Negros nubarrones se alzan frente a ti,
allá en el horizonte.
Cuando prácticamente nada te queda,
cuando te hallas tocado y cabizbajo, las nubes de tormenta aparecen
para recordarte que todo puede ser peor, mucho peor.
Un cosquilleo recorre tu estómago
cuando sales a pasear por el mundo que te rodea. Te indica que estás
vivo, cosa que hace un tiempo quedaba en entredicho.
Sonríes a los negros nubarrones,
consciente del daño que te pueden infringir, pero también
consciente de que aún hay cosas por las que pelear, pasos que dar e
ilusiones que materializar.
Las nubes de tormenta son, al fin y al
cabo, avisos de que hay que seguir peleando sí o sí. Recordatorios
de que uno no puede simplemente desfallecer y dejarse llevar por la
nefasta corriente de unas furiosas aguas que siempre están ahí para
alimentarse de lo mismo. Auto complacencia y miedo, idílica pareja
de baile que puja constantemente por saltar al escenario.
Negros nubarrones se alzan sobre ti,
fieros e imponentes.
Has caminado por el filo de navaja
tanto tiempo, has sobrevivido a tantas y tantas caídas, para
contemplar como el final se cierne sobre ti.
Pero no hay final, solo esfuerzo e
ilusión. El corazón en un puño en un ascenso que ha de llevarte a
la paz y a la tranquilidad.
A través de escarpados sectores llenos
de trampas, a través de neblinosos caminos donde apenas nada bueno
uno puede discernir, se halla la ruta hacia la salvación.
Cada paso lleno de temores, cada
jornada plagada de pesar, factores que poco a poco inundan tu
interior de una oscuridad que ha de rivalizar con la luz de tu propia
esperanza.
Negros nubarrones invaden tu interior,
que lucha por emerger.
Cuando el paisaje y el alma se ponen de
acuerdo, abrazándose en desafortunada unión, hay que tirar de las
pocas reservas que a uno puedan quedarle, pues no todas las tormentas
duran eternamente.
Desolación con esperanza, pesadumbre
con ilusión, abatimiento con energía... Todas las parejas posibles
dispuestas sobre un tablero imaginario que habrá de dirimir nuestro
destino.
Caminas dubitativo por un terreno que
puede conducir a cualquier parte. Vienes del horror y la
desesperanza, tu interior está luchando por acabar de emerger.
Alzas la vista y la pones en la
oscuridad de un cielo amenazante, preguntándote si saldrás adelante
de ésta.
Negros nubarrones en el cielo de tu
porvenir.
Tienes dos opciones, rendirte o pelear.
La estrategia avisa de que apenas te
quedan efectivos, de que tu energía está por los suelos y que en
esta ocasión de poco sirve la esperanza, poco vale la ilusión.
Avisos que bien podrían formar parte
del espectáculo visual que te aborda y amenaza.
De modo que lo incluyes todo en ese
cielo oscuro que parece envolverte y atravesarte y te agarras al paso
que habrá de conducirte a un destino aún desconocido.
Caminas con los ojos bien abiertos e
incluso te permites sonreír.
Sientes en tu estómago el cosquilleo
de aquellos que quieren algo y luchan por ello, de modo que has
regresado.
Estás aquí, has vuelto para quedarte.
Negros nubarrones se alzan frente a ti,
allá en el horizonte.
Una nueva aventura, llena de emociones,
que se va descubriendo lentamente a cada nuevo paso que, con el
corazón en un puño, das.
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