Heridas de guerra


El mundo es un lugar donde lo aleatorio parece querer ocupar un puesto de honor donde ni siquiera se atisba el menor reflejo de su sombra.

Se suceden en el individuo los acercamientos a otros seres vivos mientras coquetea con el dolor y la esperanza danzando en la oscuridad que ilumina el invisible terreno de aquellos que ya no están.

Sin embargo, al menos a mi, me sacuden embestidas de misteriosas sensaciones.
A las cuales, oficialmente, no debo darles importancia.
Revelaciones previas al inicio de los acontecimientos. Dibujos acabados, enmarcados y desgastados que sobrevuelan mi interior mucho antes de que me decida, o se decidan, a coger lápiz alguno.
Preciosas historias de verdadero amor. Amistades cuya semilla promete generar raíces tan profundas como la misma alma del ser humano. Lazos familiares enterrados cuyo corazón soy incapaz de dejar de sentir latir.
También caminos engañosos hacia personas podridas que se presentan cual plátano canario. Agradables posibilidades que se presentan sin percatarse del inmenso y negro nubarrón que llevan por sombrero a ojos de buen observador.

Un caótico, en un primer vistazo, espectáculo en el que lanzarse a la aleatoriedad se asemeja sobremanera a la victoria más probable. No obstante, las estrellas siempre han iluminado los cielos y los charcos de barro siempre han manchado a quien los haya recorrido. Aprender a observar, decidir, acercarse o dejar ir es un proceso sencillo pero que contiene una estructura piramidal en su interior. Ignoro que capacidades debe ofrecer la cima. Ahora mismo solo se que, tras esquivar y sufrir las trampas de sus primeros niveles, no es correcto abrazar ninguna teoría conservadora.

Que quizá el instinto sea un arma capaz de volatilizar dicha pirámide, así como a todos sus principios.

El País de Nunca Jamás alberga una pequeña muestra de la humanidad, dejando claro que no hay dos seres iguales. Que una pequeña diferencia puede catapultar a extremos opuestos a cualquier grupo de personas en cualquier tipo de circunstancia. Y que, en la nada absoluta, un susurro instintivo, un instante de clarividencia, puede generar caminos plagados de profundos nexos entre cualquier ser vivo.

Tras una vida sintiendo la música que mi nimia nota pretende evocar, me es inevitable percibir el picor de tantas y tantas heridas. Parece que alzar la voz en esta dirección es como levantar un inmenso imán en una playa sembrada por clavos de oxidado metal. Playa a la cual lanzar palabras es como forjar una hoguera de libros. Playa para la cual los sentimientos son armas blancas que, de entrelazarse, pueden originar armas de destrucción masiva. Playa que, cada vez más, me recuerda al mundo que choca contra mi rostro cada mañana cuando el sol me golpea invitándome a ir a trabajar.

Si el podio es para lo aleatorio, entonces este texto son flores en la tumba de seres perdidos o que ya nunca estarán ahí.

Si la sombra de lo aleatorio no tiene en realidad cabida en la totalidad del curso de una vida, las personas que debieron leer, leen o leerán este texto, algún día sentirán porqué las llevo tan dentro de mi.

La batalla es constante. La confusión máxima.

Pero las embestidas de misteriosas sensaciones son tan reales... Que mi estancia en el manicomio se marchita hasta el punto de dejar un solo pétalo impoluto. El mismo que me condujo a la quema total de mi vida.

El deseo de poder estar cerca de aquellos a los que más quiero, a los que puedo volver a querer y a los que querré.

Buenas noches País de Nunca Jamás.

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