martes, 3 de septiembre de 2013

La tortilla giratoria



Capítulo 1


La hora de la verdad

Rodeado de antiguos bosques, salpicado aquí y allá por pequeños poblados y siempre a la sombra de pequeñas, medianas e inmensas montañas, se halla cierto lugar alejado del paso del tiempo y, en cierto modo, de la realidad.

Un lugar ubicado en ninguna parte donde se alojan constantemente nuevos peregrinos.
Llegan siempre esperanzados tras una larga marcha a través del cerrado bosque de sus incertidumbres personales. Tarde o temprano, esa marcha los conduce a uno de los muchos poblados en cuyos confines se advierte en viejos carteles:



BIENVENIDO
MEDITA Y ESCALA



Esas mismas palabras fueron las que leyó Cobardía tras apartar con esfuerzo la última y pesada rama que marcaba el final de un bosque cuyo entramado la había prácticamente ahogado en las profundidades de la infelicidad y un opresivo aburrimiento.
Esperanzada, caminó tímidamente hacia el sendero que conducía al interior del pequeño pueblo.
El sol prácticamente se había ocultado tras la cumbre montañosa más cercana a ella, y una fría brisa mecía su sucia cabellera mientras se percataba de lo desolador de su entorno.
« Debe de estar abandonado desde hace años... », pensó.
Pasó junto a tres casas de madera, todas ellas con las ventanas plagadas de cortantes filos allí donde el cristal había sido quebrado, salpicadas aquí y allá por entramados de telarañas que se extendían por el resto de la fachada.
Por mucho que el anochecer se estuviese cerniendo sobre el lugar, no albergó expectación alguna por ver como alguna luz nacía del interior de las viviendas.
La brisa se avivó cual hoguera recibiendo un manojo de ramas secas, dando paso a un viento intenso y gélido.
Instintivamente alzó la mirada hacia la cumbre que se erguía frente a ella, sobre cuya silueta tenía lugar una danza de copos de nieve, extraídos de su lecho para danzar al compás de la ventisca.
Cobardía se encogió de hombros y justo al pasar junto a un columpio roto que rodaba impulsado por la ventolera, atisbó en la oscuridad de un callejón una tímida luz anaranjada.
Al situarse en la entrada de dicho callejón comprobó que la luz emergía de lo que parecía ser una taberna llamada La hora de la verdad. Ya frente a su puerta, bajo la cálida luz de los farolillos que la coronaban, contempló como docenas de frases de diferente letra estaban escritas en una pizarra apoyada contra una gran maceta que ostentaba media docena de Bonsáis. Una de ellas rezaba:



Que el alcohol o la claridad mental ahoguen tus miedos en La hora de la verdad.



− ¿Una fría noche, no cree usted?
Sobresaltada por la voz que sonó a su espalda, se giró para ver como un hombre de mediana edad le sonreía mientras sostenía un cigarrillo en su mano enguantada. 
− Sí... − se dio cuenta de que sus dientes castañeaban y se abrazaba los hombros a sí misma asiendo la fina chaqueta gris con la que había recorrido todo el camino hasta ese lugar. Apartando la vista de esos ojos que parecían analizarla prosiguió. − Por suerte he dado con este lugar, lo creía abandonado hasta que he dado con esta taberna.
La risa del hombre produjo ecos a ambos extremos del callejón.
− La hora de la verdad suele encontrarse tanto si se busca como si se cree inexistente. ¬− El hombre abrió la puerta con firmeza y la invitó a pasar extendiendo en primer lugar su mano ya libre del cigarrillo que sostenía. − Adelante por favor, será un placer invitarla a tomar algo que aplaque su frío. Por cierto, mi nombre es Resolución.
Cobardía estrechó débilmente su mano y se presentó como Enigmática. Nunca le gustó su verdadero nombre y además no tenía por qué confiar en un extraño. Tras eso, la extraña pareja entró en la taberna.
En el interior un docena de bajas mesas de madera eran ocupadas por un puñado de habitantes vestidos como si también estuviesen de paso por el lugar. Un agradable calor nacía de las considerables llamas de un fuego situado en la hoguera que se encontraba empotrada en uno de los laterales del local. Frente a él, al otro extremo, el tabernero servía tras la barra un gran jarra de cerveza a un nervioso cliente.
Se percató de que tenía la pierna entablillada, aunque no parecía usar muleta alguna.
− Cayó en su última escalada, como tantas otras veces en el pasado. − Resolución parecía haberle conocido tiempo atrás, y decidió informarla al ver en su rostro cierta mueca de interés hacia ese desconocido. ¬¬− Se llama Temerario, aunque muchos lo apodan Valentía. Ven, a ver si el tabernero logra que entremos en calor de un modo más rápido que quedarnos aquí plantados. − Cobardía notaba algo extraño en su voz, la ponía nerviosa, le aceleraba el pulso. Le siguió hasta la barra.
− Buenas Experiencia, hoy traigo a una amiga − le guiñó el ojo mientras estrechaba firmemente la mano del tabernero −, su nombre es Enigmática. Al parecer no está muy acostumbrada a deambular por estas tierras, y me da la impresión que no le vendría mal alguno de tus remedios para los recién llegados.
La primera impresión que se llevó del tabernero difícilmente podía ser peor. Experiencia tenía un aura repulsiva, como si más que aires de superioridad ostentase huracanes enteros. Su mirada cargada de falsa benevolencia le produjo ganas de vomitar. Rápidamente desvió la mirada a la barra, esperando a que Resolución pidiese algo que le calmase el frío que aún tenía colado en sus huesos.
¬− Bien señorita (Cobardía se había asegurado bien de ocultar todas las pruebas que pudiesen descubrir parte de su vida privada), viendo como tiembla bajo esa fina capa mucho me temo que deberá escoger entre una taza de chocolate bien caliente o una copa de mi mejor whisky.
− ¿Tú mejor whisky? − se mofó Resolución, − Ese matarratas bien podría ser más barato fuera de estas tierras que la orina de ese hurón medio cojo que tienes ahí. −
Desde la jaula que presidía un gran barril, el animal ser revolvió como en señal de respuesta.
− No demuestras exactamente lo mismo que afirmas cuando cada dos por tres me visitas para beber tan exquisito elixir. ¬− De reojo contempló como tabernero y cliente cruzaban sus miradas constantemente con una mueca de sonrisa asomándoles en el rostro. ¬− Y en cuanto a Lección, se más comprensivo con ella, últimamente está aprendiendo a usar el cacharro que Buena Voluntad me dio antes de partir.
Cobardía se fijó en el pequeño cartelito que relucía en la base de la jaula, donde se podía leer “Lección LVIII”. Resolución seguía hablando con tono agradable.
− No se cuántos hurones has tenido ya, Experiencia, creo que he perdido la cuenta. − Éste último le lanzó una mirada cargada de alguna especie de significado mientras contestaba a su acompañante. ¬− Siempre voy unos cuantos por detrás de los que ya debería tener, viejo amigo. 
La risa de Resolución volvió a estallar pasando desapercibida entre el resto de clientes.
− Esta bien, perro viejo, que sean dos de tu excelente brebaje.
En ese punto Cobardía miró fugazmente a su acompañante y le dijo en voz baja que el chocolate estaría bien para ella, perdiendo su mirada en el fuego que ardía al otro lado de la taberna.
Ya habiendo corregido, Resolución le contó de camino a una de las mesas libres cómo el tabernero disecaba a todos sus hurones tras morir, para guardarlos en un almacén al que suele invitar a todo aquél que se lo solicita. − Yo mismo lo he visitado en un puñado de ocasiones − le confesó, − lo cierto es que frustra y fascina en partes iguales. Es alentador conocer a alguien que profese tanto amor a unas criaturas que nadie, salvo unos pocos, parecen ver en los bosques donde habitan, pese a que sean tan poco silenciosas. Por otro lado, es tal su colección que es prácticamente imposible que uno pueda ni tan solo obtener la mitad en los años que le queden de vida. En este punto le lanzó una mirada parecida a la del tabernero cuando hablaba de sus hurones.
− Por suerte no son algo indispensable para ir tirando, ¿verdad? − Cobardía sonrió sin ganas antes de tomar asiento en la mesa que le señaló Resolución.


Capítulo 2 


Meditación

El frío del exterior le dio una dudosamente placentera bienvenida cuando pisó la calle tras su estancia en la taberna. Se tambaleaba y le costaba mantener su vista fija en algún punto concreto. La taza de chocolate había dado paso al whisky de Existencia, pues Resolución se había hecho con una botella entera y la había depositado sobre la mesa donde se instalaron. Aceptó un poco por curiosidad, y a partir de ahí todo se descontroló.

« No debiste dirigir la conversación en esa dirección. » sentenció para sí misma. Jadeante, logro con un par de zancadas torpes descender los escalones que la separaban del asfalto de la callejuela. 
Le había dicho a Resolución que ojalá pudiese vivir eternamente en La hora de la verdad, respirando el mismo ambiente expectante en el que se había sentido inmersa las últimas horas. Pese a la confusión que la invadía, recordaba claramente la conversación que había derivado de tal afirmación.
− Ah Enigmática, el ambiente excepcional que se respira en este lugar se debe, más que a los momentos compartidos entre copas, a la esperanza que todos albergamos por hacer de nuestra vida presente algo mejor. ¿Qué te trajo por aquí?
Le respondió que no alcanzaba a recordar como apareció en el bosque unos días atrás. En otras ocasiones se había visto en sus confines exteriores, cerca del mundo de donde ella venía, pero nunca se había decidido a adentrarse en él.
En su mundo, le confesó, no conocía a ninguna persona por la cual sintiese verdadero aprecio. Resolución le respondió con precisión en el habla, como si el cuarto de botella que tenía en el cuerpo no causase mella en su flujo de pensamientos.
− Es un motivo de peso para acudir a este lugar, no cabe duda. Aunque igual de compleja es la escalada a la que deberás enfrentarte.
Cobardía se sobresaltó al oír esas palabras.
− ¿E... Escalada? − Balbuceó inquieta.
− ¿Para qué has deambulado día y noche a través del gran bosque si no para enfrentarte a la escalada que dejará atrás tus preocupaciones actuales? − El silencio que guardó hizo que Resolución sonriese emitiendo un sonido que daba a entender su conocimiento acerca de la ignorancia de su compañera acerca de su propia situación.
− Verás Enigma, ¿Te importa si te llamo así? − Cobardía negó con la cabeza, sintiendo náuseas al ejecutar el movimiento. − En este lugar a nadie le importa qué es lo que ha traído a cierta persona. Todos estamos aquí para escalar o, en ciertos casos, enseñar y ayudar a los recién llegados así como apoyar a los veteranos. − Cobardía se dijo que Resolución debía de pertenecer a este último grupo, pues de todos los presentes en La hora de la verdad era el más risueño y relajado. El vistazo que echó la puso en guardia ante la profunda mirada que se clavaba en ella desde un oscuro rincón del local. Como hipnotizada, se reinsertó en el río de palabras que fluía sin cesar de los labios de Resolución.
− ... es por todo lo expuesto que te recomiendo ir a descansar cuanto antes, para que bajo el foco de la soledad identifiques hasta donde estás dispuesta a llegar para mejorar tu vida, o hasta que punto deseas ponerte a prueba para conocerte mejor. − En ese punto brindaron por última vez, y el largo trago la hizo parpadear sucesivamente. Había bebido demasiado.
Su compañero se puso en pie sin vacilar y se acercó a ella para ayudarla a hacer lo propio. Acercándose a su oreja, hasta el punto en que podía percibir su aliento perfumado con el repulsivo brebaje de Experiencia, le susurró: − No te preocupes por el solitario hombre del rincón. Se llama Observador, y nunca lo verás entablando conversación con nadie. Es mejor dejarle solo hasta que él de el primer paso con quien decida. − Tras esas palabras, la acompañó hasta la puerta de la taberna dándole un último consejo antes de dejarla partir.
Ahora se encontraba ya pisando el suelo asfaltado de la callejuela, exhalando vapor por sus de nuevo temblorosos labios, tratando de recordar sin éxito las últimas palabras de Resolución. « Al diablo. » pensó, « Estoy harta de sabelotodos, como si no tuviese suficiente con mi familia y mi esposo. » Eso trajo a su mente a Conformista, ese eterno proyecto de hombre con el que vivía desde hacía ya demasiado tiempo. Apoyándose en la pared de ladrillo, conteniendo el vómito que pugnaba por surgir, llegó al final de la, ya alejada de la taberna, oscura calle. Deambuló entre casas abandonadas hasta dar con una en mejor estado que el resto, cuya puerta abierta y la tenue luz que emanaba su interior se le antojaron una invitación a entrar.
Exhausta, miró sin demasiado interés el interior de la vivienda, donde un puñado de viejos y gastados muebles mantenían su pugna por ver cual de ellos lograba acumular mayor cantidad de suciedad. 
Se dirigió hacia las escaleras que conducían al piso superior donde esperaba encontrar un dormitorio por destartalado que estuviese, y de camino reparó en un puñado de fotos enmarcadas situadas sobre una vieja chimenea infestada de hollín. En las dos primeras se veía a una niña de unos diez años balanceándose en unos columpios de lo que parecía el exterior de una lujosa casa de campo. En una de ellas una dedicatoria rezaba:



“De Oscuridad y Desaliento, con amor, para nuestra pequeña Esperanza”.



Al parecer en el pasado había vivido en esa vieja casucha una familia, cuyos rostros se perfilaban en el resto de fotos desgastadas por el paso del tiempo. Aún mareada subió los peldaños con cuidado, provocando a sus pies estremecedores sonidos al hacer crujir la madera apoyando su peso en ella.
Ya en el piso superior, en la primera habitación por la que entró, dio con un lecho al parecer impoluto en comparación con el resto de elementos del hogar. Cobardía se desplomó sobre él y, debatiéndose con la rotatoria oscuridad que parecía ceñirse sobre ella, de repente recordó las últimas palabras de Resolución en La hora de la verdad.
− Encuentra tu propio camino querida Enigma, nadie lo hará por ti cuando te enfrentes sola a las avalanchas que te aguardan a mitad de tu escalada. − Tras eso le dio las buenas noches y pareció desaparecer en la misma sombra que mantenía oculto a Observación, frente al cual había un lujoso tablero de ajedrez.
Gimoteando por la angustia, Cobardía meditó antes de conciliar el sueño reparador en lo que la había impulsado a adentrarse en el bosque días atrás. « Conformismo. Mis padres Traumatizado y Depresiva. Mi hermano Orgullo Herido. Ellos son mi carga, la misma que debo dejar atrás, abajo en los fondos de la podredumbre social. Ascenderé en mi escalada hasta donde sea necesario para no volver a verlos, más aún, sentirlos jamás. » 
Con esas palabras, Cobardía se sumió en un sueño extraño y conocido a partes iguales.


Capítulo 3


El sueño reincidente


No podía correr más rápido. El sol golpeaba con fuerza el abrasador asfalto que pisaban a rápidas ráfagas sus pies en desesperado movimiento. Una docena de pasos tras ella, la manada de lobos aullaba y mostraba sus amenazadoras fauces a medida que le recortaban distancia a cada segundo que pasaba.
A los lados una muchedumbre se apelotonaba en graderías para contemplar la desesperada carrera que mantenía contra su propia muerte. Al final de la carretera en construcción, un hombre, más bien una sombra, exhalaba pausadamente el humo de una larga calada a su pequeña pipa.
No se atrevía a girar la vista atrás, pues ya creía sentir el aliento de las bestias en su nuca. Sin embargo, al tropezar y estrellarse contra el suelo éstas no se lanzaron furiosas y hambrientas sobre ella, sino que se detuvieron y comenzaron a reír a carcajada limpia.
Se giró y vio a su marido junto con su núcleo familiar, ahí encorvados tratando de no ahogarse entre su propia risa histérica.
Las lágrimas se derramaron por su rostro y, alzándose a trompicones, reemprendió su carrera esta vez aún más rápido. Cruzó avenidas anchas como pistas de aterrizaje bajo edificios abandonados tan altos que se perdían entre negros nubarrones. Corrió y corrió hasta que, jadeante y mareada, llegó al borde de un precipicio.
Abajo, tras lo que era una caída imposiblemente larga, solo había agua. Un inmenso mar salpicado por pequeñas islas aquí y allá. Desde una de ellas, apoyado en una palmera, la irreconocible figura oscura exhalaba más humo de su pipa contemplándola en silencio.
Cautelosa abrió los ojos de par en par. Reconocía el lugar y el curso de acontecimientos. Ya había vivido eso muchas otras veces. Había alguien a su espalda, alguien a quien no lograba recordar...
− Hola Cobardía. − La voz la hizo girarse lentamente, encorvada y llena de rabia.
− ¿Por qué me llamas así? − Le gritó al hombre de rostro familiar que tantas veces le había hablado ya al borde del precipicio.
− Es tu verdadero nombre, chiquilla. Tarde o temprano lo aceptarás. Aunque me sorprende lo cerca que te has parado esta vez. − Sobresaltada de repente fue consciente de que sus pies prácticamente pisaban el último palmo de tierra firme anterior a la gran caída. Sentía que conocía a fondo el lugar, pero la visión de las rocas asomando a miles en la pared del precipicio le resultaba absolutamente desconocida. Preocupantemente asfixiante. Inmensamente hostil.
− ¿Por qué no te tiras de una vez, Cobardía? − En los labios del hombre asomaba una mueca de sonrisa mezclada con desprecio, todo ello regado con una altiva mirada como si se tratase de alguien que lo sabía todo de ella.
− ¡Me llamo Cautelosa cerdo arrogante! − Escupía las palabras como si fuesen cadáveres de insectos que tratase de extraer de su boca. − ¿Cuál es tu maldito nombre?
− Cada vez debo recordártelo. Conciencia pequeña, me llamo Conciencia. − Adoptó una jocosa posición, como si esperase dando golpecitos con su pie en el rocoso terreno el momento en que ella se decidiese a actuar de algún modo.
− No me tiraré, ¿Lo entiendes maldito prepotente? ¡Jamás me tiraré! − Su entrecortada respiración se hizo aún más costosa, a medida que algo en su garganta crecía hasta convertirse en un puño que la ahogaba haciendo humedecer sus extraordinariamente abiertos ojos. −
La mirada de Conciencia se endureció y dejó de actuar. Se quedó quieto, de pie frente a ella, fusilándola con esa aterradora mirada que parecía perforarla con desaprobación. Se arrodilló asiéndose fuerte los hombros, y justo antes de sumirse en su agónico sollozo personal atisbó por el rabillo del ojo al oscuro personaje que, rodeado de humo en su pequeña isla perdida en el gran océano, permanecía quieto y relajado, comportándose como si estuviese en ese lugar e instante sin estarlo realmente.
Desolada y desprotegida, se desentendió de ambos y se recostó en el frío suelo para estremecerse entre llanto en el lamento que tanto conocía, al que tantas veces había abrazado, el mismo que jamás le había fallado y nunca le fallaría.

Un ruido de hojas pisadas la hizo despertar. Extrañamente avergonzada, se estiró en su cama quedándose boca arriba sumida en la misma profunda relajación que algunas mañanas la invadía sin motivo aparente. La luz entraba a raudales en la estancia, colándose por la pequeña ventana ubicada a su izquierda, así como por infinidad de pequeñas rendijas ahí donde la madera de las paredes daba muestras de lo antiguo de la construcción de la vivienda.
« He dormido demasiado. » pensó aún amodorrada contemplando la intensidad de la luz del exterior. Debía de ser mediodía. El sonido de hojas secas se escuchaba cada vez con mayor claridad. Lentamente se incorporó en su lecho y se acercó a cortos pasos a la ventana para echar un vistazo.
La siguiente cadena de sucesos duró tan poco como espectacular fue su acontecimiento. El caballo que aplastaba las hojas a su paso se asomó por la ventana para curiosear el interior de la casa abandonada, mientras que el grito de Cobardía al verse a un dedo del hocico del animal los catapultó, respectivamente, a encabritarse un par de metros atrás y a la alfombra que se encontraba a los pies de la cama, la cual expulsó una cantidad imposible de polvo al recibir el golpe por parte del cuerpo de la mujer.
Mientras se incorporaba quejumbrosa escuchó maldecir en el exterior. Al mirar por segunda vez por la ventana, con el corazón latiéndole a gran velocidad, vio como un hombre se levantaba junto al caballo y se sacudía las ropas antes de alzar su mirada hacia ella.
− Mis disculpas señorita, creo que todos acabamos de despertar verdaderamente hace un instante. − Su risa era contagiosa y Cobardía decidió salir de la casa para charlar con él. Comprobó a la luz del día que la casa estaba empotrada contra la base de una montaña, de manera que de un simple salto a través de las ventanas del segundo piso opuestas a las de entrada podía salir de la vieja vivienda.
¬− Vaya, tiene usted mal aspecto, ¿Una mala noche? − Cobardía no había reparado en que quizá unas buenas ojeras denotaran lo cansada que se sentía por dentro desde que dio sus primeros pasos en los bosques. No recordaba haber soñado nada en especial, pero sí sentía esa sensación de abatimiento que parecía ceñirse sobre ella ciertas mañanas. El hombre continuó hablando: − Quizá una buena taza de café arregle lo que unas horas de sueño no han sabido hacer. ¿Es usted de por aquí, sabe de algún lugar donde puedan servirnos un desayuno en condiciones? Por cierto, mi nombre es Líder, y el de este asustadizo caballo es Solitario. Creo poder hablar por ambos diciendo que estamos a su entera disposición. − Cobardía recordó el falso nombre por el que algunos ya la conocían en ese lugar, y lo usó de nuevo para presentarse.
− Un placer conocerles, yo me llamo Enigmática. Hace apenas un día que llegué aquí, de modo que mucho me temo no conozco el lugar demasiado bien. Aún así, se de una taberna cercana llamada La hora de la verdad. − El rostro de Líder pareció iluminarse.
− ¡Estupendo! Partamos sin demora, me muero de hambre.
Las hojas caían mecidas por una agradable brisa matutina cuando Cobardía junto con Líder y Solitario emprendieron su marcha hacia La hora de la verdad, bordeando durante unos metros la base de una imponente montaña. La sombra que proyectaba hacía que Cobardía se sintiese extrañamente incómoda y asustada. Al parecer todo el lugar estaba salpicado por la palabra escalada.
« Esta gente no ha oído hablar de un ascensor en su vida. » Sonrió para sus adentros mientras a media distancia distinguió la callejuela donde se encontraba la taberna.


Capítulo 4


La elección de Cobardía


− ¡Estos huevos están deliciosos, Experiencia! − Líder había hecho buenas migas con el propietario de la taberna, y mantenían una acalorada discusión acerca de si tal Lección o tal otra fue mejor mascota. Cobardía por su parte apuraba su taza de café cerca de la hoguera. Sostenía en la mano una nota que Experiencia le había dado de parte de Resolución. − Ha dejado esto para ti antes de partir a primera hora hacia la base de la montaña que conduce al pico Segundo Hijo. − le había dicho el tabernero entregándole el papel. Con la vista clavada en la base de las llamas, daba vueltas en la cabeza a la frase anotada en él.

Corona el pico que más te asuste y serás libre.

Un par de chavales la arrancaron de sus cavilaciones a carcajada limpia. Entraron en la taberna golpeando violentamente el marco de la puerta, y parecieron moderarse ostensiblemente cuando cruzaron la vista con la mirada de Experiencia. Pidieron bebida y se sentaron en la mesa que Cobardía tenía detrás, sacando una especie de mapa y extendiéndolo ante ellos.
Descubrió por lo que iba escuchando que Miedo e Inseguridad, así se llamaban, buscaban un divertimento al visitar la base de todas las montañas del lugar. El mapa contenía los nombres de cada pico presente en la zona.
Se acercó a ellos y en cuestión de segundos comentaban juntos los lugares a los que podían acceder en menos de un día desde su posición. Escuchó muchas anécdotas contadas entre risas acerca de fracasos de otros escaladores, incluso vio el lamentable estado en que quedaban algunos a través de cientos de fotos que los dos chavales tenían almacenadas en sus dispositivos portátiles. Ahí estaban Ambición tras muchas de sus caídas, Idealista que nunca acababa su ascenso alegando que había errado la ruta por enésima vez e incluso Valiente, a quien Resolución llamó Temerario, del cual era bien cierto había ciertas fotos realmente increíbles.
La sorprendió el olor a tabaco de pipa que provenía de la oscura esquina de la taberna. La imagen de Observador mirándolos de un modo inescrutable le heló la sangre, pues no lo había visto entrar ni caminar hasta ahí, y el hecho de verlo en la oscuridad rodeado de humo le producía una incomodísima sensación.
− Eh Enigmática, vuelve con nosotros colega, creo que ya tenemos la lista de lugares que visitaremos mañana. – Cobardía se recobró y para echar un vistazo a la lista escrita con la horripilante letra de Inseguridad. En ella se citaban varios picos, Ascenso, Independencia, Separación, Enfermedad, Pobreza… Abrió los ojos de par en par al leer el siguiente nombre: Huida.
El nombre del pico le cayó en gracia nada más leerlo. « Qué sabrá Resolución de lo que necesito o no. » razonó con desprecio. Animada, les comentó a sus nuevos amigos su intención de llegar a lo más alto de esa cima. Éstos, sorprendidos, fingiendo calma y seriedad, acabaron por golpear ruidosamente la mesa pidiendo a gritos una jarra de algo que entrase bien y subiese rápido, repitiendo una y otra vez que tenían algo que celebrar por todo lo alto.
¬− No se él... − balbuceó Miedo señalando con una oscilante mano a su compañero, pues ambos llevaban ya un cuarto de jarra en el cuerpo. −... pero yo pienso acompañarte en tan emocionante aventura.
Su compañero no respondió. Se limitó a apoyar con un fuerte golpe su cabeza en la mesa empapada y alzar la mano en gesto de resignación.
Complacida y aliviada de no tener que llevar a cabo su proyecto en solitario, Cobardía se sirvió una copa de la jarra medio vacía y, entre risas, entró en el juego de vaciladas e insultos hacia las cumbres de la zona, cada vez más crecida y segura de sí misma a medida que el alcohol se mezclaba con su sangre, y al mismo tiempo más ajena e ignorante a las miradas que Observador y Experiencia alternaban entre ellos con muestras de cansancio y hacia los integrantes de esa ruidosa mesa con total desprecio.


Capítulo 5


Escalada


El gélido ambiente de primera hora de la mañana en la base de la montaña coronada por el pico Huida le helaba los huesos. Miedo e Inseguridad comentaban risueños algunas de las fotos tomadas a lo largo del trayecto que les había conducido hasta allí. Cobardía no tenía tiempo que perder. A un millar de metros de su posición se hallaba su nueva vida, en la que podría al fin ser feliz.
− Bueno chicos, hora de ponernos en marcha. − Le temblaba la voz dado el frío que la atenazaba, aunque bien cierto era que las oscuras nubes que se arremolinaban alrededor de la cima de la montaña la llenaban de una profunda inquietud.
− Estaremos justo detrás de ti. − le respondió Miedo guiñándole un ojo a su algo alicaído amigo.
Cobardía tomó una gran bocanada de aire y se encaminó montaña arriba, pisando con más o menos resolución el escarpado terreno salpicado de roca helada ahí donde fijase la vista.

Horas más tarde su mirada ya no tenía fuerza alguna, su posición era un chiste a la adoptada cuando se encontraba en sus primeros pasos de escalada y sus compañeros hacía ya tiempo que habían desaparecido. No podía decir que los echase de menos. Su conversación había degenerado a lo largo del primer tramo de escalada hasta tal punto que ella misma había deseado que se matasen delante suyo.
Recordó la parte más significativa:
− Vaya Enigmática, ¿te has parado a pensar en lo alto que está ese saliente de ahí? Creo que no hay otra manera de proseguir que superándolo... − Le había espetado Miedo de buenas a primeras.
− Parece como si solo pudiese ser alcanzado a partir de un ágil movimiento de atleta... − Comentó Inseguridad prácticamente a continuación.
Cobardía respiraba entrecortadamente cuando se giró para mirarles a los ojos. Los consideraba tan misteriosamente cercanos a ella que no sentía el incómodo reparo a la hora de hacerlo que le asaltaba con la mayoría de personas. Una inesperada ventisca ocultaba gran parte del paisaje cercano y mecía su agarrotado cabello impregnándolo de nieve cuando se dirigió a ellos por última vez.
− Tengo que lograr la Huida, ¿lo entendéis? Mi padre me decía que en la vida hay momentos en los que tienes que trabajar duro para poder seguir adelante. A mi me da igual cómo hacerlo, si tuviese la suficiente dinamita tiraría la montaña abajo para subirme en el último de sus escombros a modo de conquista. Pero ahí tenemos un obstáculo insalvable, y me habéis dicho que podría contar con vosotros hasta el final de la escalada. − Y tras esas palabras, no dando crédito a lo que veía, Cobardía contempló como Miedo e Inseguridad se encogían y a base de pequeños pasos hacia atrás, se difuminaban cabizbajos y en silencio en la espesa niebla blanca que los rodeaba hasta desaparecer por completo.
Sintiendo aflorar las lágrimas, Cobardía se dijo que no tenía sentido intentarlo. Alzó la vista al inalcanzable saliente por el que debía continuar su camino y se estremeció al escuchar un monstruoso trueno cuyo relámpago previo iluminó el pico al que pretendía llegar. Escupía furiosos ríos de nieve hacia ella. Avalancha tras avalancha, sentía como un vez más se había dejado engañar por una sarta de cerdos prepotentes.
Comenzó a correr sin parar, aún albergando cierta esperanza de que algún sendero oculto le permitiese proseguir el ascenso sin tener que enfrentarse a imposibles salientes. Ascendió y descendió, sorteó peligrosas zonas y eludió pedir auxilio por si alguien se encontraba cerca de su posición. Durante un interminable tiempo deambuló a través de la alta montaña, hasta que, por enésima vez se encontró ante el mismo saliente donde se había quedado sola.
Atónita, escupió furiosa al suelo y cuando se disponía a maldecir, una voz familiar se alzó a su espalda.
− El pico Huida no existe como tal, Enigma. Por mucho que lo escales, siempre conduce al mismo punto. Para proseguir debes escalar ese saliente y los muchos que le siguen hasta llegar a la extremadamente difícil cima que contemplas. Al camino se lo conoce como Plantar Cara. Todo buen escalador debe saber recorrerlo para plantearse cualquier tipo de objetivo en estas tierras. − Al girarse, vio a Resolución en pie frente a ella, con la misma recta posición que le recordaba en la taberna días antes.
− ¡No tienes ni idea de nada, tratas de aleccionarme y ni siquiera sabes cual es mi verdadero nombre! − Le gritó Cobardía víctima de una incontrolada histeria. Una segunda voz llegó a sus oídos, esta vez a su izquierda.
− Todo el mundo sabe como te llamas pequeña. Por mucho que mientas, deducirlo es como un juego de niños. − Al mirar al hombre que había tomado la palabra, las piernas le fallaron y por poco cae al suelo. Lo conocía pero no lo recordaba. Lo había visto infinidad de veces, y su rostro le acercaba a la mente desolados paisajes urbanos y abismales precipicios que se estrellaban contra el mar. El hombre continuó, aparentemente satisfecho al ver su sorpresa. − ¿Debo recordarte una vez más como me llamo, Cobardía? − En este punto el nombre de Conciencia estalló en la mente de la mujer, que mareada y agotada, vio como de la niebla emergían Miedo e Inseguridad y, uniéndose a Resolución y Conciencia, se quedaban quietos uno al lado del otro mirándola expectantes.
Cargada de odio, acertó a atisbar de reojo una oscura figura envuelta en humo en la cima del saliente que no había logrado ni siquiera intentar escalar. La presencia de Observador fue la gota que colmó el vaso. A voz en gritó, atravesando al grupo que tenía frente a ella sin mirar a nadie, les habló en lo que esperaba fuese la última vez.
− Montañas y esfuerzo. − su risa resonaba fantasmagórica en el desolador lugar, − Que confusa he estado. ¿Tengo familia, sabéis? Y me da que vale más que todas vuestras vidas y gilipolleces juntas. Y por si fuera poco me escapé de ellos y puedo quedarme en el pueblo donde nos conocimos el tiempo que me plazca. Seguro que Experiencia necesitará personal en La hora de la verdad. − Sin girar la vista se perdió montaña abajo de vuelta al mismo pueblo que ahora tan acogedor le resultaba.
« Rectificar es de sabios. » Afirmó para sus adentros sacudiéndose la poca vergüenza de encima que a sus ojos aparecía como una fina capa de nieve adherida a su ropa.
En silencio, Miedo e inseguridad partieron con sendas sonrisas en el rostro del lugar, mientras Resolución negaba con la cabeza dirigiéndose en dirección contraria. Conciencia y Observador cruzaron una inexpugnable mirada antes de desaparecer del lugar del mismo modo como habían llegado. Incomprensiblemente.


Capítulo 6


La tortilla giratoria


Apenas había clientes en La hora de la verdad. Cobardía tomaba una jarra de cerveza tibia aliviada de encontrarse en un cálido ambiente lejos de toda la tensión que había vivido desde que apareció en los bosques. Frente a ella la jaula estaba vacía y la etiqueta de Lección nosecuantos había sido arrancada.
− ¿Qué le ocurrió a esta? − comentó distraída a Experiencia.
− Eso no importa. Lo relevante es el recuerdo que deja en mí, la marca de lo aprendido.
− ¿Piensas hacerte con otra? − preguntó Cobardía, tratando de generar un ambiente propicio para poder solicitar con garantías de éxito un puesto de trabajo.
− Nunca muevo un dedo por tenerlas. Simplemente, aparecen y me las quedo. − El tabernero se encogió de hombros mientras limpiaba los marcos de fotos que exhibía en una esquina de la barra. Todas mostraban paisajes montañosos sin nadie figurando en ellos. La pregunta que siguió la sorprendió.
− Doy por hecho de que no hubo suerte en su escalada, señorita. − Consideraba a Experiencia alguien ajeno a toda la estúpida historia con la escalada que parecían tener el resto de habitantes del lugar. Pero tanto la pregunta como la mirada que la acompañaba le daban a entender que, de algún modo, no podía encontrarse más lejos de la realidad. Cobardía bajo la cabeza y se mordió los labios maldiciendo para sus adentros. El tabernero adoptó un tono serio y grave antes de continuar.
− El pico Huida no es siempre un error como elección. Suele conducirnos por difíciles caminos donde yo mismo me he topado con muchas de mis Lecciones. He conocido a muchos que lograron recorrer el sendero Plantar Cara con éxito, pese a fracasar en escaladas posteriores. No debe avergonzarse si su esfuerzo ha sido sincero y tenaz... −
Las palabras del tabernero la estaban poniendo enferma. Desencantada con la idea de ofrecerle sus servicios, Cobardía alzo su mirada y, altivamente, se dispuso a decirle lo que pensaba de su pueblo, local y gente. Sin embargo, fueron las palabras de Experiencia las que pusieron punto y final a la conversación. −... aunque sentiría vergüenza ajena si las palabras que me han llegado de boca de Resolución son ciertas. − En este punto su mirada se endureció y las últimas palabras salieron como balas de su interior. ¬
− La temporada ha acabado Cobardía. Ese es tu verdadero nombre, y el nombre por el que siempre se te recordará en este lugar. ¬− Y tras eso, el sonido de un claxon la hizo girarse de repente hacia el exterior, donde un agobiante tráfico la descolocó por completo.
Al girarse hacia el tabernero no vio a nadie. La taberna estaba vacía. El posavasos donde apoyaba su jarra, en el cual no había reparado aún, rezaba:

BENDITA RUTINA
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Vacilante salió del local. Nada más pisar el exterior reconoció donde se encontraba. A un par de manzanas estaba su casa, donde Conformista, a juzgar por la hora del día en la que se encontraba, aún seguiría durmiendo.
Sonrió, por encima de los edificios, a lo lejos, se dibujaban las montañas en cuya base empezaban los bosques por los que, incomprensiblemente desesperada, penetró días atrás.
Caminando alegremente se dirigió hacia su casa, interrumpiendo su paso tan solo al ver como en un parque cercano a ella un niño trataba desesperadamente de alcanzar el último tramo de una gran telaraña hecha de cuerda para alcanzar un peluche que algún gracioso le habría lanzado a lo más alto de la estructura. A grandes zancadas llegó hasta la base de la telaraña y le llamó la atención.
− Baja de ahí niño, ¿no ves que te puedes hacer daño? − El niño comenzó a bajar mirándola de una manera que de algún modo le recordó a los dos chavales que habían ido con ella a escalar. Extrañamente reconfortada, prosiguió su camino hasta llegar a su hogar.
Ya en casa, al sonido de los ronquidos de su marido, decidió ponerse manos a la obra y hacer un buena tortilla de patatas. Mientras batía los huevos pensaba acerca de todo lo acontecido en su vida en los últimos días. « Es de locos, querer abandonar mi vida con la de cosas buenas que tengo. Un piso estupendo, el coche de Conformista, la tele para el bluray y una familia que pese a ser lamentable siempre está ahí para solucionarme algún apuro económico cuando el inútil de mi marido pierde el trabajo. » Sumida en sus cavilaciones, casi sin pensarlo, de un golpe seco hizo girar perfectamente la gran tortilla para dorarla por el lado contrario.
¬− ¡Hay que ver que bien se me da darle la vuelta a la tortilla! Si es que debería dedicarme a esto y me haría rica. − Su risita se perdió entre los sonidos del lavavajillas a pleno rendimiento, pues en su ausencia la casa había parecido procrear una indecente cantidad de platos sucios y botellas de vino vacías.

Al poco tiempo Cobardía se decidió, presa de una especie de angustia interior, salir a hacer algo entretenido para distraerse de tal incomodidad. Su rostro se iluminó al ver el gran cartel de la escuela Autocompasión.
Informándose de sus más que interesantes ofertas, no dudó un instante en rellenar el escueto formulario mediante el cual la empresa garantizaba la máxima privacidad de información por parte del cliente de cara a darse de alta. Bastaba el nombre y el primer apellido. Poco después, encantada con su decisión, salió bailoteando de la escuela carnet en mano. En él se podía leer:


ESCUELA AUTOCOMPASIÓN

TE COMPRENDEMOS...
... Y ES QUE LA VIDA ES MUY DURA

SOCIA: Cobardía Necia


Epílogo


Observación cerró el libro con delicadeza.
Se estiró al levantarse de la silla pues sentía su cuerpo sumamente entumecido. Tras asearse y cambiarse, mirándose en el espejo, sonrió ante lo demacrado de su rostro.
« Debería salir un poco a la calle, a ver a quien me encuentro. » pensó mientras se sorprendía de lo marcadas que tenía ese día las ojeras.
Al cerrar la puerta de su piso, antes de dirigirse al exterior del bloque, sintió como se veía relegado en el, nunca mejor dicho, plano de Conciencia. Una breve mirada de cariño bastó para efectuar el cambio.
Un día más, Conciencia graduó las dosis de los protagonistas de las historias que leía observador, obteniendo la mezcla conocida por el nombre bajo el cual respondía en conjunto a todas las personas que le conocían como ser.
Ya en la calle, el hombre sonreía al ver pasar a los demás transeúntes junto a él. En muchos casos predominaba una absoluta anarquía interior. Dictadura más bien, pues la Conciencia era constantemente eludida o, peor aún, olvidada. Sin más administrador que la codicia, el miedo, la frustración o la envidia, las dosis de protagonistas en esas personas hacían que el hombre se estremeciese mientras trataba constantemente de ocultarse del zoológico permanentemente abierto al público en el que vivía.
De vez en cuando, muy puntualmente, se reencontraba con alguien o conocía a alguien especial, o como el prefería calificar, auténtico.
Gustaba de entablar conversación con tales personas, pues como mascotas sueltas se dejaban los numerosos protagonistas secundarios comunes, mientras los adultos Conciencia y Observador ponían en común a Experiencia y su almacén entre risas y mutuo apoyo.
Ya bien entrado el anochecer, cuando el cielo solo dispone de un leve toque anaranjado del recuerdo de un sol ya oculto en el horizonte, el hombre siempre acaba su jornada en el pequeño puente de madera suspendido sobre un pequeño lago artificial de cierto parque de su localidad. Ahí saca una pequeña pipa y satisfecho, sonríe entre nubecillas de humo al ver como siempre, siempre, algún niño consigue llegar a lo más alto de la gran telaraña hecha de cuerda ubicada justo frente a él.

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