Cuando el niño abrió los ojos, se encontraba frente a lo que
parecía la entrada a un profundo bosque. El sol caía tras las
montañas del oeste, y Rob, así se llamaba, tan solo podía tomar
una dirección. Se sentía obligado a ello, de modo que, como si de
una película se tratase, se adentró en el bosque que tenía frente
a sí.
Apartando ramas de su cara y cuerpo se fue abriendo camino hasta
llegar a un claro. Anochecía, y de pronto un escalofrío recorrió
todo su ser. Se sentía desprotegido, necesitaba encontrar refugio.
Escuchó el sonido de un riachuelo en las cercanías y al girarse
hacia el sonido, descubrió una pequeña cascada que se dejaba caer
en un estanque del que manaba el riachuelo. En él lavó su cara y,
mirando su reflejo, tamaña fue su sorpresa al descubrir el rostro de
otra persona a su lado. No le dio tiempo de verla con detalle, pero
le pareció una mujer de mediana edad de semblante serio.
Al alzar la vista rápidamente, a su lado no había más que
árboles y hierbajos.
Decidió caminar un poco más, pero a cada paso que daba sentía
su cuerpo más y más pesado. Finalmente, se tumbó en el suelo y se
durmió.
*
Corría a toda velocidad en plena noche hacia no sabía bien qué.
No era consciente de si huía o perseguía, pues tenía ambas
sensaciones metidas en su fuero interno, abrazándose a él con
idéntica fuerza. A lo lejos, la figura de Ellie apareció.
– ¡Rob! ¿Cómo estás? – Le dijo la chica. – ¡Tenemos que
irnos ya! – Continuó asiéndole por los hombros y sacudiéndole un
poco.
– Cla... Claro. – Respondió Rob. Ellie tenía unos veinte años
y de algún modo sabía que tenían que dirigirse a un concierto
cerca del puerto. Llegaban claramente tarde.
Se encontraban en medio de una autopista, que abandonaron
velozmente para descender por una ladera desde la cual, relativamente
cerca, podían distinguirse las luces del concierto.
– ¡Vamos, no perdamos más tiempo! – Gritó Ellie.
– Espera, espera. – Respondió Rob. Le faltaba el aire. – Qué
hacemos aquí. Deberíamos ir a la cena, ¿No crees? – Le preguntó
con los ojos bien abiertos, respirando entrecortadamente.
Ellie se le acercó y le besó dulcemente en los labios,
abrazándose a él.
Rob se sentía bien. No quería irse a ninguna parte.
*
El niño se despertó confuso. ¿Había amanecido? A juzgar por el
aspecto de la espesura del bosque que lo rodeaba, así era. Aún
notaba sus labios humedecidos por la saliva de aquella extraña
chica. Sin embargo, ahora estaba solo. La sensación de escalofrío
regresó, esta vez acompañada de un rugido que provenía de algún
punto tras los altos árboles de su derecha.
Dio unos pasos en dirección contraria, se detuvo, y volvió a
darlos hasta regresar al punto original. No sabía que hacer. Observó
un gran tronco en el suelo a pocos metros de su posición. Se
escondió tras él mientras oteaba en la dirección de donde provenía
el rugido.
Movimiento de ramas. Hojas aplastadas. El corazón del pequeño
Rob en un puño. De ahí enfrente emergió algo imposible, horrible,
que sin embargo deambulaba a cuatro patas buscándole, de eso estaba
seguro.
Se trataba de una gran bestia de pelaje gris y pelos como grandes
agujas. Del inmenso tronco colgaba una cabeza que ostentaba unas
terribles fauces, de las que goteaba un espeso líquido. Sus ojos
rasgados y amarillos hacían que Rob tuviese ganas de mearse encima.
Trató de moverse, pero le fallaron las piernas. Se arrastró
lentamente, tratando de hacer el mínimo ruido, hacia la espesura del
bosque. Cada vez que su vista enfocaba a la bestia, un tremendo
escalofrío le ponía los pelos de punta.
Se levantó un considerable viento. De repente tenía frío. El
clima se tornó gris como la bestia y, mientras ésta seguía oteando
el terreno, Rob trataba de huir como humanamente pudiese.
*
Rob había ido a la cena y al concierto, pues tenía recuerdos de
ambos eventos. Se había sentido realmente mal, solo y perdido en
ellos. Pero ahora caminaba junto a sus colegas en busca de diversión.
Todo estaba mejor, aunque no había ni rastro de Ellie.
Cogieron el coche para ir al puerto. Rob no tenía ni idea de
donde se encontraban, pero pisaba el acelerador con ímpetu y
conducía aparentemente con intención de llegar al puerto.
No supo que pasó entre medias, pero de pronto el coche se
encontraba medio volcado en un lateral de la carretera y él miraba
fijamente la llegada de las olas del mar a su cita con el rompeolas.
– ¿Como estás? – Le preguntó Ellie.
– Te echaba de menos, contestó Rob.
Después se fundieron en un beso que duró una eternidad y apenas
un instante. Todo a la vez.
Cuando Rob abrió los ojos se encontraba solo en la cima de un
precipicio, con el mar bravo rugiendo en la base.
Hacía frío.
No supo porqué, pero como sintiéndose obligado, en medio de una
película, saltó sin reparos hacia su muerte segura.
En la larga caída pensó en Tiffany y las pequeñas, queriendo
súbitamente anular lo que estaba ocurriendo. Pero era tarde. De las
olas del mar emergió Ellie con los brazos abiertos.
– ¿Rob estás bien?
Rob ya no se sentía bien, estaba aterrorizado. Cuando llegó el
golpe.
*
– ¿Rob estás bien?
Cuando Rob abrió los ojos se sentía inconmensurablemente
cansado. Tiffany, preocupada, sacudía suavemente su hombro mientras
repetía su pregunta.
– Sí, cariño. Ha sido solo una pesadilla.
Rob se quedó boca arriba, mirando al techo y recordando.
La bestia de su infancia había vuelto a aparecer, del mismo modo
que aquella chica. Un sinfín de emociones en lo que parecía haber
sido simplemente la punta del iceberg. Tenía la sensación de haber
soñado mucho más de lo que recordaba, y todo se entrelazaba en esa
sucesión de despertares que alternaban su infancia con su
adolescencia y madurez.
Cada noche la misma historia. Aventuras sin sentido, vividas con
intensidad, que hacían que al despertar quisiese irse a dormir de
una puñetera vez.
Ni los tranquilizantes ni las infusiones servían. De hecho,
cuanto más relajado estaba, mayor complejidad adquiría el viaje.
Mientras se mentalizaba para levantarse, una idea asaltó su
mente.
¿Y si, después de todo, lo que consideraba su vida no fuese más
que una última y dilatada capa de esa pesadilla sin final?
El mismo escalofrío que sintió en el bosque, el mismo que sintió
mientras caía, volvió a asaltarlo de nuevo. Sintió frío. Se
abrazó a su mujer.
Pensó en lo poético de las localizaciones, en el secreto que
todo aquello debía contener.
Y se quedó dormido de nuevo.
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