Los dos desconocidos
Phillip iba de camino a casa. Conducía
lentamente por la carretera secundaria, no había prisa. Había sido
un día largo, pesado, en el que el trabajo se le había hecho toda
una montaña. Ahora, en el coche, sonaba su banda favorita y él
tenía la mente puesta en nada en particular.
Ya había anochecido, puesto que al
salir del trabajo había ido con algunos colegas a echar unas
cervezas. Como siempre, le habían aconsejado que siguiese con
Claire, que no fuese gilipollas.
Claire era su novia desde hacía más o
menos una década, una adorable chica de pelo rubio y grandes ojos
verdes. Ambos rondaban los treinta.
En ese momento Phillip se adentraba en
una zona especialmente curiosa. Los árboles parecían abrazarse
sobre la carretera para formar un improvisado túnel natural.
No creía en las historias de
fantasmas, de modo que detenía su vista en cada curva, divertido,
en busca de lo que éstas contaban tan a menudo.
Lo que no se esperaba era que tuviese
que estar atento al interior del vehículo. Mirando por el retrovisor
vio una sombra, la silueta de un hombre con sombrero, sentado en los
respaldos traseros.
El vello de los brazos se le erizó
mientras dejaba escapar un gemido de pánico pegando volantazos para
mantener el coche en su carril.
— ¡Tranquilo hombre! — Decía la
sombra entre carcajadas. — ¡Y eso que esto es tan solo el
principio!
La voz era muy grave, rota, como si no
proviniese de la parte de atrás del coche sino de algún lugar mucho
más profundo.
Detuvo el coche con éxito en el arcén.
Sudoroso, se giró estremecido para
mirar a los ojos a quien se había colado en su coche. No había
nadie. Nada en absoluto.
Se encendió un pitillo y puso rumbo a
su casa. Esta vez si que tenía prisa, y mucha.
Cuando llegó a casa, Phillip olió a
salsa de cacahuete. Claire debía de estar preparando sate, uno de
sus platos preferidos.
— Hola señorito, es tarde. ¿Donde
te habías metido ya? — Claire salió de la cocina vestida
únicamente con un camisón gris que Phillip le había regalado por
su cumpleaños.
— Vaya, estás muy pálido. ¿Has
visto un fantasma o qué? — Dijo Claire en tono jocoso.
Phillip no sabía que contestar, no
quería que lo tomase por un loco. Lo más prudente sería relajarse
y dejar que la horrible experiencia quedase en el pasado.
— Hola cariño, no pasa nada. Voy a
darme una ducha. — Respondió lo más calmado que pudo.
Mientras el agua se deslizaba por su
cuerpo, Phillip suspiraba recordando las palabras que había
escuchado mientras trataba de no estrellar el coche. « Solo es el
principio » ... Había dicho el hombre del sombrero. « Bah, ha sido
un día duro, seguro que el cansancio me la ha jugado. » Pensó
Phillip mientras salía de la ducha. Preparó los utensilios para
afeitarse, mientras en la planta de abajo escuchaba la música que
Claire había puesto. Era relajante.
Ya afeitándose, sintió de nuevo un
principio de la sensación de terror experimentada en el coche. Fue
al mirarse el vello erizado de los brazos cuando le pareció, por un
instante, ver el reflejo de otra persona en el espejo aparte del suyo
propio.
Efectivamente, así era. Al alzar la
vista pudo ver como una mujer alta, pelirroja y muy pálida se
dirigía hacia él con los brazos extendidos. No tenía ojos. Aunque
un brillo intenso manaba de sus órbitas huecas y oscuras.
No pudo ni tan siquiera gritar. Cuando
notó el contacto de los brazos de la mujer, todo se tornó borroso,
y se desmayó.
El hombre del sombrero
— ¿Pero que me estás contando,
macho? — Robert no daba crédito a lo que escuchaba.
— Te lo juro, tío, te juro que noté
incluso como me tocaba. — Phillip le había explicado, tras unas
cuantas rondas, todo cuanto le había acontecido el día anterior,
hasta justo antes de desmayarse.
Robert era un tipo bajito y algo
gordinflón, con una buena calva pujando por adueñarse de todo el
territorio. Divertido y risueño, se trataba del mejor amigo de
Phillip dentro y fuera del trabajo.
— ¿Desde cuando coño crees tú en
estas cosas? — Prosiguió el bueno de Robert. — ¿Y Claire, se lo
has contado?
— Aún no. Trato de encontrar una
explicación para todo esto... — Phillip le pegó un buen trago a
su jarra de medio litro de cerveza fresca.
— Mira tío, ni lo intentes.
Olvídalo, si sigues con esto voy a acabar teniéndote que ir a ver a
un manicomio, y estoy seguro de que a ninguno de los dos nos gustaría
eso.
Tras esas palabras, Robert acabó su
jarra, se puso en pie y se despidió de Phillip.
Éste se quedó meditabundo en la barra
del viejo bar. Le entraron ganas de orinar. El lavabo tenía posters
de clásicos del cine desperdigados por aquí y por allá, quizá
para distraer la atención de la poca higiene con que aquello era
mantenido. Mientras meaba, le volvió a asaltar la maldita sensación.
— ¿Tienes miedo? — La voz de
ultratumba se pronunció.
A Phillip se le cortó el chorro de
repente. Uno de los marcos para posters estaba vacío, justo el que
tenía enfrente, y reflejaba perfectamente buena parte del oscuro
sombrero por encima de su propia cabeza.
— ¿Qué quieres de mi? — Gritó
Phillip a la sombra, que de nuevo, como en el coche, emitía
continuas carcajadas.
— ¿No es muy pronto para saber que
vas a morir? — Dijo el hombre del sombrero. — Ups, se me ha
escapado. — Y más carcajadas. Cuanto más reía, más sudores
fríos le entraban a Phillip, que de nuevo estaba a punto de
desmayarse.
La puerta sonó.
— Oiga, ¿Va todo bien? — Preguntó
el camarero.
Phillip aprovechó para girarse, pero
de nuevo allí no había nadie más que él.
Salió del baño, pagó las rondas y
abandonó el bar.
Conducía de nuevo lentamente rumbo a
casa, cuando en el horizonte apareció el túnel improvisado que
cubría la carretera de sombras.
Detuvo el coche cuando estuvo seguro de
estar de pleno en su interior, salió y se encendió un cigarro. Los
ruidos de la noche habían adquirido otras propiedades desde lo que
le había pasado el día anterior. Estaba dispuesto a cualquier cosa
por volver a ver al hombre del sombrero o a la mujer sin ojos. Debía
poner fin a aquello cuanto antes.
Súbitamente le asaltó de nuevo la
sensación, mientras una fuerte ventolera silbaba en el bosque.
— Tengo miedo... — Susurraba
Phillip mirando a todas partes en busca de alguna señal.
— La cuestión es... ¿De quién
tienes más miedo, de ella o de mi? — Esta vez la voz provenía de
sus espaldas.
Se giró rápidamente para ver como una
alta silueta negra se encorvaba de un modo imposible mientras emitía
una y otra vez sus horribles carcajadas. Se encontraba a más de
veinte metros de distancia, pero sus zancadas la acercaban velozmente
a Phillip.
— ¡Tienes que sentirlo, siéntelo al
máximo! ¡Espera a que venga ella! — Decía el hombre mientras se
aproximaba.
Phillip, gritando, se metió en el
coche y salió disparado hacia su casa.
La unión
Phillip llevaba tres días sin salir de
casa. Claire estaba muy preocupada por su estado de salud, pues
apenas comía ni se movía de la cama.
Robert se había pasado a verle hacía
un par de días, pero no había logrado sacarle prenda.
— Llámame si me necesitas, Claire. —
Se había despedido.
Ella le había preguntado si sabía
algo, pero Robert por respeto a su amigo había guardado silencio.
Phillip lo hacía todo muy deprisa para
volver a la cama a taparse con las mantas. Se había tomado unas
vacaciones en el trabajo y, una vez finalizadas, no sabía muy bien
qué demonios iba a hacer. Trataba por todos los medios que Claire
estuviese en casa el máximo de tiempo posible, aunque en esta
ocasión se encontraba solo.
Se había olvidado algunas cosas
importantes de la compra y había salido un momento a por ellas.
Anochecía, cuando a Phillip,
tembloroso, le entró el miedo por enésima vez.
Esta vez era más intenso que nunca y,
para horror de Phillip, del techo comenzaban a emerger unos mechones
pelirrojos.
— Ahora lo estás haciendo bien. —
Dijo la grave voz del hombre del sombrero.
— ¡Tengo que salir de aquí! —
Gritaba Phillip, inmovilizado en su cama.
— Tú no vas a ninguna parte. —
Respondió la sombra. Del techo ya colgaba toda una melena y
comenzaban a aparecer unos senos blancos como la nieve. Prosiguió: —
Seguramente no entiendas qué está ocurriendo, pero supongo que ya
puedo contarte algunos detalles. — De nuevo la entrecortada y
rasgada carcajada salió a escena.
— Verás, la soledad de nuestra
existencia más allá de la muerte causa que en ocasiones queramos
relacionarnos de nuevo... — Del techo ya colgaba prácticamente
completa la moribunda silueta de la pelirroja mujer, incluidas sus
horribles órbitas huecas desde cuyo interior brillaba una luz
imposible.
— ¡Pero que está pasando, sácame
de aquí! — Phillip chillaba histérico. — ¡Claire, ayúdame! —
Aullaba.
—... Como iba diciendo, queremos
relacionarnos. Y para que dos seres como nosotros puedan lograrlo,
tiene que existir una permanente y desorbitada dosis de miedo en el
ambiente. Ahí entras tú, querido. — Tras esas palabras el hombre
del sombrero volvió a encorbarse como en la carretera, y con un par
de zancadas alcanzó la cama donde estaba Phillip para meterse en
ella.
Al mismo tiempo, la mujer recién
emergida del techo se dejaba caer también sobre el lecho.
Phillip no paraba de gritar, esta vez
con el nauseabundo olor de la sombra a su espalda y el desfigurado
rostro de la mujer frente a él.
Al borde de un ataque cardíaco,
escucho las últimas palabras de la sombra que se movía tras él: —
Su éxtasis, por cierto, será tu muerte.
Tras eso, Phillip se desmayó.
Extasiada
El psiquiatra le había recetado unas
pastillas que no servían para nada.
Cuando Claire llegó de hacer la compra
el fatídico día de su último desmayo, se había encontrado el
dormitorio hecho un desastre con Phillip tirado por el suelo.
Éste se lo contó todo en cuanto
recuperó el conocimiento. Claire no dudó en llevarle a que
recibiese ayuda médica. Por mucho que creyese en las energías,
aquella historia era demasiado... Increíble.
Phillip volvió al trabajo, y a cada
día que pasaba más sombrío y distante estaba.
En cuanto se distraía y le entraba el
miedo, la silueta de la mujer comenzaba a aparecer allá donde
estuviese mientras las malditas carcajadas del hombre del sombrero
ponían la banda sonora al macabro momento.
De modo que no tardó en hacerse con
una arma.
La llevaba siempre consigo, pues nunca
sabía cuando podía repetirse algo como lo que ocurrió en su
dormitorio.
— ¡Tienes unas ojeras terribles
macho, menudo aspecto! — Dejó caer un día cualquiera Robert. —
Vamos a tomar un trago, te vendrá bien.
Phillip aceptó la oferta y ambos se
dirigieron al viejo bar donde solían ir.
Unas cuantas cervezas después, Robert
se levantó para ir al baño y Phillip se quedó en la mesa,
percatándose de que el bar estaba desierto salvo ellos dos.
— ¡Rob...! — Era demasiado tarde,
ya había desaparecido rumbo al servicio.
Miró la hora y algo pareció moverse
reflejándose en el cristal de su reloj. Era una sombra.
Presa súbitamente del pánico, alzó
en contra de su voluntad la vista para ver horrorizado como la mujer
pelirroja avanzaba gateando hacia él por encima de la barra del bar.
Una palmada en su hombro casi lo mata
del sobresalto, y al girarse vio como Robert bebía tranquilamente de
su cerveza.
— ¿Es que acaso no la ves? — Le
dijo, alarmado.
En ese momento su amigo comenzó a
reírse tímidamente, primero con voz normal, luego más grave, luego
más...
Para cuando llegaron las carcajadas, ya
tan familiares para Phillip, éste empuñaba firme su revolver.
Miró una vez más hacia la mujer, que
ya estaba muy próxima a él, y perdió su mirada en ese par de
agujeros oscuros donde brillaba esa luz imposible y terrorífica.
Tras eso, se apuntó a la garganta y
apretó el gatillo.
Mientras se desangraba tirado en el
suelo, vio como el que una vez fue su amigo acariciaba la melena
pelirroja, mientras la mujer se deshacía de placer.
Me ha gustado XDDD. Creo qeu es el que mas me gusta de todos XD
ResponderEliminar^^ Gracias, me alegra que te haya gustado tanto :)
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