jueves, 5 de septiembre de 2013

Viaje de ida y vuelta



 Capítulo primero: Ida                      


El sol brillaba con una intensidad que prácticamente había olvidado.
A primera hora de la mañana, un grupo de personas caminaba con la cálida esperanza del que se sabe protagonista de un día estupendo.
An caminaba exaltada en dirección a la estación ferroviaria. A su lado, un individuo sumido en una gran concentración escuchaba la animada conversación de las personas que le seguían pisándole los talones.
Literalmente.
-- Oops, perdona macho. -- Resolución se disculpó por el pisotón y prosiguió con sus asuntos con Conciencia y Experiencia. -- Como os iba diciendo, hoy va a ser un día alucinante. Cuando el corazón me late de esta manera no puede tratarse de nada más. --
Experiencia incluso le pegó un codazo a Conciencia al agarrarse los tirantes y emitir la primera gran carcajada del día. -- Bueno, bueno, no son pocas las excepciones a las que tu fuerte latido ha ido asociado. En la universidad, sin ir más lejos... -- Resolución entro en su característica cadena de sonidos extraños, lo cual indicaba inequívocamente que se mofaba de Experiencia imitando a unos pajaritos bocazas con sus manos.
En primera fila, el individuo giró su rostro para tranquilizar a An en el siempre emocionante aspecto de coger un tren en el último suspiro, viendo de refilón el severo rostro de Conciencia. Concentrado, además. La empatía que sentía con él era, de nuevo, sólida.

Las agujas del gran reloj de la estación les dieron la bienvenida con margen de sobra para poder permitirse incluso hacerse con unos buenos cafés matutinos. An se despidió del pueblo fabricando la curiosa escena del río que avanza lentamente, mediante los restos de su café y una papelera con bolsa rota.
Se encontraban solos en la misma puerta donde el tenso sujeto tantas veces se había despedido tiempo atrás. Casi en otra vida.
Se llamaba Tylerskar.
-- Vamos a posicionarnos, tiene pinta de que va a ser complicado. -- An asintió y entraron en el vagón. Mientras la mirada de Tylerskar repasaba asientos y más asientos ocupados, su hermana ya tenía la mano apoyada en el respaldo de un par de ellos libres.
Se trataba de una doble distribución cuádruple.
Ahí estaban ya Conciencia, con la mirada clavada en el horizonte al que se dirigían, Resolución, sumido en sus pensamientos y a la espera, Experiencia, que no paraba de sonreír asintiendo a todo aquel que le dirigiese una mirada y otros tres individuos a los que no quiso prestar atención.
El encendido del mp3 de An coincidió con la apertura de uno de los tomos con los que Tylerskar se había armado en previsión de la jornada.

El lápiz comenzó a dibujar las primeras paradas. Pasó por los cenagales donde tanta imaginación había empleado. Supo con certeza en qué punto aparecería el misterioso muelle, cuando los túneles darían paso a los acantilados lamidos por el mar. El sonido, el ambiente y el paso del tiempo fluían a través de él como si no existiese plano físico.
Pero no alzó la mirada.
Se permitió, eso sí, un rápido vistazo a sus compañeros. Identificó a Ilusión y a Esperanza. Espléndidas, hermosas a rabiar, como siempre. Temeroso de ser pillado, apenas se entretuvo en sus elegantes ropajes, sus cálidas miradas o la paz que desprendían sus auras.
Le dio un vuelco el corazón al ver al último integrante de la excursión.

Incluso en su pensamiento más profundo ese nombre sonaba pesado.
¿Como había podido ser invitado? La amarga sonrisa que su mundo interior le devolvió como respuesta eliminaba la necesidad de teoría alguna.
Regresó al libro.
An descansaba adormilada.
Sintió como su corazón se relajaba de nuevo, mientras por el rabillo del ojo contempló como la distribución de asientos menguaba, acercando a sus compañeros hacia él. Poco a poco, pero de modo constante.
Quiso dirigirse a Resolución o llamar la atención de Experiencia, sin embargo a su derecha algo llamó su atención. Eran esos edificios... Tras los cuales un recto camino conducía a los barrios cuyo plano permanecía tatuado a fuego en algún lugar de él.

Un instante bastó para percatarse de que frente a él había un puñado de desconocidos, que algunos ya se levantaban, que An se despertaba para ponerse en camino y que la estación destino estaba a segundos de su posición.
El tren se coló en el túnel del mismo modo que los compañeros de Tylerskar se fusionaron con él: Atravesando a gran velocidad una mezcla de luz artificial y oscuridad.
La concentración absoluta había regresado a él, que recorrió junto a su hermana andenes y estrechos pasillos, sorteando pequeñas multitudes y ascendiendo hasta llegar a las puertas de la gran estación.

No obstante, no solo albergaba concentración. La visión del quinto edificio consecutivo de más de quince plantas le arrancó una sonrisa. El ambiente, el oxígeno que impregnaba, la mente desbocada buscando ramificaciones perdidas y desconocidas, ampliaron esa mueca hasta entrecerrar sus ojos y obligarle a dirigir la mirada al suelo.
Sintió que no tenía que analizar a sus compañeros uno por uno para obtener un estado emocional. Tylerskar se sintió a sí mismo, indivisible, de repente.

Encendiendo un cigarro y acercando otro a An, se vio a si mismo en un espejo invisible. Con los tirantes de Experiencia y su barrigón de tanta hambre saciada.
Con la firmeza en el paso de Resolución, así como su fría mirada.
Con la inocencia de Ilusión, no tan protegida como debería estar.
Con la paz interior de Esperanza... Que siempre parecía vivir al pie de esa cascada escondida en el bosque con la que tanto soñaba.
 Cerca de Conciencia y, sin embargo, con el Monstruo siguiendo el rastro.

Prácticamente todo su interior lo condujo a asomar una ínfima sonrisa en la comisura de sus labios, mientras dirigía su mirada a lo lejos, a través de cualquiera de las inmensas avenidas.

-- ¡Este es el bar a sonde solemos ir con la mama y la Finuchi! -- Exclamó An. Tanto ella como el sol brillaban de un modo espléndido ya tocando el mediodía.
A Tylerskar se le hizo extraño dirigir tanto afecto hacia ella. Más por el lugar que por el hecho. Siempre pensó que jamás podría volver a sentir nada puro en ese lugar.
Mientras la gente los envolvía y la pareja iba dando forma a su camino a través de un sinfín de tráfico y bendito caos, la mirada de Tylerskar mutaba a cada centésima.

Ni el más demencial cúmulo de recuerdos recuperados, esperanzas contra las cuerdas, destructiva melancolía o gigantescas olas de llanto reprimido podría tumbar al plan que tiempo atrás pactaron Conciencia, Resolución y Experiencia.
Cuando vieron los cuerpos violados y medio mutilados de Ilusión y Esperanza, cuando Tylerskar se convirtió en un exiliado y dejó de ser un solo individuo, se hicieron una serie de promesas.
Una de ellas garantizaba que días como este serían aprovechados.
Las operaciones pendientes de las dos víctimas, esa era la verdadera causa del día a día en el que se encontraba volcado.

-- Vayamos por allí. Hace un día estupendo y querría que me diese el sol. -- Debía de sonar realmente extraña su predisposición a caminar por la senda más iluminada.
An y Tylerskar caminaron envueltos por algo que a ambos los llenaba de misteriosas sensaciones, tan agradables como agridulces.
No obstante, las risas no cesaron hasta ver a lo lejos la fachada donde iba a acontecer el evento que los había conducido hasta esa ciudad.

Barcelona City.



Capítulo segundo: Llegada 



Si un bohemio hubiese estado tirado al pie de la Torre Eiffel, componiendo su canción mirando a la vida, como mucho hubiese lamido el suelo en el que Tylerskar se encontraba.

A su alrededor todo era como una infinita montaña de golosinas para un niño de los de antaño.
Como cambiar la pobreza y una familia estricta por un parque acuático eternamente gratuito.
Pensaba.
A medio camino entre el arrepentimiento y la esperanza de lo venidero, vagaba meditando acerca del fascinante instante que estaba viviendo. Ahí estaban los edificios y los pequeños kioskos, las personas deambulando con sus quehaceres bajo el brazo. Todas ancladas en algún lugar de ese maravilloso océano de trillones de gotas de variables acontecimientos. Tan rápido topaba con un tejado que prácticamente no podía discernir, como con un personaje vestido con atuendos que rara vez podrían pasar desapercibidos en cualquier otro lugar que hubiese conocido.
Pensaba en los lugares que ya conocía, en las ramificaciones subterráneas sabidas de memoria. Pensaba y pensaba, descartando lo que su experiencia le indicaba, saboreando lo que su ilusión señalaba y... Cayendo en los pozos que su perdida esperanza vio un día como cielos estrellados.

Recorría su primera universidad mientras caminaba recién nacido por las calles cercanas a Sants.
Nadaba evitando el ahogo entre las olas de la vida nocturna mientras sobrevolaba sumido en un sedante planeo los tejados de la vida que siempre querría vivir.

-- ¡No tengo ni idea de por donde es! -- An lo sacó de su estupor manifestando cierta alarma.
-- A ver, has hecho el camino varias veces, piensa, fijo que te acuerdas más o menos de que dirección debemos tomar. -- Era imposible ocultar del todo la tímida sonrisa, perderse allí era como no encontrar el rumbo en pleno paraíso. Segundos más tarde An pareció recobrar la orientación.
-- ¡Vale vale! Es en esa dirección. La calle pequeñita diría yo. -- Dijo señalando a una bifurcación que condensaba una calle en obras y una gran avenida.

Caminaron a través de varias manzanas. Tylerskar recibía cada empleado de Prosegur, cada paloma, cada anciana torpe en el paso, como algo diferente, desconocido, exquisito. Pues los edificios proyectaban sombras sobre ellos. La inmensidad les dotaba de una actitud diferente ante su entorno. Chocaban visualmente con él como una bola blanca de billar logrando el golpe ganador.
Pensó efectuando una exteriormente incomprensible mueca de descontento.
El callejón se estrechaba y, sin embargo, los meros cruces sin rotonda lo saciaban. Lo alimentaban como si a un muerto de hambre se le lanzase a un charco de judías con ajo y perejil. Sin embargo, frenó su ánimo. Agarró un pitillo y, mientras prendía su extremo, oteó por encima de su mano como la vida era exactamente igual para esas personas que para todas las que conocía de su pueblo.
El misticismo, la exageración y todo lo divino desde el punto de vista humano ya le hicieron el especial regalo. Y no pretendía volver a merecer ninguno más.
De modo que se portaría como un niño malo.
Expulsó el humo del Marlboro corto y su mirada recuperó ese atisbo de flecha apoyada en tenso arco. Había cambiado su hábitat, se sentía cómodo. Como si ese día fuese el primero de su vida y acabase en pocas horas, descartó posar su atención en las personas, y dejó en la mezcla a su hermana y a su ciudad.

-- Oye An, vayamos por allí abajo. -- Espetó de buenas a primeras mientras An empezaba a caminar de un oscilante modo que recordaría fácilmente a un borracho de no ser por su mirada poco amistosa.
-- ¡Pero que nos vamos a perder! -- Dejó ir con ojos de personaje infantil de Walt Disney.
-- Tranquila, joder, ¿no ves que las calles son paralelas? -- Tylerskar tampoco lo tenía muy claro, por no decir nada claro, pero siempre gustó de apostar por cualquier gilipollez. Continuó con la presión, llevándola un poquito más adelante. -- Además, vamos sobrados de tiempo, siempre podemos volver atrás. Mira que vistas parece tener esa avenida. -- Podría pensarse que resulta lastimoso que no existan los smileys lejos del teclado, pero los ojos de Tylerskar y los de un Shin Chan ilusionado supondrían, juntos, un nivel extremadamente difícil en el juego de las siete diferencias.


Caminaron por la soleada y gran avenida. Sorprendiéndose con cada aleatorio suceso que la ciudad parecía destilar a lo largo de todas las horas de cualquier jornada, avanzaron hasta torcer por una calle al, en teoría, punto deseado. Pocas maldiciones después, An se orientó.
A cien metros se imponía la rojiza fachada de su destino real.
Tylerskar moría de regozijo y de dolor.
Avanzaba a través de inmensas calles enanas a ojos del resto de personas, contemplando edificios de maravillosa y añeja construcción, parques donde pasaría semanas enteras y una actividad en los paseantes tan solo equiparable al estrés que emanaban.
<< Como hormigas que, por mero instinto, sin percatarse, construyen una ciudad de ensueño a cada instante que transcurre. Como si, alentados por un Dios noble que los apremia para blasfemar contra él, diese el conjunto con... >>
-- Esa es la uni de arquitectura, ¿Sabes? -- Tylerskar miró a An meditabundo.
-- Creo que en realidad está en la Diagonal, aunque no estoy seguro. Diría que bajando de la UPC te estrellas cruzando la carretera con las facultades de arquitectura e ingeniería mecánica, y más abajo se encuentra la de mates... -- Hablar le hacía hervir la sangre reabriendo heridas a medio curar. Excursiones de instituto visitando la facultad de arquitectura mientras planeaba sonriente su próxima llegada a la zona. Amargas jornadas regateando décimas para lograr suspensos en los barracones que daban la bienvenida a la zona matemática. El día a día en la univ...
-- Puede ser, ni idea. -- An inhaló profundamente, mientras Tylerskar sentía como era recuperado de un lugar al que no quería acceder en ese preciso instante.

Iban a cruzar un edificio por dentro.
Tan rápido se vio queriendo tocar un descuidado jardín ubicado en un canal de ladrillo conformando el lateral de un callejón, como tendiendo a mantener la boca abierta ante la fachada de otra añeja facultad universitaria. Sintió que se acercaba el momento de topar con el destino.
An aún especulaba con lo extraño de la situación.
<< Es totalmente lógico. >> Pensó Tylerskar. << No se muestra al monstruo en su plenitud a un ser querido y se espera que le vea a uno limpiamente. >>

-- ¡Madre mía cuando estés dentro! Es que como me mires me parto hasta que acabe la sesión. -- An se descojonaba a un ritmo apenas distante al de su hermano.

Pasaron entre los edificios, cruzando incluso un mercado con una certera ruta premeditada por An que les hizo ver de reojo la atracción de lugar: Un hombre mitificado como el carnicero más sexy de la historia. A Tylerskar más bien le pareció un soplapollas con acné sin demasiado futuro aunque, eso sí, cara guapetona.

Al salir del mercado la calle medio en obras, el gigantesco Ángel que presidía el edificio de enfrente, los compañeros a los que saludó su hermana y la multitud que se agolpaba ante un semáforo peatonal en rojo lo pusieron en guardia.

-- ¿Que ocurre, chico? -- La voz de Conciencia lo hizo cruzar a toda prisa sorteando la amenaza de posible tráfico. Esa maniobra secó sus lágrimas antes de que aparecieran.
Al otro lado de la acera miró a su hermana, y sonrió a los dos desconocidos que seguramente acudían al acto que había llevado a Tylerskar a ese lugar.
Pensó.

Una puta reunión de enfermos... Dijo una vez el monstruo cuya posición ahora mismo desconocía.
Lo dijo ante el propio dilema de Tylerskar, y bien sabía éste último que gran parte de la sociedad adoró al Monstruo y a toda la parafernalia dialéctica que a él hubo asociada.

-- Una terapia para gente sana. -- Pronunció en un susurro rodeado de gente.
Su mirada estaba clavada en su hermana y su núcleo.
De haber podido lanzarles algo a través del tráfico... Hubiese sido una rosa.

No necesitó alzar la mirada a lo alto del edificio de su derecha.
Supo perfectamente que el Ángel le daba la bienvenida, recto y exigente.


Capítulo tercero: Terapia


Una fría ventolera sacudía a ráfagas el pelo de An, mientras el sol salpicaba aquí y allá a todos cuantos poblaban la terraza del bar. Ella sorbía su segundo café con leche mientras Tylerskar suspiraba relajado, mediana en mano, con la vista puesta en la incesante actividad que se dibujaba a su alrededor.

-- Ni te imaginas como llegué a odiar al cura de Pozos de ambición... -- Estaban peinando varios títulos cinematográficos desde hacía ya varios minutos.
-- ¡Yo te absuelvo! -- Exclamó Tylerskar alzando los brazos. -- ¡Yo te absuelvo, padre! -- Insistía en la representación de la escena en la que un loco de poder se enzarzaba en una lamentable y furiosa disputa con un igual. Apoteósicamente ebrio, le lanzaba bolos a su rival estando éste en plena pista, forjando así el impagable final del ciclo vital de todo aquel que vive demasiado cerca de las sombras.
<< Eso me suena...>> Pensaba en plena actuación mientras saboreaba la cerveza. Él mismo dejó en el pasado varias escenas dignas de ser consideradas mucho más lamentables que la que le ocupaba.

Se acercaba la hora de la terapia y, aunque tan solo tenían que girar una cercana esquina, decidieron ponerse en pie.
-- ¡Espera que tengo pipi! -- Exclamó An en ese tono que provocaba que rara vez uno pudiese permanecer con rostro serio.
-- De acuerdo, aquí estaré. -- Respondió su hermano, quedando solo, sentado en una terraza a las puertas de un mercado improvisado, con una cerveza vacía frente a él. La gitana seguía tirada frente al portal de al lado del bar, amamantando a su “veteasaberésimo” criajo. Estudiantes con sus carpetas, mujeres con impoluta bata blanca, hombres trajeados más bien al trote que caminando. Entre cada par de pestañeos la escena mutaba por completo, más aún cuando el cercano semáforo en el que estuvo parado anteriormente generaba nuevas oleadas de personas.

An ya salía resuelta a echar mano de su chaqueta cuando Tylerskar recobró su concentración por completo. Era la hora. Se levantó, torció la esquina y escuchó como su hermana efectuaba la primera apuesta de esa índole en particular: ¿Se trataba la mujer que caminaba frente a ellos, armada con tacón y minifalda, de una integrante de la terapia?
-- Tiene toda la pinta. -- Respondió sin titubeo alguno. Encendieron unos nuevos pitillos y en cuestión de segundos ya se encontraban rodeados por personas de porte tenso y pinta de sentirse carne fresca en un operativo aunque abandonado parque jurásico.
Ya había sido informado de la especial condición del par de desconocidos con los que su hermana había entablado conversación frente al semáforo, de modo que pudo ahorrarse mucha paja mental cuando aparecieron de nuevo, esta vez dedicando miradas más profundas al sujeto ya armado con una indescifrable cara de poker.
-- No podrán tirar para atrás lo conseguido. -- Argumentaba el hombre de la corta barba. Tylerskar no le veía sentido al hecho de practicarle una imaginaria regresión facial. Se le veía más entero que muchas de las personas sin verdaderos problemas que conocía. Así pues, no dudó en entrar en la conversación dejando la guardia a un lado.
-- Un cambio hacia el lado diestro de la política dudo que dejase las cosas tal y como están. -- Sus palabras le recordaron de inmediato que bien haría en suavizar sus pensamientos si no quería causar estragos al interior de cualquier persona dubitativa con la que pudiese toparse a lo largo de esa jornada. De modo que sonrió a la chica de al lado del hombre con el que hablaba, sabedor de que se trataba de su pareja sentimental.
-- Aunque, por suerte, los avances médicos no nacen y viven únicamente en este país. -- La chica llamaba su curiosidad. Eso bien podría significar que estaba destrozada por dentro o bien que emanaba desde idéntico lugar un brillo excepcional. << Lo más probable es que se trate de ambas cosas a la vez. >> Meditó mientras apuraba el corto pitillo. Al proyectarlo hacia la base del árbol a un par de metros de su posición, su mirada recorrió velozmente la escena de la diana lograda por la colilla, la anciana jorobada que se armaba de valor para cruzar la calle, las parabólicas de los octavos pisos del edificio de enfrente y la parte alta de la fachada de una iglesia ahora más cercana a él. Asintiendo, tanto saludó a la alada figura de piedra colgada en lo alto como regresó a la conversación que en realidad no había llegado a abandonar.
-- El doctor del que os hablo es realmente bueno. -- El hombre de la perilla seguía hablando como si se abriese paso por una jungla machete en mano. Si bien su mirada eludía a menudo contacto con sus interlocutores, se fijaba con contundencia en ciertos lugares de su entorno cercano cuando dotaba de trascendencia a partes de su diálogo.
-- ¿Es aquí, aquí es donde se hace la terapia de grupo? -- Una recién llegada llamó inmediatamente la atención de todos, que rápidamente le dieron la bienvenida mientras Tylerskar se retiraba de modo apenas perceptible de la escena. Era una mujer de mediana edad, con aspecto de poder retratar su interior inmediato como un niña con una piruleta de ocho palmos.
Fueron llegando más y más personas, todas tan diferentes entre ellas como si se tratase de comparar una estrella con una luciérnaga, una nube con un botijo o una patata con un cadáver. En el fondo, muy en el fondo, se abrazaban en una única semejanza, capaz de conducirlos a todos y cada uno de ellos a esa sesión a la que muchos ya se dirigían.
An se había informado en el interior y ya estaba todo preparado, de modo que atravesaron las puertas de apertura automática y subieron las escaleras en dirección a la sala pertinente. El quinto peldaño pisado por ella hizo que dirigiese su vista hacia su hermano con la típica media sonrisa que se sabe carcajada, escogiendo éste último la evasión total y absoluta del acontecimiento, sabedor de que no era precisamente el cachondeo lo que debían lucir en las próximas horas.
Se permitió, eso sí, un veloz suspiró de feliz reflexión al ver como An nadaba en su salsa de un modo grácil y prácticamente exento de dolor.

La sala era enana, y ya había unas diez personas en su interior cuando Tylerskar y su hermana pisaron la primera baldosa. La cantada de rigor, consistente en sentarse ambos en los asientos de los expertos, le fue de perlas para repasar uno a uno a los asistentes ya acomodados y en espera. Sonrió en primer lugar a un par de chavales más bien tirados que sentados en lo alto de una mesa despejada. Tenían una actitud de extrema relajación, casi rozando la provocación, aunque su mirada no lucía especialmente sucia.
Y así fue como, intercalando sonrisas a desconocidos con ráfagas de cortos comentarios con An, Tylerskar obtuvo una primera sensación de calidez en ese entorno mientras montaba en un rincón el espacio donde pasaría junto a su hermana las siguientes horas.
-- Buenos días a todos. -- La voz le indicó a ciencia cierta que la dirección, por llamarla de algún modo, del evento había llegado. Dirigió la vista a la puerta, donde contempló a un par de mujeres ataviadas con batas blancas. Tomaron asiento, luciendo la de menor estatura y oscura cabellera sonrisas a todos los presentes, mientras que la altiva rubia inició el ciclo, que ya nunca se detendría, de hacer callar con cara amarga a todo aquel que no pusiese su cordura en sus viejas manos.
Mientras media docena de personas seguía entrando gradualmente en la sala, llegaron a manos de An y Tylerskar documentos de confidencialidad. << ¿Que absurda situación me llevaría a querer airear lo que vaya a escuchar en esta sala? >> Pensó mientras detectaba que la fecha del documento los situaba con más de tres años de antigüedad.
Su sonrisa ante el toque cómico de una posible futura picardía topó con las primeras declaraciones de la sesión.

En las siguientes horas su cerebro ardió a pleno ritmo, con su interior a la zaga. Tan rápido destripaba y descartaba a seres vacíos, planos y fríos como icebergs, como se deshacía al ver el inmenso valor de personas que alzaban sonrisas al exterior ocultando con su cuerpo la cueva de depravada y cruel miseria que representaba su día a día.
El primer grupo detectaba su mirada como dictadores ofendidos, y Tylerskar solo tenía que mantenerla un par de segundos para que la apartasen como si de víboras huyendo se tratasen.
El segundo grupo conectaba con él a la velocidad de la luz. Un segundo grupo, curiosamente, mucho más poblado que el primero.
La terapia avanzó a un ritmo quizá demasiado precipitado, condicionando a un reducido tiempo una labor que bien debería haberse extendido a una jornada entera. Todos los colores posibles del estado de ánimo fueron vistos o dejados entrever. Hablaron sabios, necios, prepotentes, ilusos, cobardes y soñadores. A medida que avanzaba la sesión, las buenas personas cantaban como almejas.
El punto final llegó sin que Tylerskar supiese muy bien como se encontraba el grupo. Solo podía afirmar que él se sentía en un entorno poco hostil, que le había dado la bienvenida apenas reparando en las apariencias, y tratando de profundizar ahí donde cualquiera solicitaba atención.

Las sonrisas, los apretones de manos y besos que formaron la improvisada primera despedida le mostraron que las conexiones que había sentido tenían en realidad eco. Como si tras el cometa de la empatía que vagó por ese universo, ahora le llegase el turno a una cola de interés y agradecimiento. Prácticamente no daba crédito a tanta integridad en un grupo tan machacado de forma recurrente a lo largo de toda su vida.
La concentración era sólida incluso cuando, ya en la recepción del piso inferior, acabó de rematar las formalidades del día.
Aunque fue el mero hecho de pisar la calle lo que le hizo relajarse de repente y al cien por cien. El grupo se había dividido en pequeños sectores, An revoloteaba de uno a otro esquivando el tráfico de transeúntes que atravesaba la acera, en lo alto el sol aún iluminaba la parte alta de los edificios que lo envolvían y el Ángel no parecía haber desarrollado rabo ni cuernos.
<< Parece que todo sigue en orden dentro de mi... >> Tylerskar aún hacía guardia por si el Monstruo decidía acometer.
-- ¿Te molesta si te hago una pregunta personal? -- La desconocida voz lo llenó de interés. Era un joven y, por sus maneras, con ciertas tablas en temas poco dados a ser espetados a la primera de cambio.
-- ¡Claro que no, hombre! -- Contestó rápidamente. Instantes después el chaval se alegraba de haber acertado en un par de apuestas acerca del horóscopo de Tylerskar.
<< Resulta curioso... >> pensó, << ... Que de esta mezcla de personas pueda surgir tanta excelencia a la hora de enfocar a cualquier persona como un ser humano en sí. >>

Acordado el banquete que se iba a dar una buena parte del grupo entre la que él mismo estaría, fue interceptado de camino al mercado por uno de los chavales que parecía plantar una trampa constante entre su actitud y su mirada.

La conversación los conduciría al lugar donde todos comerían.
Tylerskar volvió sobre sus pasos, sonriendo al ver el descuidado jardín del lateral del callejón, observando más discretamente las fachadas, ya más centrado en las personas que en los parajes. Al fin y al cabo, eran siempre personas las que le hacían moverse, sacando lo mejor y lo peor de él.

Sin duda este caso correspondía a la primera opción.


Capítulo cuarto: Vuelta


Tylerskar repasaba el diario café en mano. Era una de esas publicaciones gratuitas con las que, recordaba, varias personas bombardeaban a los transeúntes preferentemente en las bocas del transporte público subterráneo.
Frente a él una joven aún inmersa en una tensa pugna con su timidez, mantenía una charla con el flanco derecho de la mesa, integrado por más mujeres entre las cuales se contaba incluso una familiar suya.
Sorbió las últimas gotas del amargo café y arrancó un trozo del diario en el que anotó varias direcciones electrónicas. La entrega debería romper una considerable cantidad de hielo. Se levantó instantes después haciéndose con el paquete de tabaco y se dirigió al exterior.

El día había perdido ya esa aura de emoción por descubrir.
Ya no solía fantasear con vidas que no fuesen factibles a corto o medio plazo. Desde luego, la coletilla que correspondería a despedirse del grupo y recorrer unas pocas paradas de metro hacia su piso sería la de estúpida fantasía.
-- Se te nota cansado. -- Conciencia estaba apoyado en la pared, justo a su izquierda. Entrecerraba sus ojos, como si más que sumido en alguna reflexión, estuviese ante un puzzle a medio resolver con la sensación de que alguna pieza andaba mal colocada.
Tylerskar suspiró, asintiendo.
-- Empiezo a estarlo. Se hace tarde y ya debería estar rumbo a mi trabajo. -- Su turno daba comienzo en menos de una hora, aunque su retraso ya estaba pactado. Conciencia apoyó la mano en su hombro y le indicó con un movimiento de cabeza que mirase hacia el final de la calle en la que se encontraban.
Los altos edificios ocupaban gran parte del horizonte. La calle desembocaba a una de las grandes avenidas, aún generosamente transitada por vehículos y gente a pie. Parecía como si estuviese anocheciendo cuando en realidad la tarde no había hecho más que empezar. Ni el sol ni el ambiente podían justificar esa extraña sensación.
-- Ten en cuenta que si desciendes demasiado rápido, acumularás aún más facturas. -- Conciencia le hablaba de cerca, casi en voz baja. Y sabía lo que decía. La tendencia natural de Tylerskar a deshacer todo lo construido de modo consecutivo constituía uno de los pocos frentes que no estaban bajo control en la gran batalla que siempre había librado.
<< ¡Maldición! >> Gritó para sus adentros. << Me estoy desintegrando. Conciencia siempre suele ser la primera en surgir, antes de la división definitiva. >> Para cuando salieron un par de personas de su grupo, ya había logrado sobreponerse al momento, y apuraba el cigarro dando cortos pasos cerca del árbol que se erguía frente a la entrada del restaurante.

No demoró mucho su regreso a la mesa. Descubrió con alegría que las personas que habían recibido sus direcciones de contacto se mostraban realmente interesadas en llevarlo a cabo. La chica que se sentaba frente él parecía haber ganado terreno en su batalla táctica contra la guardia inconsciente que tan bien se disfrazaba de timidez. A Tylerskar siempre le resultó curioso en qué grado su percepción mutaba y trataba de atinar más y más, prácticamente de un modo automatizado.
Hablaron de dibujos y domicilios, de gustos y variopintas anécdotas. Por un momento pareció que tras ella había una puerta de madera cálidamente iluminada por un ojo de buey durante un relajante atardecer. La puerta daría paso a la habitación de una mujer adolescente, quizá con carteles de famosos, biblioteca friki y simpáticos peluches.
Sin embargo la puerta estaba cerrada.
Sabía que tan solo se trataba de una ilusión. Nada más que un oasis retroalimentado por la luz de la chica y la esperanza que palpitaba en el interior de Tylerskar. Rompiendo ese papel tan cuidadosamente pegado, uno daría fácilmente con un vacío, húmedo y glacial: La entrada a la cueva de las mil desgracias.

A su izquierda, su acompañante a lo largo del camino que los había conducido a donde se encontraban entabló conversación. Él no tenía ni puertas ni cuevas detrás. Puso sobre la mesa una apabullante colección de impactantes dificultades con la misma facilidad con la que momentos atrás había depositado su bandeja con el menú.
Reducía a simples evidencias grandes dilemas, troceándolos con maestría para poder atacar a los pequeños asuntos resultantes sin piedad cuando el discurso le brindaba cualquier oportunidad.
<< De modo que ahí has plantado la trampa, muy astuto. >> A Tylerskar le brilló fugazmente la mirada. Poco después ponía la guinda a sus reflexiones con respecto a ese individuo, iniciadas desde el mismo momento en el que lo vio, ni tirado ni sentado, por primera vez. En efecto, como a tantos otros, la vida lo había conducido a fabricarse una armadura con la que poder pasar desapercibido entre los miles de ladrillos en cuerpo y alma que suelen vagabundear por el mundo sintiendo, por decirlo con generosidad, que piensan y razonan libremente.

La conversación fue salpicada por intervenciones del grupo en general, y mientras algunos ya se levantaban recogiendo sus efectos personales, otros parecían caer sobre la mesa como flores sin riego que empiezan a languidecer.
Era hora de irse.
Si bien la técnica del último suspiro tiene su parte de encanto a la hora de coger un tren de ida, en el caso que ocupaba ahora a An y a su hermano la perdía por completo. Quedaba, pues, una mezcla de tensión, estrés, vagancia y ofuscada reflexión.
Eso no privó a Tylerskar de tomar una decisión acertada alentado por su hermana y el chico con el que más había tratado a lo largo del día: Irían en metro.

La velocidad a la que se desarrollaron los siguientes acontecimientos se le antojó vertiginosa. Tras despedirse con más afecto que formalidad del chico, que tomó un túnel diferente al suyo, An y Tylerskar dieron el pistoletazo a una contrarreloj insertando una tarjeta de viajes en el dispositivo de entrada a las vías.
Ni medio minuto tardaron en verse envueltos por el traqueteo, infinitamente menos ruidoso que antaño, del vagón surcando las vías que los conducían a la estructura subterránea sobre la que se apoyaba la gran estación de trenes.
Recordó cuando girar, qué escaleras subir de dos en dos y qué puerta metálica escoger. Practicó un maniático ritual, mil veces ejecutado tiempo atrás, con el entrecejo fruncido y su mente viajando entre una sensación de frío reencuentro y otra de pura aflicción.
Validando los billetes ya en el piso superior, efectuaron un par de caladas por cabeza en una salida cercana y entraron de nuevo con margen de sobra para situarse en el lugar adecuado para recibir apaciblemente al tren de regreso.
Un par de nubecillas de humo, que se deformaban expandiéndose lentamente, conformaron el último rastro que la ciudad tendría ese día de An y Tylerskar.

No reparó ni en paisajes ni en otros pasajeros.
Completó la lectura del tomo a medio terminar dejando segundos de margen para la llegada a la estación donde iban a recogerles.
Cuando llegó a su puesto de trabajo, una despedida cargada de complicidad hacia su madre y An lo condujo a contemplar como una multitud le daba la bienvenida. Y no es que el día estuviese en camino de reportarle una apoteosis económica.
Stela y Marla detenían su conversación dirigiendo tanto su mirada como su sonrisa hacia él, mientras que un grupo de personas en pie en la zona de trabajadores realizaban idéntico gesto, aunque sin sonrisa de por medio.
Distinguió en un primer vistazo a Experiencia y a Resolución.

No había ni rastro de Ilusión ni de Esperanza.


Capítulo quinto: Resaca   


No hubo fantasmas en su oscura salida del puesto de trabajo la madrugada anterior.
Hubo monstruos.
Uno, más bien.

Quizá se relajó demasiado disfrutando de una nueva iteración de los trillados turnos de noche en su largo tiempo desempeñada labor. El caso es que tras efectuar las últimas tareas sabidas de memoria, no era satisfacción lo que le envolvía. Su mundo interior proyectaba la visión de un planeta listo para ser lanzado al eco de la eternidad. Y justo bajo esa proyección una inmensa sombra, que como bien sabía Tylerskar, se trataba de una invitación personal, única e intransferible.
Así lo entendió cuando, esperando fuera Experiencia y Resolución, apagó la última de las luces dispuesto a conectar la alarma del local.
Primer dígito introducido.
<< Permanece alerta los próximos días. >> Recordó las palabras de Conciencia, justo antes de perderla de vista al girarse en plena atención a un cliente. Por mucho que hubiese meditado acerca de ellas, que lo hizo, la conclusión permanecería inmutable. Conciencia solo se alarmaba cuando se producían anomalías dentro de su propio ser. Y tan solo quedaba una anomalía en el tintero. Una sólida, conocida y terrible anomalía.
Segundo dígito introducido.
-- Vaya, parece que titubeas ante lo más sencillo, amigo. Ve a casa y duerme, la lucha continuará mañana. -- Rectitud se dirigió a él quizá en el momento más oportuno, congelando su acelerado pulso para que mantuviese el punto exacto de tensión, a medio paso de perder la calma.
A su derecha sintió la presencia de otro individuo. De hecho llevaba sintiéndola desde que entró en su puesto de trabajo tras despedirse de An y su madre.
Tercer dígito introducido.
Tecleó el resto de la tira e inició un certera y rauda trayectoria hacia la salida. El flash que le permitió pensar que había visto a un hombre con una amplia sonrisa perforándole con la mirada, sumido en total oscuridad, le hizo acelerar quizá aún más.
Con el pulso regresando a la normalidad, completó el camino a casa, donde se encontraba Stela, esa cegadora luz que tan rápido curaba todas sus heridas y esparcía cualquiera de sus temores.

Ya bien entrado el día siguiente, percibía todo en cuanto detenía su atención como una perfecta manifestación de calma. Sin paz, sin seres vivos o muertos, sin pasado, futuro ni existencia. Hacía tiempo que sabía interpretar cuando se avecinaba una tormenta, y en que grado aproximado lo castigaría. Esta prometía ser de las gordas.
El vendaval de faena que su trabajo le proporcionó, así como sus comunes quehaceres domésticos, quizá prepararon aún con más maña el terreno.
Había tres señales en el blanco plano cuadrimensional que lo contenía cuando pisó la calle libre de ataduras, listo para tomar ese algo que se le antojaba generoso.
Una era Marla, cuyo rostro permanecía distorsionado en su interior desde la ya lejana extinción de dos plantas. Otra, su castigado vientre, pues los golpes que la gran ciudad le había propinado habían sido constantes y severos. Por último un pequeño cubo, del que solo tuvo que atisbar un par de costados para revivir buena parte de su pasado e intuir una buena porción de futuro reciente.
-- Quizá se trate de un pasado alterado, es imposible vislumbrar en tan poco tiempo todo cuanto aconteció, en su inmensa plenitud. -- Experiencia jadeaba. El ritmo que imprimía Tylerskar a su marcha le resultaba exigente. No obstante prosiguió con su cháchara: -- ¿Y qué me dices de ese futuro de juguete, no ves que te la está volviendo a jugar? --
La mirada que le fue devuelta como respuesta dejó a Experiencia clavado, con los gordos mofletes tan caídos como su vencida mirada.

Tylerskar sonrió, de nuevo a solas, a pocos metros de llegar al lugar donde había quedado.
-- Me recuerdas a mi en tus andares, colega. -- A Resolución resultaría más difícil sacárselo de encima.
-- Oh, que gran honor. -- Respondió en tono amistoso sin dirigirle la mirada. -- Ayer fue un día increíble, ¿verdad? -- Lanzó una carcajada al cielo cortando toda respuesta y prosiguiendo el improvisado monólogo en forma de taladro: -- ¡Tenías toda la razón ayer de camino a la estación! -- Las carcajadas se fueron multiplicando hasta que, finalmente, puso la mirada en los ojos de su viejo compañero, dedicándole una última frase.
Resolución contestó de inmediato.
-- Esta ya no es tu vida. Disfruta cuanto desees, solo lograrás entorpecerlo todo. -- Su mirada era altiva, cargada de prepotencia y fanfarronería.
-- Veremos que dices a la quinta cerveza. -- Tylerskar hizo aparecer parte de su dentadura izquierda de lo amplia que lució su agresiva sonrisa. Sentía como si su mirada pudiese atravesar Dioses.

Media hora más tarde ingería su primera gran jarra de cerveza.
Resolución acababa de irse del local, negando para sus adentros como el maldito fracasado que siempre fue. << Justo cuando iba a acabar de beberme de golpe esa bomba de relojería alcohólica... >> Pensaba divertido Tylerskar. A su lado, Marla trataba de jugar a hacer cabriolas con las bolas de reencontrarse del todo con su amigo, ponerle al día y lidiar con el alcohol a tan temprana hora.
Él se sentía tan cómodo que incluso meditaba llevar al local los cuerpos de Esperanza e Ilusión, de nuevo sedados y secuestrados. A nadie debería resultarle incómodo ver como se tortura a seres que son legítima propiedad de uno mismo, más cuando condicionaron su vida a un cantado fracaso que les haría arrastrarse para los restos.
Sin embargo, lo que hizo fue seguir bebiendo, todo lo que pudo y un poco más.
Tras eso, solo tenía que acudir al servicio y camelar al personal para volver a la cojonuda carga.
<< ¿Por qué no camelar al servicio y mear sobre el personal? >> Se partía el culo con sus propios pensamientos. Solicitaba demoledoras canciones que Esperanza e Ilusión adoraban, para brindar a su discutible salud. Fumaba en tiempo récord, en pleno centro de poblado, con todo su interior clamando por alcohol como si se tratase de un inmenso patio en el mismísimo centro del Tercer Reich clamando por la supremacía de un Führer inmortal. Y sentía, volvía a sentir, que su mirada reflejaba todas esas escenas.

Durante el enésimo pitillo que se consumía en sus manos, vio más sombras que la de Marla en el interior del local. Rápidamente maldijo para sus adentros. Experiencia y Resolución no se rendían nunca, y había perdido de vista a Rectitud, lo cual implicaba que permanecía oculta dentro de él.
-- ¡Púdrete zorra! -- Exclamó en plena calle, sin ser consciente de si había o no alguien más a su alrededor. Entró en el local como un huracán y agotó todo su dinero en un vendaval de alcohol con el que podría ver la puta reunión de monstruos justo como lo que había sido: Una trampa para reactivar su inhumano dolor.
Flashes. Risas histéricas frente a perplejas miradas de camareros que incluso le hacían pasar al interior de la barra incrédulos de que estuviesen ante algo diferente a un gran tipo. Hamacas invisibles sobre las que lanzarse en el suelo del local. Llamadas de Stela, respondidas con la efusividad del que da con el secreto de la eternidad.

Llamaradas. Fuego manando de sus órbitas y escalando las paredes del local hasta calcinar el pueblo entero.

Despertó vestido, tirado en el sofá.
No recordaba nada.
Tan solo ese espléndido local, cuyo techo emulaba a una cueva y el resto un futurista interior de vivienda minimalista.

Su vida se le presentaba como un devastado campo de batalla.
A duras penas se duchó e hizo con Marla el camino al puesto de trabajo.
Tan sólo los cafés y bebidas energéticas lograban que mantuviese cierta rectitud y resolución en su paso. No albergaba experiencia alguna en su memoria de la noche anterior, ni siquiera cuando bien entrada la mañana solía llegarle toda la inspiración necesaria para lanzarse al océano de sus reflexiones diarias.
El campo devastado seguía ahí, como una foto inmóvil que quiere desgastarse con el paso de los siglos.
Fue mediante testimonios que logró recuperar varios flashbacks de lo que el Monstruo logró, libre de ataduras y furioso. Supo horrorizado que quiso ir solo a casa, que interceptó a un taxista por el camino, que Stela lloraba y él no cesaba en su empeño de gritar más y más alto. Que Marla se apartaba de la escena mientras en su boca se mezclaban los conceptos descontento, Barcelona, whisky, putas y futuro.

Tylerskar, doblado, trabajó como pudo, y se arrastró a su casa a caerse, preferiblemente, muerto.
La figura que lo esperaba en pie a su llegada no se lo permitió.

-- ¿Contento? -- El tono de Conciencia le puso un nudo en la garganta del tamaño de una pelota de golf. Se limitó a contestar manteniendo la mirada fija en sus indescifrables ojos.
-- No podremos protegerte mucho más si sigues dándole rienda suelta. -- Su discurso parecía cargado de paciencia y comprensión. Apoyó la mano en su hombro, como el día anterior. -- Vamos, tienes que descansar. -- Tylerskar se dirigió al interior de su casa, abatido. Resolución miraba por la ventana, gris y alicaído. Experiencia le giraba la cara, secando sus humedecidos ojos con la vista clavada en la improvisada biblioteca del piso inferior. No tuvo que buscar a Rectitud, pues sabía que de no ser por ella ahora mismo se encontraría en una situación mucho peor. Cada vez que ocurría, el Monstruo se llevaba a alguien con él.
Y ya iban tres.
En el lúgubre silencio del hogar, Tylerskar no podía agarrarse a ningún pasado, enorgullecerse de ningún apartado del presente ni contemplar junto a Esperanza e Ilusión los cielos del futuro.
Pero sí podía asir una última cosa.
Frente al teclado, con las manos firmes sobre él, tecleó lo que acontecería como su refugio, homenaje, sedante, asidero, disculpa y advertencia. Sería todas esas cosas.

Mientras una nueva mañana cuajaba en el exterior, imaginó como un grupo de personas partían paseo arriba.

Sería una curiosa historia.

Un viaje de ida y vuelta.

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