Stuart conducía a toda velocidad por
las calles de la vieja ciudad. Unos metros tras él un par de autos
negros le seguían la estela bien de cerca. No podía dejarse
atrapar. Tenía que ganar tiempo para ellas. La misión había
llegado a un punto terriblemente nefasto. Todo el departamento estaba
podrido, no podía confiar en nadie.
Giró bruscamente a la derecha para
intentar despistar a quienes le perseguían. Ningún resultado,
estaban bien entrenados. Se había metido en la zona del puerto.
Mierda, en cuestión de minutos el mar actuaría de muralla entre él
y los matones. No tenía sentido seguir con eso, de modo que frenó
gradualmente hasta detener el vehículo.
Un par de sus captores salieron de sus
coches pistola en mano. Le gritaron que saliese lentamente del suyo.
Obedeció.
Lo último que pudo ver antes de que el
golpe lo dejase inconsciente fue lo feo de cojones que era quien
arremetía su arma contra él.
*
Mya estaba en el aeropuerto del este,
esperando a que su hermano le confirmase la señal para abandonar el
país. Desde que William había fallecido, todas las alarmas se
habían disparado.
No sabía en qué demonios trabajaban
juntos, pero debía de ser algo gordo a juzgar por la forma en que
fue hallado el cadáver de William.
Torturado hasta la muerte, mutilado sin
compasión.
Stuart se lo había contado días
después del funeral. Ella tan solo recordaba el reconstruido rostro
de William, con su larga melena morena recogida en una cola y sus
facciones duras y marcadas.
Le aterrorizaba que su hermano pudiese
correr el mismo destino, pero no podía hacer nada para evitarlo a
tenor de lo siguiente que le había contado Stuart aquella noche.
Nada de alertar a la policía, solo aceleraría el curso de los
acontecimientos.
De modo que se quedó en el aeropuerto,
con el móvil a mano por si en cualquier momento llamaba su hermano.
*
Cuando abrió los ojos se encontraba
aún aturdido por el golpe. Estaba atado a una silla en una sala
oscura, iluminada únicamente por una bombilla suelta que colgaba del
techo. Solo, por el momento. Cerca de él unas voces hablaban en un
idioma que no lograba entender.
En algún lugar, su mujer y su hermana
trataban por separado de salir del país. Él debía darles todo el
tiempo que pudiese para que lograsen escapar del campo de acción del
temible descubrimiento hecho por William, su socio, y el propio
Stuart.
— Dios mío, si esto sale a la luz
puede desatar el pánico entre toda la población mundial. —
Recordó las palabras de William cuando hubieron accedido a la base
de datos de operaciones del proyecto Enigma.
De pronto, alguien entró en la sala.
Cogió una silla y la puso enfrente de donde estaba sentado Stuart,
al otro lado de una pequeña mesa de madera ensangrentada.
— Déme un nombre. — Dijo el
desconocido.
Justo lo que pensaba Stuart. Irían
directos al grano. Ahora empezaba la peor parte.
Tras unos segundos de agónica espera,
el desconocido agarró la mano de Stuart y, extendiéndola sobre la
mesa, golpeó con todas sus fuerzas un martillo contra uno de los
dedos.
*
Angelica había conducido durante horas
en dirección sur, tal y como le había indicado su esposo, hasta
llegar al aeropuerto. Ahora tocaba esperar, y si pasada la medianoche
no había señales, debía llamar a Mya para indicarle que tomase su
vuelo y ella hacer lo propio con el suyo.
El corazón le latía rápido en el
pecho, pasaban de las diez de la noche y, de no llegar señal alguna,
querría decir que también habían atrapado a Stuart, y que
seguramente le estaba ocurriendo lo mismo que al bueno de William.
Cuando éstos encriptaron los archivos
para protegerlos de miradas intrusas, usaron una combinación de sus
huellas dactilares junto con las de Mya y la propia Angelica. William
había cantado por lo menos el nombre de Stuart, que había tratado
de esconderse lo más concienzudamente posible durante días hasta
que le siguieron la pista.
Ahora la seguridad del archivo estaba
más débil que nunca, puesto que esa gente disponía de dos de las
cuatro huellas que necesitaba.
Aún no, de hecho, debía esperar a las
doce de la noche, si Stuart decía algo, cualquier cosa, significaría
que estaba a salvo y que podrían reunirse en Francia tal y como
habían planeado.
Angelica deseaba eso por encima de
todas las cosas, pero era ya tan tarde...
*
Tercer martillazo. Y cuarto, y quinto.
— Déme un nombre. — La mano
izquierda de Stuart era un amasijo de carne, sangre y huesos
triturados, mientras éste estaba al borde del desmayo por el dolor
que le estaban infringiendo.
Aunque, no obstante, permanecía
callado. Justo antes de que lo pillaran eran alrededor de las diez de
la noche, y haciendo unos cálculos, teniendo en cuenta el tiempo que
debía haber estado inconsciente, las doce de la noche no debían
quedar muy lejanas.
Podía salvar a Mya y a Angelica.
El torturador dejó el martillo sobre
la mesa y suspiró.
— No era necesario que llegásemos a
este punto, señor. — Tras eso, tiró al suelo la mesa de un
manotazo dejando a la vista un extraño aparato entre sus pies.
Unos minutos más tarde la pierna
derecha de Stuart era triturada lenta, minuciosamente.
Los alaridos y el olor a sangre
impregnaban todo el lugar.
Ya no podía más. Tendría que
escoger.
—M.... M.... ¡Mya Galagher! —
Bramó desesperado.
Había condenado a su hermana al mismo
infierno por el que habían pasado William y él mismo. Rezó para
que pasasen de las doce de la noche.
*
Las once y media de la noche.
Angelica estaba que se subía por las
paredes.
Preparándose para lo peor, decidió
llamar a su cuñada Mya para que fuese sacando el billete.
El teléfono dio tres tonos antes de
que contestase.
— ¿Si? ¿Angelica? — La voz de Mya
temblaba.
— Mya, escúchame, no hay señales de
Stuart, deberías ir sacando tu billete, yo ya lo he hecho.
— Cla... Claro, por supuesto. ¡Oh,
Dios mío! — De pronto el chillido de Mya alarmó a Angelica.
— ¡Mya, que ocurre! — Le preguntó
repetidas veces.
— ¡Me han encontrado! ¡Ellos me han
encontrado! Stuart... — El móvil se colgó.
Angelica se sentó en un banco cercano
para recuperarse del shock.
William, Stuart y ahora Mya habían
caído en las garras de esos matones. La perseguirían hasta el fin
del mundo con tal de conseguir la huella que les faltaba.
Sin embargo, cogió su vuelo y derramó
unas lágrimas cuando éste despegó. Su vida se había partido en
dos. Tenía miedo. Y nunca iba a dejar de tenerlo, fuese a donde
fuese.
He soltado una carcajada en la última frase del primer párrafo, pero lo que ha venido después.....vaya, intrigante...
ResponderEliminarEmpieza con un estilo desenfadado pero luego la cosa se va poniendo seria...
ResponderEliminar¡Gracias por leer y comentar!