lunes, 9 de septiembre de 2013

El abrazo del miedo



Los dos desconocidos


Phillip iba de camino a casa. Conducía lentamente por la carretera secundaria, no había prisa. Había sido un día largo, pesado, en el que el trabajo se le había hecho toda una montaña. Ahora, en el coche, sonaba su banda favorita y él tenía la mente puesta en nada en particular.
Ya había anochecido, puesto que al salir del trabajo había ido con algunos colegas a echar unas cervezas. Como siempre, le habían aconsejado que siguiese con Claire, que no fuese gilipollas.
Claire era su novia desde hacía más o menos una década, una adorable chica de pelo rubio y grandes ojos verdes. Ambos rondaban los treinta.

En ese momento Phillip se adentraba en una zona especialmente curiosa. Los árboles parecían abrazarse sobre la carretera para formar un improvisado túnel natural.
No creía en las historias de fantasmas, de modo que detenía su vista en cada curva, divertido, en busca de lo que éstas contaban tan a menudo.
Lo que no se esperaba era que tuviese que estar atento al interior del vehículo. Mirando por el retrovisor vio una sombra, la silueta de un hombre con sombrero, sentado en los respaldos traseros.
El vello de los brazos se le erizó mientras dejaba escapar un gemido de pánico pegando volantazos para mantener el coche en su carril.
— ¡Tranquilo hombre! — Decía la sombra entre carcajadas. — ¡Y eso que esto es tan solo el principio!
La voz era muy grave, rota, como si no proviniese de la parte de atrás del coche sino de algún lugar mucho más profundo.
Detuvo el coche con éxito en el arcén.
Sudoroso, se giró estremecido para mirar a los ojos a quien se había colado en su coche. No había nadie. Nada en absoluto.
Se encendió un pitillo y puso rumbo a su casa. Esta vez si que tenía prisa, y mucha.

Cuando llegó a casa, Phillip olió a salsa de cacahuete. Claire debía de estar preparando sate, uno de sus platos preferidos.
— Hola señorito, es tarde. ¿Donde te habías metido ya? — Claire salió de la cocina vestida únicamente con un camisón gris que Phillip le había regalado por su cumpleaños.
— Vaya, estás muy pálido. ¿Has visto un fantasma o qué? — Dijo Claire en tono jocoso.
Phillip no sabía que contestar, no quería que lo tomase por un loco. Lo más prudente sería relajarse y dejar que la horrible experiencia quedase en el pasado.
— Hola cariño, no pasa nada. Voy a darme una ducha. — Respondió lo más calmado que pudo.

Mientras el agua se deslizaba por su cuerpo, Phillip suspiraba recordando las palabras que había escuchado mientras trataba de no estrellar el coche. « Solo es el principio » ... Había dicho el hombre del sombrero. « Bah, ha sido un día duro, seguro que el cansancio me la ha jugado. » Pensó Phillip mientras salía de la ducha. Preparó los utensilios para afeitarse, mientras en la planta de abajo escuchaba la música que Claire había puesto. Era relajante.
Ya afeitándose, sintió de nuevo un principio de la sensación de terror experimentada en el coche. Fue al mirarse el vello erizado de los brazos cuando le pareció, por un instante, ver el reflejo de otra persona en el espejo aparte del suyo propio.
Efectivamente, así era. Al alzar la vista pudo ver como una mujer alta, pelirroja y muy pálida se dirigía hacia él con los brazos extendidos. No tenía ojos. Aunque un brillo intenso manaba de sus órbitas huecas y oscuras.

No pudo ni tan siquiera gritar. Cuando notó el contacto de los brazos de la mujer, todo se tornó borroso, y se desmayó.


El hombre del sombrero


— ¿Pero que me estás contando, macho? — Robert no daba crédito a lo que escuchaba.
— Te lo juro, tío, te juro que noté incluso como me tocaba. — Phillip le había explicado, tras unas cuantas rondas, todo cuanto le había acontecido el día anterior, hasta justo antes de desmayarse.
Robert era un tipo bajito y algo gordinflón, con una buena calva pujando por adueñarse de todo el territorio. Divertido y risueño, se trataba del mejor amigo de Phillip dentro y fuera del trabajo.
— ¿Desde cuando coño crees tú en estas cosas? — Prosiguió el bueno de Robert. — ¿Y Claire, se lo has contado?
— Aún no. Trato de encontrar una explicación para todo esto... — Phillip le pegó un buen trago a su jarra de medio litro de cerveza fresca.
— Mira tío, ni lo intentes. Olvídalo, si sigues con esto voy a acabar teniéndote que ir a ver a un manicomio, y estoy seguro de que a ninguno de los dos nos gustaría eso.
Tras esas palabras, Robert acabó su jarra, se puso en pie y se despidió de Phillip.
Éste se quedó meditabundo en la barra del viejo bar. Le entraron ganas de orinar. El lavabo tenía posters de clásicos del cine desperdigados por aquí y por allá, quizá para distraer la atención de la poca higiene con que aquello era mantenido. Mientras meaba, le volvió a asaltar la maldita sensación.
— ¿Tienes miedo? — La voz de ultratumba se pronunció.
A Phillip se le cortó el chorro de repente. Uno de los marcos para posters estaba vacío, justo el que tenía enfrente, y reflejaba perfectamente buena parte del oscuro sombrero por encima de su propia cabeza.
— ¿Qué quieres de mi? — Gritó Phillip a la sombra, que de nuevo, como en el coche, emitía continuas carcajadas.
— ¿No es muy pronto para saber que vas a morir? — Dijo el hombre del sombrero. — Ups, se me ha escapado. — Y más carcajadas. Cuanto más reía, más sudores fríos le entraban a Phillip, que de nuevo estaba a punto de desmayarse.
La puerta sonó.
— Oiga, ¿Va todo bien? — Preguntó el camarero.
Phillip aprovechó para girarse, pero de nuevo allí no había nadie más que él.
Salió del baño, pagó las rondas y abandonó el bar.

Conducía de nuevo lentamente rumbo a casa, cuando en el horizonte apareció el túnel improvisado que cubría la carretera de sombras.
Detuvo el coche cuando estuvo seguro de estar de pleno en su interior, salió y se encendió un cigarro. Los ruidos de la noche habían adquirido otras propiedades desde lo que le había pasado el día anterior. Estaba dispuesto a cualquier cosa por volver a ver al hombre del sombrero o a la mujer sin ojos. Debía poner fin a aquello cuanto antes.
Súbitamente le asaltó de nuevo la sensación, mientras una fuerte ventolera silbaba en el bosque.
— Tengo miedo... — Susurraba Phillip mirando a todas partes en busca de alguna señal.
— La cuestión es... ¿De quién tienes más miedo, de ella o de mi? — Esta vez la voz provenía de sus espaldas.
Se giró rápidamente para ver como una alta silueta negra se encorvaba de un modo imposible mientras emitía una y otra vez sus horribles carcajadas. Se encontraba a más de veinte metros de distancia, pero sus zancadas la acercaban velozmente a Phillip.
— ¡Tienes que sentirlo, siéntelo al máximo! ¡Espera a que venga ella! — Decía el hombre mientras se aproximaba.
Phillip, gritando, se metió en el coche y salió disparado hacia su casa.


La unión


Phillip llevaba tres días sin salir de casa. Claire estaba muy preocupada por su estado de salud, pues apenas comía ni se movía de la cama.
Robert se había pasado a verle hacía un par de días, pero no había logrado sacarle prenda.
— Llámame si me necesitas, Claire. — Se había despedido.
Ella le había preguntado si sabía algo, pero Robert por respeto a su amigo había guardado silencio.

Phillip lo hacía todo muy deprisa para volver a la cama a taparse con las mantas. Se había tomado unas vacaciones en el trabajo y, una vez finalizadas, no sabía muy bien qué demonios iba a hacer. Trataba por todos los medios que Claire estuviese en casa el máximo de tiempo posible, aunque en esta ocasión se encontraba solo.
Se había olvidado algunas cosas importantes de la compra y había salido un momento a por ellas.
Anochecía, cuando a Phillip, tembloroso, le entró el miedo por enésima vez.
Esta vez era más intenso que nunca y, para horror de Phillip, del techo comenzaban a emerger unos mechones pelirrojos.
— Ahora lo estás haciendo bien. — Dijo la grave voz del hombre del sombrero.
— ¡Tengo que salir de aquí! — Gritaba Phillip, inmovilizado en su cama.
— Tú no vas a ninguna parte. — Respondió la sombra. Del techo ya colgaba toda una melena y comenzaban a aparecer unos senos blancos como la nieve. Prosiguió: — Seguramente no entiendas qué está ocurriendo, pero supongo que ya puedo contarte algunos detalles. — De nuevo la entrecortada y rasgada carcajada salió a escena.
— Verás, la soledad de nuestra existencia más allá de la muerte causa que en ocasiones queramos relacionarnos de nuevo... — Del techo ya colgaba prácticamente completa la moribunda silueta de la pelirroja mujer, incluidas sus horribles órbitas huecas desde cuyo interior brillaba una luz imposible.
— ¡Pero que está pasando, sácame de aquí! — Phillip chillaba histérico. — ¡Claire, ayúdame! — Aullaba.
—... Como iba diciendo, queremos relacionarnos. Y para que dos seres como nosotros puedan lograrlo, tiene que existir una permanente y desorbitada dosis de miedo en el ambiente. Ahí entras tú, querido. — Tras esas palabras el hombre del sombrero volvió a encorbarse como en la carretera, y con un par de zancadas alcanzó la cama donde estaba Phillip para meterse en ella.
Al mismo tiempo, la mujer recién emergida del techo se dejaba caer también sobre el lecho.
Phillip no paraba de gritar, esta vez con el nauseabundo olor de la sombra a su espalda y el desfigurado rostro de la mujer frente a él.
Al borde de un ataque cardíaco, escucho las últimas palabras de la sombra que se movía tras él: — Su éxtasis, por cierto, será tu muerte.
Tras eso, Phillip se desmayó.


Extasiada


El psiquiatra le había recetado unas pastillas que no servían para nada.
Cuando Claire llegó de hacer la compra el fatídico día de su último desmayo, se había encontrado el dormitorio hecho un desastre con Phillip tirado por el suelo.
Éste se lo contó todo en cuanto recuperó el conocimiento. Claire no dudó en llevarle a que recibiese ayuda médica. Por mucho que creyese en las energías, aquella historia era demasiado... Increíble.
Phillip volvió al trabajo, y a cada día que pasaba más sombrío y distante estaba.
En cuanto se distraía y le entraba el miedo, la silueta de la mujer comenzaba a aparecer allá donde estuviese mientras las malditas carcajadas del hombre del sombrero ponían la banda sonora al macabro momento.

De modo que no tardó en hacerse con una arma.
La llevaba siempre consigo, pues nunca sabía cuando podía repetirse algo como lo que ocurrió en su dormitorio.
— ¡Tienes unas ojeras terribles macho, menudo aspecto! — Dejó caer un día cualquiera Robert. — Vamos a tomar un trago, te vendrá bien.
Phillip aceptó la oferta y ambos se dirigieron al viejo bar donde solían ir.
Unas cuantas cervezas después, Robert se levantó para ir al baño y Phillip se quedó en la mesa, percatándose de que el bar estaba desierto salvo ellos dos.
— ¡Rob...! — Era demasiado tarde, ya había desaparecido rumbo al servicio.
Miró la hora y algo pareció moverse reflejándose en el cristal de su reloj. Era una sombra.
Presa súbitamente del pánico, alzó en contra de su voluntad la vista para ver horrorizado como la mujer pelirroja avanzaba gateando hacia él por encima de la barra del bar.

Una palmada en su hombro casi lo mata del sobresalto, y al girarse vio como Robert bebía tranquilamente de su cerveza.
— ¿Es que acaso no la ves? — Le dijo, alarmado.
En ese momento su amigo comenzó a reírse tímidamente, primero con voz normal, luego más grave, luego más...
Para cuando llegaron las carcajadas, ya tan familiares para Phillip, éste empuñaba firme su revolver.
Miró una vez más hacia la mujer, que ya estaba muy próxima a él, y perdió su mirada en ese par de agujeros oscuros donde brillaba esa luz imposible y terrorífica.
Tras eso, se apuntó a la garganta y apretó el gatillo.
Mientras se desangraba tirado en el suelo, vio como el que una vez fue su amigo acariciaba la melena pelirroja, mientras la mujer se deshacía de placer.

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