lunes, 2 de septiembre de 2013

Sentido común



Michael se sentó para contemplar la puesta de los dos soles.
Acababa de despertarse de una molesta pesadilla. En ella, una bestia de enormes fauces trataba de darle caza. De lomo gigantesco y peludo, con algo así como estacas afiladas colgando, lo cercaba allá donde fuese.
Trató de hablar con él, de calmar los ánimos, en la rocosa cima del monte azulado, donde los árboles crecían boca abajo dada la forma de seta de éste. Finalmente casi se rompe el tobillo tropezando con un amasijo de pequeñas rocas donde crecía milagrosamente algo de la tan preciada vegetación rosa.
Tuvo que saltar por las cascadas flotantes haciendo surf con su trasero, y la maldita bestia sobrevivía a su caída en plancha para proseguir con su caza particular.
Corrió y corrió hasta que la inmensa criatura se lo tragó.
Lo curioso fue ver el transparente interior de la garganta del animal. Si bien es cierto que notó la calidez del interior de su boca y los afilados dientes rasgarle vientre y espalda, igualmente cierto resultaba que quedó ileso en idéntica posición.
De modo que o se había desmayado por el impacto y había despertado en pleno atardecer o, claramente, se sumaba una nueva pesadilla a la ya desagradablemente amplia colección.
- ¿Qué ocurre, hijo? - Uno de los mayores se dirigió a él.
- He tenido una pesadilla. - Se limitó a responder un cabizbajo Michael.

Michael condujo hasta la costa para contemplar la puesta de sol.
Acababa de poner fin a una lucha tediosa y un tanto molesta. En ella, había jugado a las carambolas con sus superiores, el banco, su mujer y los servicios sociales.
Parecía como si una bestia estuviese constantemente cercándole.
Rondando los cuarenta y con el segundo hijo en camino, se había quedado en el paro hacía ya demasiados meses. De repente todo rostro amigo pareció tergiversarse, modestamente al principio, más notoriamente después.  
Se preguntó de que modo había podido caer él en la trampa del tan preciado dinero. Con la vista fija en el lejano horizonte donde un anaranjado sol iba diciendo adiós, imaginó al complejo sistema capitalista como algo tan simple como una gran bestia indómita.
Allí donde fuese le perseguía, y por muchas maniobras que ejecutase, ahí seguía el monstruo bien firme en sus convicciones de tragarse todo con cuanto Michael soñaba.
< Ya debe haberme tragado de pleno... > Pensó cabizbajo.
Súbitamente un anciano se sentó a su lado y se quedó un buen rato contemplando a su vez la puesta de sol.
- ¿Qué ocurre, hijo? - Le dijo cuando ya anochecía.
- Estoy viviendo una pesadilla. - Respondió Michael suplicando ayuda con la mirada.
- Bueno, piensa que tu pesadilla puede ser solo un sueño en realidad. - El anciano le dio un golpecito en la espalda y prosiguió su camino.

Con uno de los dos soles extinguiéndose en el verdoso horizonte, otro de los mayores acudió en auxilio del confundido Michael.
- No le des demasiada importancia a las pesadillas, sulla'ck, vete tú a saber la que está liando tu alma por ahí mientras duermes. - El otro mayor asintió con rotundidad.
- ¿Pero...? - Se preguntaba un temeroso Michael, algo reconfortado por el simple hecho de haber escuchado ese término tan cálido dirigido hacia sí mismo - ¿... Y si la bestia aparece de verdad? - Su tercer ojo se dilataba sobremanera mientras tanteaba esa posibilidad.
Los mayores callaron, limitándose a observar el ya único sol que quedaba por ponerse.
Finalmente el primero en aparecer abrió su pequeña boca.
- Las bestias no existen Michael, las creamos nosotros en nuestra mente.
- Las materializamos en nuestras fases oníricas. - Puntualizó el otro al instante. - Creo que es mejor que le dejemos solo, Raphael. - Con esa frase se levantaron y se fueron.
< Espero que Rapahel se adapte rápido > deseó para sus adentros Michael, pues acababa de despertar de un sueño de larga duración con fases realmente complicadas.
Ya se ponía el último de los soles cuando entendió algo que por fin dio sentido a su extraño día.

Michael se levantó, ya de noche, y puso el coche rumbo a su casa.
Abrazado a Rachel, con el pequeño Adam ya acostado, tuvo la sensación de que interiormente tomaba una profunda determinación. Por pequeña y superflua que pareciese una vida, la que fuese, merecía la pena mantenerla equilibrada y lejos de las pesadillas.
Las siguientes palabras solo las escuchó una adormilada Rachel, que tampoco prestó demasiada atención, pues por la entonación parecían no venir de su marido.
- Pues nunca se sabe lo que uno puede alterar en el curso de la existencia.

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