Capítulo
primero: Ida
El sol brillaba con una intensidad que
prácticamente había olvidado.
A primera hora de la mañana, un grupo
de personas caminaba con la cálida esperanza del que se sabe
protagonista de un día estupendo.
An caminaba exaltada en dirección a la
estación ferroviaria. A su lado, un individuo sumido en una gran
concentración escuchaba la animada conversación de las personas que
le seguían pisándole los talones.
Literalmente.
-- Oops, perdona macho. -- Resolución
se disculpó por el pisotón y prosiguió con sus asuntos con
Conciencia y Experiencia. -- Como os iba diciendo, hoy va a ser un
día alucinante. Cuando el corazón me late de esta manera no puede
tratarse de nada más. --
Experiencia incluso le pegó un codazo
a Conciencia al agarrarse los tirantes y emitir la primera gran
carcajada del día. -- Bueno, bueno, no son pocas las excepciones a
las que tu fuerte latido ha ido asociado. En la universidad, sin ir
más lejos... -- Resolución entro en su característica cadena de
sonidos extraños, lo cual indicaba inequívocamente que se mofaba de
Experiencia imitando a unos pajaritos bocazas con sus manos.
En primera fila, el individuo giró su
rostro para tranquilizar a An en el siempre emocionante aspecto de
coger un tren en el último suspiro, viendo de refilón el severo
rostro de Conciencia. Concentrado, además. La empatía que sentía
con él era, de nuevo, sólida.
Las agujas del gran reloj de la
estación les dieron la bienvenida con margen de sobra para poder
permitirse incluso hacerse con unos buenos cafés matutinos. An
se despidió del pueblo fabricando la curiosa escena del río que
avanza lentamente, mediante los restos de su café y una papelera con
bolsa rota.
Se encontraban solos en la misma puerta
donde el tenso sujeto tantas veces se había despedido tiempo atrás.
Casi en otra vida.
Se llamaba Tylerskar.
-- Vamos a posicionarnos, tiene pinta
de que va a ser complicado. -- An asintió y entraron en el vagón.
Mientras la mirada de Tylerskar repasaba asientos y más asientos
ocupados, su hermana ya tenía la mano apoyada en el respaldo de un
par de ellos libres.
Se trataba de una doble distribución
cuádruple.
Ahí estaban ya Conciencia, con la
mirada clavada en el horizonte al que se dirigían, Resolución,
sumido en sus pensamientos y a la espera, Experiencia, que no paraba
de sonreír asintiendo a todo aquel que le dirigiese una mirada y
otros tres individuos a los que no quiso prestar atención.
El encendido del mp3 de An coincidió
con la apertura de uno de los tomos con los que Tylerskar se había
armado en previsión de la jornada.
El lápiz comenzó a dibujar las
primeras paradas. Pasó por los cenagales donde tanta imaginación
había empleado. Supo con certeza en qué punto aparecería el
misterioso muelle, cuando los túneles darían paso a los acantilados
lamidos por el mar. El sonido, el ambiente y el paso del tiempo
fluían a través de él como si no existiese plano físico.
Pero no alzó la mirada.
Se permitió, eso sí, un rápido
vistazo a sus compañeros. Identificó a Ilusión y a Esperanza.
Espléndidas, hermosas a rabiar, como siempre. Temeroso de ser
pillado, apenas se entretuvo en sus elegantes ropajes, sus cálidas
miradas o la paz que desprendían sus auras.
Le dio un vuelco el corazón al ver al
último integrante de la excursión.
Incluso en su pensamiento más profundo
ese nombre sonaba pesado.
¿Como había podido ser invitado? La
amarga sonrisa que su mundo interior le devolvió como respuesta
eliminaba la necesidad de teoría alguna.
Regresó al libro.
An descansaba adormilada.
Sintió como su corazón se relajaba de
nuevo, mientras por el rabillo del ojo contempló como la
distribución de asientos menguaba, acercando a sus compañeros hacia
él. Poco a poco, pero de modo constante.
Quiso dirigirse a Resolución o llamar
la atención de Experiencia, sin embargo a su derecha algo llamó su
atención. Eran esos edificios... Tras los cuales un recto camino
conducía a los barrios cuyo plano permanecía tatuado a fuego en
algún lugar de él.
Un instante bastó para percatarse de
que frente a él había un puñado de desconocidos, que algunos ya se
levantaban, que An se despertaba para ponerse en camino y que la
estación destino estaba a segundos de su posición.
El tren se coló en el túnel del mismo
modo que los compañeros de Tylerskar se fusionaron con él:
Atravesando a gran velocidad una mezcla de luz artificial y
oscuridad.
La concentración absoluta había
regresado a él, que recorrió junto a su hermana andenes y estrechos
pasillos, sorteando pequeñas multitudes y ascendiendo hasta llegar a
las puertas de la gran estación.
No obstante, no solo albergaba
concentración. La visión del quinto edificio consecutivo de más de
quince plantas le arrancó una sonrisa. El ambiente, el oxígeno que
impregnaba, la mente desbocada buscando ramificaciones perdidas y
desconocidas, ampliaron esa mueca hasta entrecerrar sus ojos y
obligarle a dirigir la mirada al suelo.
Sintió que no tenía que analizar a
sus compañeros uno por uno para obtener un estado emocional.
Tylerskar se sintió a sí mismo, indivisible, de repente.
Encendiendo un cigarro y acercando otro
a An, se vio a si mismo en un espejo invisible. Con los tirantes de
Experiencia y su barrigón de tanta hambre saciada.
Con la firmeza en el paso de
Resolución, así como su fría mirada.
Con la inocencia de Ilusión, no tan
protegida como debería estar.
Con la paz interior de Esperanza... Que
siempre parecía vivir al pie de esa cascada escondida en el bosque
con la que tanto soñaba.
Cerca de Conciencia y, sin
embargo, con el Monstruo siguiendo el rastro.
Prácticamente todo su interior lo
condujo a asomar una ínfima sonrisa en la comisura de sus labios,
mientras dirigía su mirada a lo lejos, a través de cualquiera de
las inmensas avenidas.
-- ¡Este es el bar a sonde solemos ir
con la mama y la Finuchi! -- Exclamó An. Tanto ella como el sol
brillaban de un modo espléndido ya tocando el mediodía.
A Tylerskar se le hizo extraño dirigir
tanto afecto hacia ella. Más por el lugar que por el hecho. Siempre
pensó que jamás podría volver a sentir nada puro en ese lugar.
Mientras la gente los envolvía y la
pareja iba dando forma a su camino a través de un sinfín de tráfico
y bendito caos, la mirada de Tylerskar mutaba a cada centésima.
Ni el más demencial cúmulo de
recuerdos recuperados, esperanzas contra las cuerdas, destructiva
melancolía o gigantescas olas de llanto reprimido podría tumbar al
plan que tiempo atrás pactaron Conciencia, Resolución y
Experiencia.
Cuando vieron los cuerpos violados y
medio mutilados de Ilusión y Esperanza, cuando Tylerskar se
convirtió en un exiliado y dejó de ser un solo individuo, se
hicieron una serie de promesas.
Una de ellas garantizaba que días como
este serían aprovechados.
Las operaciones pendientes de las dos
víctimas, esa era la verdadera causa del día a día en el que se
encontraba volcado.
-- Vayamos por allí. Hace un día
estupendo y querría que me diese el sol. -- Debía de sonar
realmente extraña su predisposición a caminar por la senda más
iluminada.
An y Tylerskar caminaron envueltos por
algo que a ambos los llenaba de misteriosas sensaciones, tan
agradables como agridulces.
No obstante, las risas no cesaron hasta
ver a lo lejos la fachada donde iba a acontecer el evento que los
había conducido hasta esa ciudad.
Barcelona City.
Capítulo segundo: Llegada
Si un bohemio hubiese estado tirado al
pie de la Torre Eiffel, componiendo su canción mirando a la vida,
como mucho hubiese lamido el suelo en el que Tylerskar se encontraba.
A su alrededor todo era como una
infinita montaña de golosinas para un niño de los de antaño.
Como cambiar la pobreza y una familia
estricta por un parque acuático eternamente gratuito.
Pensaba.
A medio camino entre el arrepentimiento
y la esperanza de lo venidero, vagaba meditando acerca del fascinante
instante que estaba viviendo. Ahí estaban los edificios y los
pequeños kioskos, las personas deambulando con sus quehaceres bajo
el brazo. Todas ancladas en algún lugar de ese maravilloso océano
de trillones de gotas de variables acontecimientos. Tan rápido
topaba con un tejado que prácticamente no podía discernir, como con
un personaje vestido con atuendos que rara vez podrían pasar
desapercibidos en cualquier otro lugar que hubiese conocido.
Pensaba en los lugares que ya conocía,
en las ramificaciones subterráneas sabidas de memoria. Pensaba y
pensaba, descartando lo que su experiencia le indicaba, saboreando lo
que su ilusión señalaba y... Cayendo en los pozos que su perdida
esperanza vio un día como cielos estrellados.
Recorría su primera universidad
mientras caminaba recién nacido por las calles cercanas a Sants.
Nadaba evitando el ahogo entre las olas
de la vida nocturna mientras sobrevolaba sumido en un sedante planeo
los tejados de la vida que siempre querría vivir.
-- ¡No tengo ni idea de por donde es!
-- An lo sacó de su estupor manifestando cierta alarma.
-- A ver, has hecho el camino varias
veces, piensa, fijo que te acuerdas más o menos de que dirección
debemos tomar. -- Era imposible ocultar del todo la tímida sonrisa,
perderse allí era como no encontrar el rumbo en pleno paraíso.
Segundos más tarde An pareció recobrar la orientación.
-- ¡Vale vale! Es en esa dirección.
La calle pequeñita diría yo. -- Dijo señalando a una bifurcación
que condensaba una calle en obras y una gran avenida.
Caminaron a través de varias manzanas.
Tylerskar recibía cada empleado de Prosegur, cada paloma, cada
anciana torpe en el paso, como algo diferente, desconocido,
exquisito. Pues los edificios proyectaban sombras sobre ellos. La
inmensidad les dotaba de una actitud diferente ante su entorno.
Chocaban visualmente con él como una bola blanca de billar logrando
el golpe ganador.
Pensó efectuando una exteriormente
incomprensible mueca de descontento.
El callejón se estrechaba y, sin
embargo, los meros cruces sin rotonda lo saciaban. Lo alimentaban
como si a un muerto de hambre se le lanzase a un charco de judías
con ajo y perejil. Sin embargo, frenó su ánimo. Agarró un pitillo
y, mientras prendía su extremo, oteó por encima de su mano como la
vida era exactamente igual para esas personas que para todas las que
conocía de su pueblo.
El misticismo, la exageración y todo
lo divino desde el punto de vista humano ya le hicieron el especial
regalo. Y no pretendía volver a merecer ninguno más.
De modo que se portaría como un niño
malo.
Expulsó el humo del Marlboro corto y
su mirada recuperó ese atisbo de flecha apoyada en tenso arco. Había
cambiado su hábitat, se sentía cómodo. Como si ese día fuese el
primero de su vida y acabase en pocas horas, descartó posar su
atención en las personas, y dejó en la mezcla a su hermana y a su
ciudad.
-- Oye An, vayamos por allí abajo. --
Espetó de buenas a primeras mientras An empezaba a caminar de un
oscilante modo que recordaría fácilmente a un borracho de no ser
por su mirada poco amistosa.
-- ¡Pero que nos vamos a perder! --
Dejó ir con ojos de personaje infantil de Walt Disney.
-- Tranquila, joder, ¿no ves que las
calles son paralelas? -- Tylerskar tampoco lo tenía muy claro, por
no decir nada claro, pero siempre gustó de apostar por cualquier
gilipollez. Continuó con la presión, llevándola un poquito más
adelante. -- Además, vamos sobrados de tiempo, siempre podemos
volver atrás. Mira que vistas parece tener esa avenida. -- Podría
pensarse que resulta lastimoso que no existan los smileys lejos del
teclado, pero los ojos de Tylerskar y los de un Shin Chan ilusionado
supondrían, juntos, un nivel extremadamente difícil en el juego de
las siete diferencias.
Caminaron por la soleada y gran
avenida. Sorprendiéndose con cada aleatorio suceso que la ciudad
parecía destilar a lo largo de todas las horas de cualquier jornada,
avanzaron hasta torcer por una calle al, en teoría, punto deseado.
Pocas maldiciones después, An se orientó.
A cien metros se imponía la rojiza
fachada de su destino real.
Tylerskar moría de regozijo y de
dolor.
Avanzaba a través de inmensas calles
enanas a ojos del resto de personas, contemplando edificios de
maravillosa y añeja construcción, parques donde pasaría semanas
enteras y una actividad en los paseantes tan solo equiparable al
estrés que emanaban.
<< Como hormigas que, por mero
instinto, sin percatarse, construyen una ciudad de ensueño a cada
instante que transcurre. Como si, alentados por un Dios noble que los
apremia para blasfemar contra él, diese el conjunto con... >>
-- Esa es la uni de arquitectura,
¿Sabes? -- Tylerskar miró a An meditabundo.
-- Creo que en realidad está en la
Diagonal, aunque no estoy seguro. Diría que bajando de la UPC te
estrellas cruzando la carretera con las facultades de arquitectura e
ingeniería mecánica, y más abajo se encuentra la de mates... --
Hablar le hacía hervir la sangre reabriendo heridas a medio curar.
Excursiones de instituto visitando la facultad de arquitectura
mientras planeaba sonriente su próxima llegada a la zona. Amargas
jornadas regateando décimas para lograr suspensos en los barracones
que daban la bienvenida a la zona matemática. El día a día en la
univ...
-- Puede ser, ni idea. -- An inhaló
profundamente, mientras Tylerskar sentía como era recuperado de un
lugar al que no quería acceder en ese preciso instante.
Iban a cruzar un edificio por dentro.
Tan rápido se vio queriendo tocar un
descuidado jardín ubicado en un canal de ladrillo conformando el
lateral de un callejón, como tendiendo a mantener la boca abierta
ante la fachada de otra añeja facultad universitaria. Sintió que se
acercaba el momento de topar con el destino.
An aún especulaba con lo extraño de
la situación.
<< Es totalmente lógico. >>
Pensó Tylerskar. << No se muestra al monstruo en su plenitud a
un ser querido y se espera que le vea a uno limpiamente. >>
-- ¡Madre mía cuando estés dentro!
Es que como me mires me parto hasta que acabe la sesión. -- An se
descojonaba a un ritmo apenas distante al de su hermano.
Pasaron entre los edificios, cruzando
incluso un mercado con una certera ruta premeditada por An que les
hizo ver de reojo la atracción de lugar: Un hombre mitificado como
el carnicero más sexy de la historia. A Tylerskar más bien le
pareció un soplapollas con acné sin demasiado futuro aunque, eso
sí, cara guapetona.
Al salir del mercado la calle medio en
obras, el gigantesco Ángel que presidía el edificio de enfrente,
los compañeros a los que saludó su hermana y la multitud que se
agolpaba ante un semáforo peatonal en rojo lo pusieron en guardia.
-- ¿Que ocurre, chico? -- La voz de
Conciencia lo hizo cruzar a toda prisa sorteando la amenaza de
posible tráfico. Esa maniobra secó sus lágrimas antes de que
aparecieran.
Al otro lado de la acera miró a su
hermana, y sonrió a los dos desconocidos que seguramente acudían al
acto que había llevado a Tylerskar a ese lugar.
Pensó.
Una puta reunión de enfermos... Dijo
una vez el monstruo cuya posición ahora mismo desconocía.
Lo dijo ante el propio dilema de
Tylerskar, y bien sabía éste último que gran parte de la sociedad
adoró al Monstruo y a toda la parafernalia dialéctica que a él
hubo asociada.
-- Una terapia para gente sana. --
Pronunció en un susurro rodeado de gente.
Su mirada estaba clavada en su hermana
y su núcleo.
De haber podido lanzarles algo a través
del tráfico... Hubiese sido una rosa.
No necesitó alzar la mirada a lo alto
del edificio de su derecha.
Supo perfectamente que el Ángel le
daba la bienvenida, recto y exigente.
Capítulo tercero: Terapia
Una fría ventolera sacudía a ráfagas
el pelo de An, mientras el sol salpicaba aquí y allá a todos
cuantos poblaban la terraza del bar. Ella sorbía su segundo café
con leche mientras Tylerskar suspiraba relajado, mediana en mano, con
la vista puesta en la incesante actividad que se dibujaba a su
alrededor.
-- Ni te imaginas como llegué a odiar
al cura de Pozos de ambición... -- Estaban peinando varios títulos
cinematográficos desde hacía ya varios minutos.
-- ¡Yo te absuelvo! -- Exclamó
Tylerskar alzando los brazos. -- ¡Yo te absuelvo, padre! -- Insistía
en la representación de la escena en la que un loco de poder se
enzarzaba en una lamentable y furiosa disputa con un igual.
Apoteósicamente ebrio, le lanzaba bolos a su rival estando éste en
plena pista, forjando así el impagable final del ciclo vital de todo
aquel que vive demasiado cerca de las sombras.
<< Eso me suena...>>
Pensaba en plena actuación mientras saboreaba la cerveza. Él mismo
dejó en el pasado varias escenas dignas de ser consideradas mucho
más lamentables que la que le ocupaba.
Se acercaba la hora de la terapia y,
aunque tan solo tenían que girar una cercana esquina, decidieron
ponerse en pie.
-- ¡Espera que tengo pipi! -- Exclamó
An en ese tono que provocaba que rara vez uno pudiese permanecer con
rostro serio.
-- De acuerdo, aquí estaré. --
Respondió su hermano, quedando solo, sentado en una terraza a las
puertas de un mercado improvisado, con una cerveza vacía frente a
él. La gitana seguía tirada frente al portal de al lado del bar,
amamantando a su “veteasaberésimo” criajo. Estudiantes con sus
carpetas, mujeres con impoluta bata blanca, hombres trajeados más
bien al trote que caminando. Entre cada par de pestañeos la escena
mutaba por completo, más aún cuando el cercano semáforo en el que
estuvo parado anteriormente generaba nuevas oleadas de personas.
An ya salía resuelta a echar mano de
su chaqueta cuando Tylerskar recobró su concentración por completo.
Era la hora. Se levantó, torció la esquina y escuchó como su
hermana efectuaba la primera apuesta de esa índole en particular:
¿Se trataba la mujer que caminaba frente a ellos, armada con tacón
y minifalda, de una integrante de la terapia?
-- Tiene toda la pinta. -- Respondió
sin titubeo alguno. Encendieron unos nuevos pitillos y en cuestión
de segundos ya se encontraban rodeados por personas de porte tenso y
pinta de sentirse carne fresca en un operativo aunque abandonado
parque jurásico.
Ya había sido informado de la especial
condición del par de desconocidos con los que su hermana había
entablado conversación frente al semáforo, de modo que pudo
ahorrarse mucha paja mental cuando aparecieron de nuevo, esta vez
dedicando miradas más profundas al sujeto ya armado con una
indescifrable cara de poker.
-- No podrán tirar para atrás lo
conseguido. -- Argumentaba el hombre de la corta barba. Tylerskar no
le veía sentido al hecho de practicarle una imaginaria regresión
facial. Se le veía más entero que muchas de las personas sin
verdaderos problemas que conocía. Así pues, no dudó en entrar en
la conversación dejando la guardia a un lado.
-- Un cambio hacia el lado diestro de
la política dudo que dejase las cosas tal y como están. -- Sus
palabras le recordaron de inmediato que bien haría en suavizar sus
pensamientos si no quería causar estragos al interior de cualquier
persona dubitativa con la que pudiese toparse a lo largo de esa
jornada. De modo que sonrió a la chica de al lado del hombre con el
que hablaba, sabedor de que se trataba de su pareja sentimental.
-- Aunque, por suerte, los avances
médicos no nacen y viven únicamente en este país. -- La chica
llamaba su curiosidad. Eso bien podría significar que estaba
destrozada por dentro o bien que emanaba desde idéntico lugar un
brillo excepcional. << Lo más probable es que se trate de
ambas cosas a la vez. >> Meditó mientras apuraba el corto
pitillo. Al proyectarlo hacia la base del árbol a un par de metros
de su posición, su mirada recorrió velozmente la escena de la diana
lograda por la colilla, la anciana jorobada que se armaba de valor
para cruzar la calle, las parabólicas de los octavos pisos del
edificio de enfrente y la parte alta de la fachada de una iglesia
ahora más cercana a él. Asintiendo, tanto saludó a la alada figura
de piedra colgada en lo alto como regresó a la conversación que en
realidad no había llegado a abandonar.
-- El doctor del que os hablo es
realmente bueno. -- El hombre de la perilla seguía hablando como si
se abriese paso por una jungla machete en mano. Si bien su mirada
eludía a menudo contacto con sus interlocutores, se fijaba con
contundencia en ciertos lugares de su entorno cercano cuando dotaba
de trascendencia a partes de su diálogo.
-- ¿Es aquí, aquí es donde se hace
la terapia de grupo? -- Una recién llegada llamó inmediatamente la
atención de todos, que rápidamente le dieron la bienvenida mientras
Tylerskar se retiraba de modo apenas perceptible de la escena. Era
una mujer de mediana edad, con aspecto de poder retratar su interior
inmediato como un niña con una piruleta de ocho palmos.
Fueron llegando más y más personas,
todas tan diferentes entre ellas como si se tratase de comparar una
estrella con una luciérnaga, una nube con un botijo o una patata con
un cadáver. En el fondo, muy en el fondo, se abrazaban en una única
semejanza, capaz de conducirlos a todos y cada uno de ellos a esa
sesión a la que muchos ya se dirigían.
An se había informado en el interior y
ya estaba todo preparado, de modo que atravesaron las puertas de
apertura automática y subieron las escaleras en dirección a la sala
pertinente. El quinto peldaño pisado por ella hizo que dirigiese su
vista hacia su hermano con la típica media sonrisa que se sabe
carcajada, escogiendo éste último la evasión total y absoluta del
acontecimiento, sabedor de que no era precisamente el cachondeo lo
que debían lucir en las próximas horas.
Se permitió, eso sí, un veloz suspiró
de feliz reflexión al ver como An nadaba en su salsa de un modo
grácil y prácticamente exento de dolor.
La sala era enana, y ya había unas
diez personas en su interior cuando Tylerskar y su hermana pisaron la
primera baldosa. La cantada de rigor, consistente en sentarse ambos
en los asientos de los expertos, le fue de perlas para repasar uno a
uno a los asistentes ya acomodados y en espera. Sonrió en primer
lugar a un par de chavales más bien tirados que sentados en lo alto
de una mesa despejada. Tenían una actitud de extrema relajación,
casi rozando la provocación, aunque su mirada no lucía
especialmente sucia.
Y así fue como, intercalando sonrisas
a desconocidos con ráfagas de cortos comentarios con An, Tylerskar
obtuvo una primera sensación de calidez en ese entorno mientras
montaba en un rincón el espacio donde pasaría junto a su hermana
las siguientes horas.
-- Buenos días a todos. -- La voz le
indicó a ciencia cierta que la dirección, por llamarla de algún
modo, del evento había llegado. Dirigió la vista a la puerta, donde
contempló a un par de mujeres ataviadas con batas blancas. Tomaron
asiento, luciendo la de menor estatura y oscura cabellera sonrisas a
todos los presentes, mientras que la altiva rubia inició el ciclo,
que ya nunca se detendría, de hacer callar con cara amarga a todo
aquel que no pusiese su cordura en sus viejas manos.
Mientras media docena de personas
seguía entrando gradualmente en la sala, llegaron a manos de An y
Tylerskar documentos de confidencialidad. << ¿Que absurda
situación me llevaría a querer airear lo que vaya a escuchar en
esta sala? >> Pensó mientras detectaba que la fecha del
documento los situaba con más de tres años de antigüedad.
Su sonrisa ante el toque cómico de una
posible futura picardía topó con las primeras declaraciones de la
sesión.
En las siguientes horas su cerebro
ardió a pleno ritmo, con su interior a la zaga. Tan rápido
destripaba y descartaba a seres vacíos, planos y fríos como
icebergs, como se deshacía al ver el inmenso valor de personas que
alzaban sonrisas al exterior ocultando con su cuerpo la cueva de
depravada y cruel miseria que representaba su día a día.
El primer grupo detectaba su mirada
como dictadores ofendidos, y Tylerskar solo tenía que mantenerla un
par de segundos para que la apartasen como si de víboras huyendo se
tratasen.
El segundo grupo conectaba con él a la
velocidad de la luz. Un segundo grupo, curiosamente, mucho más
poblado que el primero.
La terapia avanzó a un ritmo quizá
demasiado precipitado, condicionando a un reducido tiempo una labor
que bien debería haberse extendido a una jornada entera. Todos los
colores posibles del estado de ánimo fueron vistos o dejados
entrever. Hablaron sabios, necios, prepotentes, ilusos, cobardes y
soñadores. A medida que avanzaba la sesión, las buenas personas
cantaban como almejas.
El punto final llegó sin que Tylerskar
supiese muy bien como se encontraba el grupo. Solo podía afirmar que
él se sentía en un entorno poco hostil, que le había dado la
bienvenida apenas reparando en las apariencias, y tratando de
profundizar ahí donde cualquiera solicitaba atención.
Las sonrisas, los apretones de manos y
besos que formaron la improvisada primera despedida le mostraron que
las conexiones que había sentido tenían en realidad eco. Como si
tras el cometa de la empatía que vagó por ese universo, ahora le
llegase el turno a una cola de interés y agradecimiento.
Prácticamente no daba crédito a tanta integridad en un grupo tan
machacado de forma recurrente a lo largo de toda su vida.
La concentración era sólida incluso
cuando, ya en la recepción del piso inferior, acabó de rematar las
formalidades del día.
Aunque fue el mero hecho de pisar la
calle lo que le hizo relajarse de repente y al cien por cien. El
grupo se había dividido en pequeños sectores, An revoloteaba de uno
a otro esquivando el tráfico de transeúntes que atravesaba la
acera, en lo alto el sol aún iluminaba la parte alta de los
edificios que lo envolvían y el Ángel no parecía haber
desarrollado rabo ni cuernos.
<< Parece que todo sigue en orden
dentro de mi... >> Tylerskar aún hacía guardia por si el
Monstruo decidía acometer.
-- ¿Te molesta si te hago una pregunta
personal? -- La desconocida voz lo llenó de interés. Era un joven
y, por sus maneras, con ciertas tablas en temas poco dados a ser
espetados a la primera de cambio.
-- ¡Claro que no, hombre! -- Contestó
rápidamente. Instantes después el chaval se alegraba de haber
acertado en un par de apuestas acerca del horóscopo de Tylerskar.
<< Resulta curioso... >>
pensó, << ... Que de esta mezcla de personas pueda surgir
tanta excelencia a la hora de enfocar a cualquier persona como un ser
humano en sí. >>
Acordado el banquete que se iba a dar
una buena parte del grupo entre la que él mismo estaría, fue
interceptado de camino al mercado por uno de los chavales que parecía
plantar una trampa constante entre su actitud y su mirada.
La conversación los conduciría al
lugar donde todos comerían.
Tylerskar volvió sobre sus pasos,
sonriendo al ver el descuidado jardín del lateral del callejón,
observando más discretamente las fachadas, ya más centrado en las
personas que en los parajes. Al fin y al cabo, eran siempre personas
las que le hacían moverse, sacando lo mejor y lo peor de él.
Sin duda este caso correspondía a la
primera opción.
Capítulo cuarto: Vuelta
Tylerskar repasaba el diario café en
mano. Era una de esas publicaciones gratuitas con las que, recordaba,
varias personas bombardeaban a los transeúntes preferentemente en
las bocas del transporte público subterráneo.
Frente a él una joven aún inmersa en
una tensa pugna con su timidez, mantenía una charla con el flanco
derecho de la mesa, integrado por más mujeres entre las cuales se
contaba incluso una familiar suya.
Sorbió las últimas gotas del amargo
café y arrancó un trozo del diario en el que anotó varias
direcciones electrónicas. La entrega debería romper una
considerable cantidad de hielo. Se levantó instantes después
haciéndose con el paquete de tabaco y se dirigió al exterior.
El día había perdido ya esa aura de
emoción por descubrir.
Ya no solía fantasear con vidas que no
fuesen factibles a corto o medio plazo. Desde luego, la coletilla que
correspondería a despedirse del grupo y recorrer unas pocas paradas
de metro hacia su piso sería la de estúpida fantasía.
-- Se te nota cansado. -- Conciencia
estaba apoyado en la pared, justo a su izquierda. Entrecerraba sus
ojos, como si más que sumido en alguna reflexión, estuviese ante un
puzzle a medio resolver con la sensación de que alguna pieza andaba
mal colocada.
Tylerskar suspiró, asintiendo.
-- Empiezo a estarlo. Se hace tarde y
ya debería estar rumbo a mi trabajo. -- Su turno daba comienzo en
menos de una hora, aunque su retraso ya estaba pactado. Conciencia
apoyó la mano en su hombro y le indicó con un movimiento de cabeza
que mirase hacia el final de la calle en la que se encontraban.
Los altos edificios ocupaban gran parte
del horizonte. La calle desembocaba a una de las grandes avenidas,
aún generosamente transitada por vehículos y gente a pie. Parecía
como si estuviese anocheciendo cuando en realidad la tarde no había
hecho más que empezar. Ni el sol ni el ambiente podían justificar
esa extraña sensación.
-- Ten en cuenta que si desciendes
demasiado rápido, acumularás aún más facturas. -- Conciencia le
hablaba de cerca, casi en voz baja. Y sabía lo que decía. La
tendencia natural de Tylerskar a deshacer todo lo construido de modo
consecutivo constituía uno de los pocos frentes que no estaban bajo
control en la gran batalla que siempre había librado.
<< ¡Maldición! >> Gritó
para sus adentros. << Me estoy desintegrando. Conciencia
siempre suele ser la primera en surgir, antes de la división
definitiva. >> Para cuando salieron un par de personas de su
grupo, ya había logrado sobreponerse al momento, y apuraba el
cigarro dando cortos pasos cerca del árbol que se erguía frente a
la entrada del restaurante.
No demoró mucho su regreso a la mesa.
Descubrió con alegría que las personas que habían recibido sus
direcciones de contacto se mostraban realmente interesadas en
llevarlo a cabo. La chica que se sentaba frente él parecía haber
ganado terreno en su batalla táctica contra la guardia inconsciente
que tan bien se disfrazaba de timidez. A Tylerskar siempre le resultó
curioso en qué grado su percepción mutaba y trataba de atinar más
y más, prácticamente de un modo automatizado.
Hablaron de dibujos y domicilios, de
gustos y variopintas anécdotas. Por un momento pareció que tras
ella había una puerta de madera cálidamente iluminada por un ojo de
buey durante un relajante atardecer. La puerta daría paso a la
habitación de una mujer adolescente, quizá con carteles de famosos,
biblioteca friki y simpáticos peluches.
Sin embargo la puerta estaba cerrada.
Sabía que tan solo se trataba de una
ilusión. Nada más que un oasis retroalimentado por la luz de la
chica y la esperanza que palpitaba en el interior de Tylerskar.
Rompiendo ese papel tan cuidadosamente pegado, uno daría fácilmente
con un vacío, húmedo y glacial: La entrada a la cueva de las mil
desgracias.
A su izquierda, su acompañante a lo
largo del camino que los había conducido a donde se encontraban
entabló conversación. Él no tenía ni puertas ni cuevas detrás.
Puso sobre la mesa una apabullante colección de impactantes
dificultades con la misma facilidad con la que momentos atrás había
depositado su bandeja con el menú.
Reducía a simples evidencias grandes
dilemas, troceándolos con maestría para poder atacar a los pequeños
asuntos resultantes sin piedad cuando el discurso le brindaba
cualquier oportunidad.
<< De modo que ahí has plantado
la trampa, muy astuto. >> A Tylerskar le brilló fugazmente la
mirada. Poco después ponía la guinda a sus reflexiones con respecto
a ese individuo, iniciadas desde el mismo momento en el que lo vio,
ni tirado ni sentado, por primera vez. En efecto, como a tantos
otros, la vida lo había conducido a fabricarse una armadura con la
que poder pasar desapercibido entre los miles de ladrillos en cuerpo
y alma que suelen vagabundear por el mundo sintiendo, por decirlo con
generosidad, que piensan y razonan libremente.
La conversación fue salpicada por
intervenciones del grupo en general, y mientras algunos ya se
levantaban recogiendo sus efectos personales, otros parecían caer
sobre la mesa como flores sin riego que empiezan a languidecer.
Era hora de irse.
Si bien la técnica del último suspiro
tiene su parte de encanto a la hora de coger un tren de ida, en el
caso que ocupaba ahora a An y a su hermano la perdía por completo.
Quedaba, pues, una mezcla de tensión, estrés, vagancia y ofuscada
reflexión.
Eso no privó a Tylerskar de tomar una
decisión acertada alentado por su hermana y el chico con el que más
había tratado a lo largo del día: Irían en metro.
La velocidad a la que se desarrollaron
los siguientes acontecimientos se le antojó vertiginosa. Tras
despedirse con más afecto que formalidad del chico, que tomó un
túnel diferente al suyo, An y Tylerskar dieron el pistoletazo a una
contrarreloj insertando una tarjeta de viajes en el dispositivo de
entrada a las vías.
Ni medio minuto tardaron en verse
envueltos por el traqueteo, infinitamente menos ruidoso que antaño,
del vagón surcando las vías que los conducían a la estructura
subterránea sobre la que se apoyaba la gran estación de trenes.
Recordó cuando girar, qué escaleras
subir de dos en dos y qué puerta metálica escoger. Practicó un
maniático ritual, mil veces ejecutado tiempo atrás, con el
entrecejo fruncido y su mente viajando entre una sensación de frío
reencuentro y otra de pura aflicción.
Validando los billetes ya en el piso
superior, efectuaron un par de caladas por cabeza en una salida
cercana y entraron de nuevo con margen de sobra para situarse en el
lugar adecuado para recibir apaciblemente al tren de regreso.
Un par de nubecillas de humo, que se
deformaban expandiéndose lentamente, conformaron el último rastro
que la ciudad tendría ese día de An y Tylerskar.
No reparó ni en paisajes ni en otros
pasajeros.
Completó la lectura del tomo a medio
terminar dejando segundos de margen para la llegada a la estación
donde iban a recogerles.
Cuando llegó a su puesto de trabajo,
una despedida cargada de complicidad hacia su madre y An lo condujo a
contemplar como una multitud le daba la bienvenida. Y no es que el
día estuviese en camino de reportarle una apoteosis económica.
Stela y Marla detenían su conversación
dirigiendo tanto su mirada como su sonrisa hacia él, mientras que un
grupo de personas en pie en la zona de trabajadores realizaban
idéntico gesto, aunque sin sonrisa de por medio.
Distinguió en un primer vistazo a
Experiencia y a Resolución.
No había ni rastro de Ilusión ni de
Esperanza.
Capítulo quinto: Resaca
No hubo fantasmas en su oscura salida
del puesto de trabajo la madrugada anterior.
Hubo monstruos.
Uno, más bien.
Quizá se relajó demasiado disfrutando
de una nueva iteración de los trillados turnos de noche en su largo
tiempo desempeñada labor. El caso es que tras efectuar las últimas
tareas sabidas de memoria, no era satisfacción lo que le envolvía.
Su mundo interior proyectaba la visión de un planeta listo para ser
lanzado al eco de la eternidad. Y justo bajo esa proyección una
inmensa sombra, que como bien sabía Tylerskar, se trataba de una
invitación personal, única e intransferible.
Así lo entendió cuando, esperando
fuera Experiencia y Resolución, apagó la última de las luces
dispuesto a conectar la alarma del local.
Primer dígito introducido.
<< Permanece alerta los próximos
días. >> Recordó las palabras de Conciencia, justo antes de
perderla de vista al girarse en plena atención a un cliente. Por
mucho que hubiese meditado acerca de ellas, que lo hizo, la
conclusión permanecería inmutable. Conciencia solo se alarmaba
cuando se producían anomalías dentro de su propio ser. Y tan solo
quedaba una anomalía en el tintero. Una sólida, conocida y terrible
anomalía.
Segundo dígito introducido.
-- Vaya, parece que titubeas ante lo
más sencillo, amigo. Ve a casa y duerme, la lucha continuará
mañana. -- Rectitud se dirigió a él quizá en el momento más
oportuno, congelando su acelerado pulso para que mantuviese el punto
exacto de tensión, a medio paso de perder la calma.
A su derecha sintió la presencia de
otro individuo. De hecho llevaba sintiéndola desde que entró en su
puesto de trabajo tras despedirse de An y su madre.
Tercer dígito introducido.
Tecleó el resto de la tira e inició
un certera y rauda trayectoria hacia la salida. El flash que le
permitió pensar que había visto a un hombre con una amplia sonrisa
perforándole con la mirada, sumido en total oscuridad, le hizo
acelerar quizá aún más.
Con el pulso regresando a la
normalidad, completó el camino a casa, donde se encontraba Stela,
esa cegadora luz que tan rápido curaba todas sus heridas y esparcía
cualquiera de sus temores.
Ya bien entrado el día siguiente,
percibía todo en cuanto detenía su atención como una perfecta
manifestación de calma. Sin paz, sin seres vivos o muertos, sin
pasado, futuro ni existencia. Hacía tiempo que sabía interpretar
cuando se avecinaba una tormenta, y en que grado aproximado lo
castigaría. Esta prometía ser de las gordas.
El vendaval de faena que su trabajo le
proporcionó, así como sus comunes quehaceres domésticos, quizá
prepararon aún con más maña el terreno.
Había tres señales en el blanco plano
cuadrimensional que lo contenía cuando pisó la calle libre de
ataduras, listo para tomar ese algo que se le antojaba generoso.
Una era Marla, cuyo rostro permanecía
distorsionado en su interior desde la ya lejana extinción de dos
plantas. Otra, su castigado vientre, pues los golpes que la gran
ciudad le había propinado habían sido constantes y severos. Por
último un pequeño cubo, del que solo tuvo que atisbar un par de
costados para revivir buena parte de su pasado e intuir una buena
porción de futuro reciente.
-- Quizá se trate de un pasado
alterado, es imposible vislumbrar en tan poco tiempo todo cuanto
aconteció, en su inmensa plenitud. -- Experiencia jadeaba. El ritmo
que imprimía Tylerskar a su marcha le resultaba exigente. No
obstante prosiguió con su cháchara: -- ¿Y qué me dices de ese
futuro de juguete, no ves que te la está volviendo a jugar? --
La mirada que le fue devuelta como
respuesta dejó a Experiencia clavado, con los gordos mofletes tan
caídos como su vencida mirada.
Tylerskar sonrió, de nuevo a solas, a
pocos metros de llegar al lugar donde había quedado.
-- Me recuerdas a mi en tus andares,
colega. -- A Resolución resultaría más difícil sacárselo de
encima.
-- Oh, que gran honor. -- Respondió en
tono amistoso sin dirigirle la mirada. -- Ayer fue un día increíble,
¿verdad? -- Lanzó una carcajada al cielo cortando toda respuesta y
prosiguiendo el improvisado monólogo en forma de taladro: -- ¡Tenías
toda la razón ayer de camino a la estación! -- Las carcajadas se
fueron multiplicando hasta que, finalmente, puso la mirada en los
ojos de su viejo compañero, dedicándole una última frase.
Resolución contestó de inmediato.
-- Esta ya no es tu vida. Disfruta
cuanto desees, solo lograrás entorpecerlo todo. -- Su mirada era
altiva, cargada de prepotencia y fanfarronería.
-- Veremos que dices a la quinta
cerveza. -- Tylerskar hizo aparecer parte de su dentadura izquierda
de lo amplia que lució su agresiva sonrisa. Sentía como si su
mirada pudiese atravesar Dioses.
Media hora más tarde ingería su
primera gran jarra de cerveza.
Resolución acababa de irse del local,
negando para sus adentros como el maldito fracasado que siempre fue.
<< Justo cuando iba a acabar de beberme de golpe esa bomba de
relojería alcohólica... >> Pensaba divertido Tylerskar. A su
lado, Marla trataba de jugar a hacer cabriolas con las bolas de
reencontrarse del todo con su amigo, ponerle al día y lidiar con el
alcohol a tan temprana hora.
Él se sentía tan cómodo que incluso
meditaba llevar al local los cuerpos de Esperanza e Ilusión, de
nuevo sedados y secuestrados. A nadie debería resultarle incómodo
ver como se tortura a seres que son legítima propiedad de uno mismo,
más cuando condicionaron su vida a un cantado fracaso que les haría
arrastrarse para los restos.
Sin embargo, lo que hizo fue seguir
bebiendo, todo lo que pudo y un poco más.
Tras eso, solo tenía que acudir al
servicio y camelar al personal para volver a la cojonuda carga.
<< ¿Por qué no camelar al
servicio y mear sobre el personal? >> Se partía el culo con
sus propios pensamientos. Solicitaba demoledoras canciones que
Esperanza e Ilusión adoraban, para brindar a su discutible salud.
Fumaba en tiempo récord, en pleno centro de poblado, con todo su
interior clamando por alcohol como si se tratase de un inmenso patio
en el mismísimo centro del Tercer Reich clamando por la supremacía
de un Führer inmortal. Y sentía, volvía a sentir, que su mirada
reflejaba todas esas escenas.
Durante el enésimo pitillo que se
consumía en sus manos, vio más sombras que la de Marla en el
interior del local. Rápidamente maldijo para sus adentros.
Experiencia y Resolución no se rendían nunca, y había perdido de
vista a Rectitud, lo cual implicaba que permanecía oculta dentro de
él.
-- ¡Púdrete zorra! -- Exclamó en
plena calle, sin ser consciente de si había o no alguien más a su
alrededor. Entró en el local como un huracán y agotó todo su
dinero en un vendaval de alcohol con el que podría ver la puta
reunión de monstruos justo como lo que había sido: Una trampa para
reactivar su inhumano dolor.
Flashes. Risas histéricas frente a
perplejas miradas de camareros que incluso le hacían pasar al
interior de la barra incrédulos de que estuviesen ante algo
diferente a un gran tipo. Hamacas invisibles sobre las que lanzarse
en el suelo del local. Llamadas de Stela, respondidas con la
efusividad del que da con el secreto de la eternidad.
Llamaradas. Fuego manando de sus
órbitas y escalando las paredes del local hasta calcinar el pueblo
entero.
Despertó vestido, tirado en el sofá.
No recordaba nada.
Tan solo ese espléndido local, cuyo
techo emulaba a una cueva y el resto un futurista interior de
vivienda minimalista.
Su vida se le presentaba como un
devastado campo de batalla.
A duras penas se duchó e hizo con
Marla el camino al puesto de trabajo.
Tan sólo los cafés y bebidas
energéticas lograban que mantuviese cierta rectitud y resolución en
su paso. No albergaba experiencia alguna en su memoria de la noche
anterior, ni siquiera cuando bien entrada la mañana solía llegarle
toda la inspiración necesaria para lanzarse al océano de sus
reflexiones diarias.
El campo devastado seguía ahí, como
una foto inmóvil que quiere desgastarse con el paso de los siglos.
Fue mediante testimonios que logró
recuperar varios flashbacks de lo que el Monstruo logró, libre de
ataduras y furioso. Supo horrorizado que quiso ir solo a casa, que
interceptó a un taxista por el camino, que Stela lloraba y él no
cesaba en su empeño de gritar más y más alto. Que Marla se
apartaba de la escena mientras en su boca se mezclaban los conceptos
descontento, Barcelona, whisky, putas y futuro.
Tylerskar, doblado, trabajó como pudo,
y se arrastró a su casa a caerse, preferiblemente, muerto.
La figura que lo esperaba en pie a su
llegada no se lo permitió.
-- ¿Contento? -- El tono de Conciencia
le puso un nudo en la garganta del tamaño de una pelota de golf. Se
limitó a contestar manteniendo la mirada fija en sus indescifrables
ojos.
-- No podremos protegerte mucho más si
sigues dándole rienda suelta. -- Su discurso parecía cargado de
paciencia y comprensión. Apoyó la mano en su hombro, como el día
anterior. -- Vamos, tienes que descansar. -- Tylerskar se dirigió al
interior de su casa, abatido. Resolución miraba por la ventana, gris
y alicaído. Experiencia le giraba la cara, secando sus humedecidos
ojos con la vista clavada en la improvisada biblioteca del piso
inferior. No tuvo que buscar a Rectitud, pues sabía que de no ser
por ella ahora mismo se encontraría en una situación mucho peor.
Cada vez que ocurría, el Monstruo se llevaba a alguien con él.
Y ya iban tres.
En el lúgubre silencio del hogar,
Tylerskar no podía agarrarse a ningún pasado, enorgullecerse de
ningún apartado del presente ni contemplar junto a Esperanza e
Ilusión los cielos del futuro.
Pero sí podía asir una última cosa.
Frente al teclado, con las manos firmes
sobre él, tecleó lo que acontecería como su refugio, homenaje,
sedante, asidero, disculpa y advertencia. Sería todas esas cosas.
Mientras una nueva mañana cuajaba en
el exterior, imaginó como un grupo de personas partían paseo
arriba.
Sería una curiosa historia.
Un viaje de ida y vuelta.
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