Michael se sentó para contemplar la
puesta de los dos soles.
Acababa de despertarse de una molesta
pesadilla. En ella, una bestia de enormes fauces trataba de darle
caza. De lomo gigantesco y peludo, con algo así como estacas
afiladas colgando, lo cercaba allá donde fuese.
Trató de hablar con él, de calmar los
ánimos, en la rocosa cima del monte azulado, donde los árboles
crecían boca abajo dada la forma de seta de éste. Finalmente casi
se rompe el tobillo tropezando con un amasijo de pequeñas rocas
donde crecía milagrosamente algo de la tan preciada vegetación
rosa.
Tuvo que saltar por las cascadas
flotantes haciendo surf con su trasero, y la maldita bestia
sobrevivía a su caída en plancha para proseguir con su caza
particular.
Corrió y corrió hasta que la inmensa
criatura se lo tragó.
Lo curioso fue ver el transparente
interior de la garganta del animal. Si bien es cierto que notó la
calidez del interior de su boca y los afilados dientes rasgarle
vientre y espalda, igualmente cierto resultaba que quedó ileso en
idéntica posición.
De modo que o se había desmayado por
el impacto y había despertado en pleno atardecer o, claramente, se
sumaba una nueva pesadilla a la ya desagradablemente amplia
colección.
- ¿Qué ocurre, hijo? - Uno de los
mayores se dirigió a él.
- He tenido una pesadilla. - Se limitó
a responder un cabizbajo Michael.
Michael condujo hasta la costa para
contemplar la puesta de sol.
Acababa de poner fin a una lucha
tediosa y un tanto molesta. En ella, había jugado a las carambolas
con sus superiores, el banco, su mujer y los servicios sociales.
Parecía como si una bestia estuviese
constantemente cercándole.
Rondando los cuarenta y con el segundo
hijo en camino, se había quedado en el paro hacía ya demasiados
meses. De repente todo rostro amigo pareció tergiversarse,
modestamente al principio, más notoriamente después.
Se preguntó de que modo había podido
caer él en la trampa del tan preciado dinero. Con la vista fija en
el lejano horizonte donde un anaranjado sol iba diciendo adiós,
imaginó al complejo sistema capitalista como algo tan simple como
una gran bestia indómita.
Allí donde fuese le perseguía, y por
muchas maniobras que ejecutase, ahí seguía el monstruo bien firme
en sus convicciones de tragarse todo con cuanto Michael soñaba.
< Ya debe haberme tragado de
pleno... > Pensó cabizbajo.
Súbitamente un anciano se sentó a su
lado y se quedó un buen rato contemplando a su vez la puesta de sol.
- ¿Qué ocurre, hijo? - Le dijo cuando
ya anochecía.
- Estoy viviendo una pesadilla. -
Respondió Michael suplicando ayuda con la mirada.
- Bueno, piensa que tu pesadilla puede
ser solo un sueño en realidad. - El anciano le dio un golpecito en
la espalda y prosiguió su camino.
Con uno de los dos soles extinguiéndose
en el verdoso horizonte, otro de los mayores acudió en auxilio del
confundido Michael.
- No le des demasiada importancia a las
pesadillas, sulla'ck, vete tú a saber la que está liando tu alma
por ahí mientras duermes. - El otro mayor asintió con rotundidad.
- ¿Pero...? - Se preguntaba un
temeroso Michael, algo reconfortado por el simple hecho de haber
escuchado ese término tan cálido dirigido hacia sí mismo - ¿... Y
si la bestia aparece de verdad? - Su tercer ojo se dilataba
sobremanera mientras tanteaba esa posibilidad.
Los mayores callaron, limitándose a
observar el ya único sol que quedaba por ponerse.
Finalmente el primero en aparecer abrió
su pequeña boca.
- Las bestias no existen Michael, las
creamos nosotros en nuestra mente.
- Las materializamos en nuestras fases
oníricas. - Puntualizó el otro al instante. - Creo que es mejor que
le dejemos solo, Raphael. - Con esa frase se levantaron y se fueron.
< Espero que Rapahel se adapte
rápido > deseó para sus adentros Michael, pues acababa de
despertar de un sueño de larga duración con fases realmente
complicadas.
Ya se ponía el último de los soles
cuando entendió algo que por fin dio sentido a su extraño día.
Michael se levantó, ya de noche, y
puso el coche rumbo a su casa.
Abrazado a Rachel, con el pequeño Adam
ya acostado, tuvo la sensación de que interiormente tomaba una
profunda determinación. Por pequeña y superflua que pareciese una
vida, la que fuese, merecía la pena mantenerla equilibrada y lejos
de las pesadillas.
Las siguientes palabras solo las
escuchó una adormilada Rachel, que tampoco prestó demasiada
atención, pues por la entonación parecían no venir de su marido.
- Pues nunca se sabe lo que uno puede
alterar en el curso de la existencia.
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